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Traducido por Daniel Prado Simón

Un escáner dactilar de última generación desbloquea la entrada a las oficinas de Jean Gatabazi en el hospital de Nyamata, Ruanda. Gatabazi nos cuenta que los últimos cinco años han traído consigo una carretera asfaltada, alumbrado urbano y negocios florecientes al escenario de una de las peores masacres del genocidio de 1994. Y él sabe a quién se debe el mérito de esta transformación. “Paul Kagame es un hombre excelente”, afirma orgulloso. “Héroe es la palabra justa”.

El presidente Kagame ha cautivado de modo parecido a Tony Blair (quien le llamó “líder visionario”), a Bill Clinton (“uno de los más grandes líderes de nuestro tiempo”), a Clare Short (“todo un encanto”) y a Howard Schultz, director ejecutivo de Starbucks, quien ha sido persuadido para invertir en el país. Semejante idolatría lleva a preguntarse qué hechizo ha lanzado este hombre de Estado pétreo con pinta de empollón, de ratón de biblioteca, sin carisma aparente, sobre los líderes occidentales –y ¿por qué se está agotando?-.

Hace falta observar todo lo que ocurre en Ruanda a través del prisma del genocidio, de esos cien días apocalípticos que vieron el extermino de 800.000 hombres, mujeres, niños y bebés y de los que ninguna familia escapó sin cicatrices. Como comandante guerrillero que surgió de los bosques para marchar sobre la capital, fue Kagame quien terminó con la pesadilla y, según sus defensores, quien inclinó la balanza más hacia el lado de la reconciliación que hacia el de la venganza. “No estoy seguro de que Ruanda siguiese existiendo de no ser por él”, opina un hombre de negocios expatriado.

A primera vista, no resulta difícil entender por qué a los visitantes les seduce la Ruanda de Kagame. Cualesquiera trastornos postraumáticos sigan enterrados en el subconsciente colectivo de los últimos 18 años, en la superficie la vida se desarrolla con orden, las calles están limpias y en las carreteras no hay rastro de los baches que lastran casi toda África. Kigali se está forjando una reputación como la ciudad más segura del continente. Los voluntarios norteamericanos, los empresarios y los turistas caen a cántaros sobre una versión de África que es al mismo tiempo genuina y fácil.

En la última década la asistencia a la escuela primaria se ha triplicado, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad y el parlamento ha alcanzado el mayor porcentaje de representación femenina del mundo. La semana pasada se inauguró la primera biblioteca pública del país, cuyos amplios ventanales dan directamente a la embajada de EEUU. La esposa de Kagame, Jeannette, se dio una vuelta por el espacioso edificio de 3.5 millones de dólares y escuchó a chicos elocuentes de 12 años que disfrutan del crecimiento más rápido del programa “Un portátil por cada niño” de toda África.

No hay duda de que Ruanda se ha convertido en el mejor ejemplo de que las donaciones pueden servir para algo, poniendo a mano una réplica instantánea contra los escépticos de las ayudas al exterior que querrían reducir al mínimo los presupuestos de cooperación internacional. Kagame, a sus 54 años, es percibido como un visionario, como el rostro de una nueva África llena de confianza en sí misma, en plena efervescencia económica, que entierra la pasividad y el victimismo del pasado.

Además, alegan algunos, todo esto podría servir de alguna forma para limpiar la culpa occidental por haber fracasado en impedir el genocidio. “Clinton y Blair tienen que estar echando la vista hacia aquella época y pensando: ¿qué podríamos haber hecho diferente? ¿cómo podemos arreglarlo?”, apunta un observador.

La cara siniestra de Kagame

Pero en años recientes se ha producido un lento y escalofriante darse cuenta de que el líder africano favorito de Occidente tiene una cara siniestra. La Ruanda de Kagame, señalan los críticos, es un Estado autoritario en donde la democracia y los derechos humanos son pisoteados y los disidentes sufren persecución. Por ejemplo, cuando Kagame ganó las elecciones del 2010 con un 93% de votos a su favor, tres importantes partidos de la oposición quedaron excluidos de la votación. Dos de sus respectivos líderes fueron enviados a cárceles en donde todavía languidecen.

El tercero, Frank Habineza, que recibió amenazas de muerte después de separarse del gobernante Frente Patriótico Ruandés (FPR), el partido de Kagame, se frustró por la incapacidad de los donantes internacionales para promover una genuina democracia. “Pido a los británicos y a los demás que inicien acciones atendiendo al campo político en Ruanda. Lo que están haciendo no lo entiendo. Que la comunidad internacional se plantara en lo que respecta al espacio político y a la democracia sería lo que más podría ayudarnos”.

Frank Habineza

Frank Habineza

Habineza dio la bienvenida al trabajo de la Inicativa Africana de Gobierno en Ruanda, pero añadió: “Le pido que exija al presidente Kagame que preste atención a estos temas: democracia y desarrollo económico van de la mano. Decimos que Ruanda está preparada para la democracia. Tony Blair debería decírselo también. No puede haber democracia en un país en donde no existen partidos opositores ni libertad de expresión.”

