Se representó La Pastoral en el Teatro La Maestranza (Sevilla), de la mano del coreógrafo francés Thierry Malandain. Un montaje absolutamente monumental, que desbordó al público hasta grados en los que éste ya no le cabía dentro de sí, espacio para digerir tanta belleza y generosidad por parte de los intérpretes
El 17 de octubre llegó al Teatro Maestranza, una de esas piezas que dependiendo a qué tradición uno se sienta heredero, estimo que las impresiones personales de casa uno, se pueden inclinar a un lado u otro. Al ser una pieza que se le puede encuadrar a lo que se le suele llamar “neoclásico” (definición que considero complicadísima de acotar), entonces nos enfrentamos ante algo que imposible que resulte indiferente a cualquier profesional formado únicamente en danza clásica, otros en danza clásica y danza contemporánea, o qué decir al respecto de los espectadores acostumbrados a un lenguaje u otro de los antes mencionados, etc.
Por tanto La Pastoral de Thierry Malandain, nos sitúa en una serie de disyuntivas a las cuales es preciso saber discernir con sumo cuidado a la hora de emitir un juicio u otro. Es bien conocido que en el sector de la danza contemporánea existen personas que muestran ciertas distancias e incluso rechazo, a cualquier cosa que se acerque demasiado a los modos de expresión de la danza clásica; en contraposición también los hay que afirman que la danza clásica es “la verdad absoluta y revelada”. Y por si queda alguna duda, considero estéril cualquier tipo de debate que se focalice en qué lenguaje es mejor (sea cual sea del ámbito del que se esté hablando), siendo que cada uno ha seguido evolucionando por su lado sin que ello signifique que ambos se han ido nutriendo del uno otro, por más que a veces se eche de menos más reconocimientos en esta dirección.
Lo anterior me conduce a tenerles de sobre aviso, que todos los juicios que haga sobre este exitoso montaje en homenaje a la sexta sinfonía del compositor Ludwig van Beethoven, estarán totalmente condicionados a la tradición de la que me siento identificado (o sea, la de la danza contemporánea), mientras en paralelo, no dejo de sentir orgullo por la herencia que nos ha dejado la danza clásica, por más que algunos de los episodios de su historia y modos de hacer las cosas, no estén libres de controversia. He allí que durante los ochenta minutos que duró la representación de La Pastoral, me venían impresiones como que esto podría haber comunicado lo mismo en menos tiempo; nos queda claro que Thierry Malandain es un extraordinario coreógrafo y que para comprobarlo, no hacía falta que llevase a escena un sinfín de coreografías que ahondan una y otra vez en lo mismo; que el elenco de bailarines derrochan virtuosismo y elegancia en cada uno de sus movimientos, pero viene la duda sobre el grado de personalidad de cada uno como intérpretes, etc.
Y aún con todo, veo imprescindible que de vez en cuando uno se someta a este tipo de ejercicios, siendo que son los que nos ayudan a entender el cómo opera uno a la hora de escoger ver una cosa u otra, y bajo qué premisas uno parte. Esto es de vital importancia, ya que incide en algo que no está al alcance de los coreógrafos e intérpretes, al tratarse sobre cómo se recibe un trabajo u otros de unas características determinadas. O dicho de otra manera: a la hora hablar sobre danza y su historia, se ha de acompañar cualquier afirmación con cuál era el contexto que lo percibió para hacer un juicio lo más justo posible. Y en esta época donde hay tantos registros desarrollándose en paralelo, donde cada creador y espectador se puede permitir ignorar lo que se está haciendo en otras expresiones artísticas (por más que haya una herencia compartida), estimo que es un acto de responsabilidad ser prudente cuando se emitan ciertas afirmaciones que son susceptibles de ser percibidas como lapidarias.
Dicho lo anterior, ahora sí me centraré en comentarles lo que vi en La Pastoral de Thierry Malandain: en primer lugar, tuve presente durante toda la representación las “impresiones” antes mencionadas; no obstante, considero que uno ha de hacer un balance entre lo que antes he dicho, y qué exactamente quería transmitir su coreógrafo desde las herramientas de las cuales disponía. Es allí donde conviene introducir un fragmento de lo que comentó Thierry Malandain, cuando presentaba esta pieza. Esto es: “Más allá del canto de los pájaros y la tormenta, la Sinfonía pastoral expresa sentimiento, y no tanto una imitación de las cosas. Imbuida de serenidad y profundamente idealista, se pueden contemplar los senderos floridos de la pastoral antigua, la inocencia y la tranquilidad de los primeros tiempos”(…) muestra a un ser humano reñido con su destino, abandonando sus remordimientos en la naturaleza, Beethoven resucita a nuestro parecer la Arcadia de la Edad de Oro”.
