Originaria de Finlandia, la violonchelista Liina Leijala es actualmente directora artística y ejecutiva del Centro de Música Barenboim-Said. Liina Leijala se graduó en la Academia Sibelius de Finlandia y continuó sus estudios en la Universidad de Música y Artes Escénicas de Viena, así como en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Anteriormente, ha trabajado con la Orchestra Academy Ossiach (de la Orquesta Filarmónica de Viena), el Cuarteto Barbirolli y la Mahler Chamber Orchestra. También tiene una plaza en la Wiener Musikakademie de Viena. Ha actuado como solista y como violonchelista de cámara en todo el mundo, y ha ganado premios como el EBU Young Soloists y el Gaetano Zinetti, entre otros. Actuó recientemente en el Festival de Klangwolke, en Austria, el mayor festival de música clásica de Europa, frente a una audiencia de más de cuarenta y cinco mil personas. Liina cree que la música clásica al más alto nivel tiene un profundo impacto en las capacidades intelectuales y cognitivas de los individuos.
Javier Medina Bernal: ¿Vienes de una familia aficionada a la música? ¿A qué edad empezaste a tocar y qué tipo de música escuchabas en tu infancia?
Liina Leijala: Mi padre es matemático y mi madre, psicóloga. Son músicos aficionados y tocan el piano y la guitarra, respectivamente. El aprecio por la música clásica y la cultura en general viene del seno del hogar. Escuchábamos desde Leonard Cohen hasta Sibelius. Mis padres pusieron mucho empeño en que recibiéramos educación musical, empezando por el jardín de infancia y continuando con los estudios de instrumento en una escuela de música. También nos animaban a pintar, a dibujar y a leer. Tenía ocho años cuando empecé a tocar el violonchelo. Antes había tocado el violín junto con mi hermana gemela, pero a mí el violín nunca me llamó la atención del todo.
J. M. B.: ¿Cómo fue crecer en Finlandia y de qué manera influyó en tu trayectoria musical?
L. L.: Cuando me mudé de Finlandia, me di cuenta de lo espacioso que es mi país y me percaté del abundante espacio que hay allí para cada persona. Este espacio juega un papel importante en la forma de pensar y en el «tempo» interior. El vecino más próximo se puede hallar a una gran distancia. Somos poco fogosos al expresarnos.
Cuando crecí en Finlandia, jugaba y practicaba todo tipo de deportes al aire libre, nadaba, pasaba tiempo en el bosque y en el lago. Es una vida muy apegada a la naturaleza, rural, que te proporciona una gran cantidad de tiempo para la introspección —nada que ver con un estilo de vida urbano—. En definitiva, uno es —como músico y como persona— una compleja síntesis del entorno, las experiencias y la genética.
J. M. B.: Cuéntanos un poco sobre el entrenamiento musical que recibiste y sobre lo que piensas de las academias de música en general.
L. L.: Cuando decides estudiar música clásica, entras en un túnel de desarrollo infinito. Me di cuenta desde muy temprano de que se me exigía mucho, pero, si no hubiera sido así, habría pensado que yo no les interesaba ni a mis profesores ni al mundo de la música en general. Mirada desde fuera, la educación que recibí puede llegar a parecer muy rígida. Pero la cuestión tiene sus matices, porque una vez que te empeñas en lograr algo, sacrificas todo por ello. Pasé mucho tiempo en clase, estudiando y practicando, pero era eso lo que quería. Eso era mi libertad, aunque pueda sonar controversial.
Estudiar en una academia te provee de esquemas y horarios. Eso es bueno, por un lado, pero, por otro, existe el inconveniente de que se termina esquematizando un proceso muy abstracto que en realidad no debería estar sujeto a límites de tiempo.
Las academias de arte son las encargadas de abastecer de músicos a las orquestas y estas, como es natural, compiten entre ellas para crearse la mejor reputación. Determinadas expectativas y la mentalidad actual del ser humano en general provocan que las academias funcionen como fábricas de músicos en serie, y eso no siempre va de la mano del genuino espíritu de la música.
La gran mayoría de la gente tiene que pasar por un arduo proceso de evaluación de competencias y conocimientos formales para acceder a algunas de las plazas que ofrecen las academias. En nuestra época, la destreza técnica se ha convertido en la cualidad más apreciada. Sin embargo, encontrar una persona con auténtico talento musical es extremadamente raro y, una vez que se encuentra, debería asegurársele un lugar. La tendencia actual es centrarse en lo mecánico. Eso me parece aburrido y superficial.