En años recientes han muerto varios periodistas; otros han sido arrestados. Un general exiliado sobrevivió a un tiroteo en Johannesburgo y Scotland Yard advirtió a dos ruandeses residentes en Gran Bretaña que el gobierno de Ruanda planeaba “una amenaza inminente contra sus vidas”. Un informe publicado esta semana por Aministía Internacional denunció la práctica de detenciones irregulares y el uso de tortura, que incluye descargas eléctricas. ¿Coincidencia? El gobierno de Kagame insiste en que tales incidentes deben examinarse uno a uno. Sus críticos atan cabos y encuentran un patrón que involucra a los escuadrones de la muerte promocionados por el Estado.

Jean Baptiste Icytonderwa, secretario general del Partido Social Imberakuri, afirma que su líder sufrió torturas en prisión. “Como miembro de un partido de la oposición no puedes confiar en tu seguridad”, asegura. “A menudo escuchas que han arrestado o asesinado a algún líder opositor. Otros desaparecen. Otros son perseguidos. Esto significa que nadie que pertenezca a un partido opositor puede sentirse seguro.”

Boniface Twagirimana, vicepresidente del Partido de las Fuerzas Democráticas Unidas, cuyo líder también se encuentra entre rejas, dice: “El presidente Kagame es un dictador. Se comporta como si todavía fuese un rebelde en la jungla. No es un presidente para todo el país: lo es sólo para los miembros del RPF. No quiere abrir el espacio político para permitir libertad de expresión”.

Kagame ha prometido retirarse en 2017, al término de su segundo mandato. Pero Twagirimana tiene sus dudas. “Quizá cambien la Constitución para que pueda seguir donde está. Creo que le gustaría gobernar durante 20, 30 ó 50 años, como Robert Mugabe”.

Algunos observadores aducen que el gobierno del RPF está dividido entre una facción de militares de línea dura que ven la represión como un pequeño precio a pagar por la paz post-genocidio entre hutus y tutsis, y un ala más liberal, sensible a las cuestiones democráticas. Kagame, el militar que se volvió hombre de Estado, batalla de continuo para encontrar un equilibrio entre las dos.

Hace poco Kagame respondió a los críticos de las limitaciones a la libertad de expresión invocando las leyes contra la negación del Holocausto. “Hablan sobre todo de leyes referentes a la ideología del genocidio, las cuales estoy encantado de defender”, dijo al diario METRO, de EEUU. “Los ruandeses no van a tolerar voces que promuevan un regreso al divisionismo étnico que nos condujo al genocidio hace 18 años. Por eso ponemos límites a la libertad de expresión de la misma forma que casi toda Europa ha decidido que negar el Holocausto es un delito. Aparte de eso, Ruanda es un país muy abierto y muy libre”.

El gobierno de Kagame defiende que Occidente no debe imponer en África su concepto de democracia. Entre los defensores de esta visión se encuentra Gerald Mpyisi, director general de los Instituto de Gestión y liderazgo, quien afirma: “El presidente dirige el país como lo haría el CEO de una empresa, asegurándose de que cada director es responsable de su departamento. Es por eso que, pese a la carencia de recursos, las cosas funcionan.”

“Creo que para que un país del Tercer Mundo se desarrolle tiene que existir un cierta organización en la sociedad. Occidente intenta aplicar sus propios parámetros al mundo en vías de desarrollo y eso no es justo.”

Si Ruanda se hubiese mantenido como una especie de Singapur africano, Occidente podría haber seguido haciendo la vista gorda. Pero este año todo parece indicar que la máscara ha terminado por caerse. En junio, observadores de Naciones Unidos acusaron a Kagame de injerir en la vecina República Democrática del Congo al apoyar una rebelión dirigida por sospechosos de crímenes de guerra que ha involucrado atrocidades tales como violaciones en masa. Las pruebas presentadas por Human Rights Watch respaldan la acusación, que Ruanda niega con firmeza.

Blair y Kagame | AFP

Blair y Kagame | AFP

Los donantes internacionales no han tenido otra opción que pegarle un tirón de orejas a Kagame. Su opositores internos quieren ir más lejos. Para Twagirimana “Reino Unido tiene que dejar de financiarle. Todo ese dinero se está usando para para manipular al ejército y pagar la campaña en el Congo. En un país sin un sistema democrático no es difícil desviar los fondos para lo que uno quiera. De ahí de que el dinero se esté utilizando para matar a gente en el Congo. Reino Unido tiene que cesar su apoyo.”

Human Rights Watch es una piedra en los zapatos de Kagame. Carina Tertsakian, una de las investigadoras de la organización, fue de hecho expulsada de Ruanda antes de las últimas elecciones. “Paul Kagame es una figura que parece fascinar a la gente”, nos dice. “Ha sido muy astuto y los gobiernos occidentales han sido ingenuos aceptándolo e ignorando las violaciones y los abusos. Pero hacia el 2010 el gobierno británico tuvo que admitir que las cosas no estaban yendo demasiado bien. Ahora contemplamos a la maquinaria del PR viniéndose abajo.”

Artículo de David Smith publicado en The Guardian el día 12 de octubre http://www.guardian.co.uk/world/2012/oct/10/paul-kagame-rwanda-success-authoritarian

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