Seleccionar página

Como quien busca piezas para reparar su coche en un desguace, los integrantes de esta compañía andaluza hicieron una tarea genealógica, en lo que se refiere a cómo ha sido la recepción de la historia de la violación de Lucrecia datada en el año 500 A.C, hasta nuestros días. Reflejo de ello, es que los mismos han partido de la versión de William Shakespeare para repensar esta historia.

 

Siendo que ese halo “mitológico” que se le ha concedido como un modo de minimizar lo que lleva sigo esa historia, nos aboca a desprestigiar a aquellas personas que han dedicado toda su empresa a reflexionar y a visibilizar las numerosas violencias con las que han lidiado las mujeres en los llamados países occidentales. Asimismo, invertir tiempo en culpabilizar a las personas que hemos heredado las nefastas prácticas y mentalidades de nuestra “tradición” cisheteropatriarcal, considero que nos desviaría en el momento de constituir una sociedad cohesionada. No vaya a ser que sólo le estemos hablando a los “convencidos”, a los “militantes”…, de dichas causas, en vez de invertir esfuerzos y recursos en cristalizar una tarea pedagógica que, de un modo u otro, nos redima a nivel individual y colectivo.  De lo contario, continuaríamos y consolidaríamos una guerra por el poder, teniendo como objetivo la hegemonía en el campo de los discursos y las prácticas.

Aún así, a esta versión de La Violación de Lucrecia de El Teatro Clásico de Sevilla conviene evaluarla desde el lugar en el que se expresa, es decir: el rol que ha adoptado Lorena Ávila en su interpretación, es el de una persona que está haciendo una especie de “conferencia performática” en la que a la vez de defender, fervientemente, su línea editorial (al ser algo que la interpela en todos los sentidos); ella está haciendo caer en la cuenta, a nosotros los espectadores, de que lo que ha sucedido y está sucediendo con las mujeres por el mero de serlo, no es una cosa que se ha “apaciguado” del todo, al estar vigentes una serie de legislaciones que, formalmente, las iguala con los varones en occidente.

 

 

Dicho esto, ¿en qué quedaría entonces esta obra dirigida por Alfonso Zurro? Pues, en un grito de dolor y de reivindicación política que; de un modo u otro, trata de actualizar debates que llevan décadas presentes en los “espacios de lo público”, y que todavía nos se han despejado. Al menos, a día de hoy, está claro con quien no podemos contar y combatir con todos los instrumentos democráticos con los que disponemos, los reaccionarios. Esto es: individuos que no se cuestionan su lugar en el mundo, y que ante la mayor conquista de espacios de los feminismos y de los colectivos LGTBI+, sienten amenazados sus privilegios y las estructuras que les han erigido en donde hasta ahora se han desenvuelto. No culpo a aquellas personas que los ven como los principales obstáculos, dado que ponen en duda cosas como las violencias machistas y todas las identidades y modos de ser sexual de este mundo. Por eso defiendo que debemos centrarnos en el cómo y el por qué hacerles frente, para tejer alianzas y madurar juntos.

En esta línea, la interpretación de Lorena Ávila pone rostro a lo que es realmente importante: el que estas violencias no se vuelvan a ejercer, y que la comprensión de nuestro legado cisheteropatriarcal nos sirva como punto de partida de cara a la refundación de valores, conceptos y prácticas. Esta versión de La Violación de Lucrecia, nos recuerda, a nosotros los espectadores, que aunque nuestra cultura es fascinante y muy rica, ésta está contaminada. No con esto quiero decir que no vale, y que debemos “desprendernos” de todo lo que nos ha hecho posibles; sino en realidad, de que está nuestro alcance una “oportunidad mesiánica”, en tanto y cuanto que nosotros, los sujetos políticos de derecho, transformemos de un modo performativo todo. Demostrando que los que está vigente no es la “Ley de la Naturaleza”, es el resultado de un ejercicio colectivo e individual que, en mayor o menor medida, depende de cada uno de nosotros el que se consuma.

 

 

En lo que respecta a la puesta en escena y a la extraordinaria interpretación de Lorena Ávila, cabe destacar: que el diseño de iluminación en diálogo con las proyecciones, se pusieron a la par, magistralmente, con el ritmo y los cambios de roles de “conferenciante”, de Lucrecia y mujer que vive a día hoy en occidente, por parte de esta actriz andaluza. Posibilitando que esta obra se desarrolle en un bloque sólido que, en ocasiones, se lleva por delante a su público, por el magnetismo y la contundencia en cómo se va sucediendo los hechos. Y justo esto me parece capital a la hora de dirigir un monólogo teatral. Es decir: las cosas no se han de poner al servicio del intérprete para que «luzca». Puesto que su trabajo ha de ser entendido como un miembro más de un conjunto, que es la representación de una pieza escénica.

He allí que me gustaría situar el foco en cómo su dirección y cada uno de los profesionales implicados, han conseguido articularse para dar con un resultado de gran calidad y altura. Sí, de esos trabajos que me han hecho preguntarme, el por qué, por ejemplo, las clases universitarias no recogen proyectos como este para enriquecerse en su “puesta en escena” y su manera de hacer más efectiva la llegada de contenidos a los estudiantes en juego. Sinceramente, que estos son los momentos en los que yo lamento que las artes escénicas no estén más integradas en nuestra sociedad, ya que van a la raíz de la condición humana en cada una de sus manifestaciones. Por si queda alguna duda, no trato de poner en una cima a estas nobles disciplinas, sino en realidad, de hacer entender que esto en ningún caso debe estar reservado a sus “fans” y profesionales que están relacionados con su conservación y desarrollo.

 

 

 

 

Comparte este contenido