Seleccionar página

La pista arde: Jodie Harsh se suma al show de Kylie Minogue el lunes 14 de julio como fin de fiesta en Icónica Sevilla Fest.

 

En el universo de la música electrónica, donde tantos nombres vienen y van como loops mal ejecutados, hay figuras que no solo sobreviven, sino que marcan el tempo de toda una escena. Jodie Harsh es una de ellas. Lo suyo no es una carrera, es una declaración de principios: en cada set, cada canción, cada aparición, hay una convicción firme de que la fiesta —cuando se hace bien— es una forma legítima de arte.

No es solo la peluca rubia o el delineado perfecto. Tampoco es únicamente su habilidad tras los platos, aunque es evidente que sabe construir una sesión con la precisión de un arquitecto y la intensidad de quien conoce el pulso emocional del club. Lo que hace que Harsh trascienda es su capacidad de habitar todos los espacios: el underground y el mainstream, el estudio y la pista, el remix de Beyoncé y el after en Glastonbury.

 

 

Desde sus primeros pasos en la noche londinense —donde empezó más como personaje que como artista—, supo que la diferencia no estaba en sonar más fuerte, sino en ser inconfundible. Años después, esa intuición la llevó a colaborar con figuras como SOPHIE, SG Lewis o Charli XCX, y a acumular decenas de millones de reproducciones en plataformas. Pero más allá de los números, hay una estética, una identidad. Harsh no copia tendencias: las genera.

También hay algo que muchos pasan por alto. En una industria que sigue exigiendo códigos de seriedad masculina, ella se planta con humor, teatralidad y una fuerza queer que incomoda a algunos, fascina a otros y libera a muchos. Su presencia en eventos de moda, fiestas privadas de diseñadores o aviones convertidos en discotecas a 30.000 pies de altura no es solo anecdótica: es parte de una narrativa donde el espectáculo no se negocia.

 

 

Jodie Harsh no necesita aprobación ni permiso. Y probablemente por eso se ha convertido en una figura indispensable para entender hacia dónde va la cultura de club en esta década. Es una DJ, sí. Pero también es un síntoma —y una causa— de algo mucho más grande: una escena donde la pista de baile es también un lugar político, emocional y profundamente vivo.

Comparte este contenido