En este “monólogo coral” magistralmente interpretado por Ángel Mauri Martin, Dante regresa al mundo de los vivos después de 700 años en el infierno para contarnos lo que ha visto después de la muerte. Y el resultado es difícil de borrar de tu hipotálamo.
La Rapsodia de Dante es un viaje divertido y crítico, en el que el actor recorre, poseído por el alma del gran Alighieri, tres círculos infernales: el de la lujuria, el del fraude y el de los traidores. Muy efectivamente, el creador de esta ambiciosa obra, quizá una de las mejores de 2022, bebe del legado de Bertolt Brecht para ampliar el círculo que ya trazó Dante en su día; y así mete, a fuerza de socarronería y rock and roll a los cabronazos y cabronazas que se lo han ganado a pulso. La lista es deliciosamente refrescante, le corre a uno un fresquito. Reyes campechanos, tenores de madrileño abolengo, productores de Hollywood, amantes tramposos y demás calañita, todos entran, nadie sale. Y, ¡helas… tan pichamente!
Mauri Martín reproduce su amplísimo texto en Toscano (el idioma original de Dante) castellano e inglés. El protagonista, un “poeta-rockero-regguetonero” invoca a Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Don Francisco de Quevedo, William Shakespeare, Federico García Lorca y tantos otros espíritus que le ayudarán en su quijotesca misión.
Este espectáculo unipersonal posee un ritmo y una dinámica dignos del artista al que emula; lo hace en forma de rapsodia en verso y prosa, para provocar el encuentro entre el público y la visión personal e integral del artista, que asume todos los riesgos del proceso de creación y producción. Ángel Mauri es capaz de parir una atmosfera divertida, entretenida y muy ácida, integrando la crítica social con el espectáculo y el humor, dotando a esta obra de una riqueza cultural, apta para todo tipo de público (entendidos, amantes de la poesía, profanos y una chica que pasaba por ahí).
Este particular montaje engloba música, humor, poesía y filosofía. Un espectáculo polivalente de un artista camaleónico que se atreve con la obra más monumental de la literatura de la Edad Media y no naufraga en el intento. Mas bien, todo lo contrario, la refresca (sabe muy bien que no es menester actualizarla), le da una vuelta de tuerca tronchante que, pasado el humor, lo que deja en el cuerpo es ganas de volver a amar la poesía, de correr de nuevo a tu colección de poetas favoritos y escoger uno o una que te acompañe en tu personal descenso a los infiernos (que sí, que a todes nos tocará) y te eleve.
Con un enfoque minimalista y muy efectivista (la transmutación entre personajes invocados es genial en su sencillez) La Rapsodia de Dante se proyecta como una de esas deliciosas obras que uno desea que tengan larguísimo recorrido; y, ¿por qué no?, escuela. Mauri Martín lo enseña todo: pasión por La Divina Comedia, respeto por el arte, preparación, coraje, locura, sensatez, y hasta palmito – que para eso unos se lo pueden permitir. Entre tanta obra y estreno rimbombante de fallidas relecturas intertextuales (lo del musical de Nacho Cano, “Malinche”, es el sin propósito de un ego descomunal, por ejemplo) esta oda a Dante se antoja de lo más recomendable. El vino siembra poesía en los corazones y La Rapsodia de Dante es una adictiva resaca.