Por tanto, estamos ante un trabajo que representó de una forma abstracta lo aparentemente azaroso que pueden ser los modos de la Naturaleza ante los ojos del ser humano, pero en realidad, todo ello está sostenido por una estructura minuciosamente organizada. Síntoma de ello, es que en la Naturaleza existen ciclos en donde queda evidenciado, que los miembros que la componen participan de algún modo u otro, para que el presente equilibrio de sostenga. He allí donde ha de intervenir la ciencia humana para descifrar los patrones a la cual responde la misma; sin embargo los frutos de estas investigaciones, poseen el potencial de ser usadas para una empresa u otra.
En el caso de La Pastoral me resulta de lo más irresistible, centrarme en las implicaciones filosóficas que hay bajo esta relación que tiene el ser humano en frente a la naturaleza, en especial porque estamos hablando de una época (cuando Ludwig van Beethoven compuso este obra) donde coincidían varias tendencias que tendrían sus manifestaciones en todas las disciplinas humanas. Esto es: ¿A la Naturaleza hay que saber dominarla para que sea usada con el fin de satisfacer las apetencias de nosotros los seres humanos, a pesar de que ésta se haya mostrado imbatible cuando se desemboca una catástrofe natural?
Sean cuales fueren la respuesta, el caso es que estamos en el siglo XXI, un marco temporal que nos dota de una perspectiva histórica para marcar una distancia que nos permita disfrutar de un modo de entender la naturaleza que expresa un sentido estético; incluso cuando se trata de hacer metafísica de cosas que en un principio, parecen que sólo involucran a los que se dedican a las ciencias naturales (con todo lo que ello supone). En el mientras tanto está allí el ser humano “arrojado”, en un terreno con el que va interactuando al mismo tiempo que se conoce en tanto individuo, y ser que pertenece a un colectivo como lo es la humanidad. Y justo estar enmarcado dentro de la Naturaleza, es lo que hace que un ser humano se reconozca como tal. Es decir: un ser que aunque forme parte de ella, es un hecho que éste la termina “objetivando” (o sea, algo que se nos opone en tanto y cuanto nos excede como sujetos, y además como algo del cual uno está en una posición en la que se pueden hacer estudios de cualquier tipo), para poderse afirmar y reconocerse como sujeto.
He allí que el bailarín protagonista de La Pastoral , se nos presenta como un sujeto incapaz de no ser afectado con lo que va aconteciendo ante sus propios ojos, pues, por más que el ser humano se haya construido semejantes artificios para refugiarse de la intemperie a la que le somete la Naturaleza, éste no deja de tener la habilidad de identificar momentos hospitalarios que le ofrece la misma, a la par de confrontar desafíos que ponen a prueba su versatilidad a la hora de sobrellevar cualquier imprevisto. Es un hecho que la Naturaleza no interactúa con el ser humano con ánimo de hacerle daño o proveerle de todas las comodidades que aseguren una agradable estancia en vida, dado que ello sería atribuirle características humanas. Y una vez que se tiene en claro lo anterior, es cuando el ser humano asume que por más avances que haya alcanzado en sus conocimientos de cualquiera de las disciplinas de las cuales se vale, es irremediable que esté exento de un destino incierto. Siendo que su grado separidad con la Naturaleza, se ha estado consumando desde que se suspendió la Edad de Oro (según cuenta la tradición de la mitología de la Antigua Grecia, seres humanos y dioses, convivía en armonía con la misma), o si se prefiere, la versión narrada del Paraíso albergada en la tradición judeo-cristiana.
El tema del paraíso perdido ha tenido mucha trascendencia a lo largo de la historia del pensamiento occidental, pues, problematizarlo desde los primas políticos, éticos, epistemológicos y ontológicos; nos emplaza a hacer una genealogía de cómo el ser humano se ha relacionado con la naturaleza en todos sus ámbitos, con el fin de entendernos como colectivo al margen de que seamos seres humanos, y este diálogo no ha cesado de desarrollarse. Todo lo anterior fue escenificado en La Pastoral, con coreografías de todo tipo, estructuras arquitectónicas humanas y demás recursos por el estilo, con el fin representar las innumerables caras que ha tenido la naturaleza al ser percibida desde el punto de vista del ser humano, en tanto un ser que sabe histórico.
Como no es de extrañar, todo ello fue expuesto de manera monumental valiéndose de un extenso elenco de 22 intérpretes, con un juego de luces que no sólo nos llevaban de un punto a otro, en relación al cómo afrontaba el protagonista lo que le planteaba su entrono; sino que además, dispuso una plasticidad a la pieza en la que las siluetas humanas se desdibujaban hasta tal punto, que se veía un algo de extremada belleza que no era posible de definir su forma. Claro que hubo momentos más sosegados, pero los hubo que eran tan enérgicos que no me quedaba ninguna duda que la música de la sexta sinfonía de Ludwig van Beethoven y La Pastoral ,se fusionaban en cuanto ésta última era llevada a escena.