Los días 11, 12 y 13 de febrero, se representó en el Teatro Lope de Vega (Sevilla), El Avaro de Molière, de la mano de Atalaya. Un montaje que no para de tener buenas acogidas en los teatros en los que se ha representado. Un síntoma de que ya está siendo un nuevo éxito en el palmarés de esta veterana compañía andaluza.
El Avaro de Molière nos aproxima al tema de la avaricia, no tanto desde la configuración de una sesuda ontología que aspira universalizarse; sino más bien, desde registros que a cualquiera les resulta de lo más familiar para poder entrar en el asunto de in mediato. Su aparente forma desenfada y superficial de abordar tal tema, nos puede “distraer” de que en realidad lo que estuvo haciendo esta veterana compañía, es mostrarnos lo ridículo que es todo lo que nos rodea (aunque es verdad que recurren a lo grotesco a modo de “subir el volumen”, para que no quede lugar a dudas).
Lo cual me conduce a pensar que las reflexiones que nos pueden suscitar a nosotros los espectadores, esta vez dependen de nosotros mismos. Muchas veces en las artes escénicas se nos proporcionan enlaces para acceder a modos más sublimados de abordar un tema; sin embargo, este texto precisaría de una reconstrucción tan grande para hacer las delicias de los “intelectuales”, que para ello es mejor hacer uno nuevo. Ricardo Iniesta (director de Atalaya y del Centro TNT de Sevilla) ha reconocido en varios medios de comunicación que se ha permitido hacer varios cambios al texto original. Esto es: cambiar algunos nombres de personajes a modo de hacer guiños a la actualidad española, suprimiendo partes del texto que consideró irrelevantes para contar lo que quería contarnos desde su interpretación, entre otras cosas.
Quizás Ricardo Iniesta en lo anterior no sea el primero. De cualquier modo, lo importante de tal apuesta es subrayar que la avaricia nos rodea, que quien tiene posiciones de poder las gestiona con tal irresponsabilidad social y egoísmo, que todos salimos perjudicados incluidos los propios avaros. No es cuestión de plantear “moralejas” propias de cuentos populares recopilados en el siglo XIX, sino en realidad de hacernos bajar la guardia con una comedia aparentemente ligera, con el fin de que reevaluemos en dónde estamos: No vaya a ser que una buena parte de la impunidad que disfrutan los avaros en posiciones de poder que es denunciada en esta pieza, se convierta en costumbre “porque no se puede hacer nada más”. Desde luego, no soy optimista en lo que respecta a que este nuevo montaje de Atalaya vaya causar un “antes y después” en el foro público del Estado español. No obstante considero que si está garantizado que los que hemos ido a ver esta versión del Avaro, se nos hayan “colado” en nuestro interior cosas que nos ayudarán estar más alertas cuando veamos gestos que nos induzcan a dinámicas similares a las expuestas en esta pieza.
Desde hace más de una década, en España se ha hecho una constante el destape de casos de corrupción en la política o altos cargo de las grandes empresas de este país. Y como muchos de ellos se quedan a medias en las condenas (en consonancia con las incidencias a nivel material y moral que han tenido), y los que sí se les condenan con penas que de un modo u otro satisfacen a la opinión pública, se nos han hecho tan pocos, que la sensación de impunidad de estos avaros se mantiene casi intacta.
No se puede negar que esta obra es entretenida y tiene sus puntos donde no hay manera de contener la risa (aunque haya chistes un tanto bobalicones, pero no menos justificados que se corresponden con la lógica interna de la estética y el tono del texto original de Molière). Por tanto, se nota que desde la dirección y los intérpretes de Atalaya, se ha hecho una profunda investigación escénica para alcanzar el grado de consistencia que se nos presenta en escena. He allí que les reconozca que me costó un tiempo entrar en la obra, porque fui al Teatro Lope de Vega con la predisposición de encontrarme algo diferente a lo que se nos representó. Quizás haya sido ingenuo o tan sólo me sorprendieron, pero el caso es que me encontré con una gama cromática en su puesta en escena que percibí diferente a las obras que he visto de Atalaya a día de hoy (oscilando entre colores pastel y vivos). Observé como la corporalidad de sus intérpretes articulaba sus reconocibles partituras de movimiento, con gestos que sabían sacarle partido a ciertos estereotipos para explotarlos a sus favor ¡De esto se trata interpretar una obra!
Por otra parte, Atalaya volvió a mostrar maestría a la hora de configurar el espacio escénico con el juego que fueron haciendo con esas puertas. Esto es: Las mismas ayudabas a disponer una arquitectura a su antojo, en la que lo simbólico y la posibilidad de cambiar de escenarios (la calle, el lugar residencia de Harpagón, o el de Melisa) estaban de la mano. Asimismo, fueron un elemento fundamental para brindar de dinamismo durante el desarrollo de las canciones que formar parte de esta comedia musical. Desde luego, esa labor tan minuciosa que hace Atalaya con el espacio escénico, es lo que demuestra que da igual el tema o la obra que traten, así es cómo se gana la credibilidad del público más exigente
Por cosas como estas sigo defendiendo a los profesionales veteranos porque, con demasiada facilidad se les arrojan sospechas de que se han “estancado”. ¡De ningún modo! invito que se les observe con atención su evolución, y dejemos esa idea de que: “Una vez que ves tres o cuatro obras, ya las has visto todas”. Prefiero que se sea sincero, y se diga: “Yo ya he visto suficiente de esta compañía, me decanto por ver otras cosas”. Respetemos la tradición y los modos de trabajar de las compañías más veteranas, y en especial en ejemplos como los de Atalaya (una de las compañías con más proyección internacional de Andalucía en los últimos lustros). Con el añadido, que desde el Centro TNT se ha generado una suerte de “linaje” de profesionales que siguen un lenguaje y unos principios a la hora de abordar la tarima, que ha marcado de forma innegable a los que hacen teatro contemporáneo al menos en Sevilla.