J. M. B.: Aparte del violonchelo, ¿tocas otro instrumento?
L.L.: La verdad es que no toco otro, por desgracia.
J. M. B.: ¿Y qué otro instrumento te gustaría tocar como solista?
L. L.: Si estuviera a tiempo de convertirme en una gran experta en algún otro instrumento, escogería el piano. El piano es como la orquesta, como pianista manejas toda la complejidad del contexto armónico.
J. M. B.: ¿Cuál dirías que es la mayor diferencia entre tocar música de cámara para un público reducido y tocar para más de cuarenta y cinco mil personas, como lo hiciste en el Festival de Klangwolke?
L. L.: Cuando hay menos gente en la sala, sientes que tienes una interacción más minuciosa y concienzuda con los miembros del público. Esta situación me pone más nerviosa que tocar para mucha gente.
J. M. B.: Viena es conocida en todo el mundo como la cuna de la música clásica (Beethoven, Mozart, la familia Strauss, Schubert, entre muchos otros). Pero, por supuesto, como una de las capitales de Europa, Viena tiene mucho que ofrecer. ¿Cómo es el panorama musical de Viena en lo que respecta a otros géneros como el jazz, el rock, la música latina, el pop?
L. L.: Viena es tradicionalmente conocida como la capital de la música clásica. Hay mucho de cierto en ello, pero hay cosas maravillosas que suceden en todo el mundo en materia de música de las que Viena también podría aprender. Viena ofrece una gran variedad de conciertos cada año que abarcan muchos géneros diferentes.
J. M. B.: ¿Aparte de música clásica, escuchas otro tipo de música?
L. L.: Una gran parte de la música que escucho en casa no es clásica. Lo bueno es bueno, sea cual sea el género.
J. M. B.: ¿Qué música nos sorprendería encontrar en la casa (álbumes, discos compactos) o en las listas de reproducción (Spotify, Youtube) de una violonchelista de música clásica como tú?
L. L.: Coldplay, Iyad Rimawi, clásicos del jazz, U2 y, por supuesto, Justin Timberlake (risas).
J. M. B.: Nómbranos cinco discos (o piezas musicales) que te llevarías contigo a una isla desierta.
L. L.: La 9.ª sinfonía de Dvorak, la 9.ª sinfonía de Bruckner, El concierto para violín de Tchaikovsky, los grandes éxitos de Coldplay, la suite Karelia de Sibelius.
J. M. B.: Les he oído decir a muchos músicos clásicos que hacer la transición a la música popular, si se desea, sigue siendo muy difícil. ¿Es cierto? Si es así, ¿a qué se debe? ¿Hay elitismo y jerarquías políticas en el mundo de la música clásica?
L. L.: Creo que en esta vida podemos hacer lo que queramos y que no debemos prestar demasiada atención a lo que opinan los demás. Ser fiel a uno mismo es probablemente una buena opción si para uno lo primordial es ser feliz. Estoy segura de que por ahí siempre habrá quien piense que es mala idea mezclar o fusionar estilos, o hacer el llamado crossover musical. Pero quizá sea bueno sobresaltar a la gente un poco.
Como en muchos otros ámbitos de la vida, también en la música clásica la gente quiere creer en algo y quiere pertenecer a un grupo. Los grupos y sus jerarquías internas son el resultado natural de que personas con intereses similares se encuentren. Pero los grupos también pueden desarrollar un patrón de pensamiento estancado que lleva a repetir viejos (y malos) hábitos.
Formar parte de un grupo de élite, o de cualquier grupo, puede parecer inofensivo, pero tiene sus peligros, como sabemos gracias a la historia mundial reciente. Creo en el pensamiento independiente y en ir contra la corriente si es necesario.
En mi opinión, quien se considere parte de la élite ha bloqueado la cualidad esencial para ser un músico: la vulnerabilidad.
J. M. B.: ¿Compones música?
L. L.: Actualmente, no tengo espacio libre en mi mente para escribir música, pero lo hice de niña y de estudiante.
J. M. B.: Voy a mencionar a algunos compositores y músicos y me gustaría que me dijeras, en una palabra, o en una frase breve, lo primero que se te viene a la cabeza cuando lees sus nombres. Aquí vamos:
Mozart
L. L.: Luz.
J. M. B.: Rostropovich.
L. L.: Bloch.
J. M. B.: Beethoven.
L. L.: Columna.
J. M. B.: Marta Argerich
L. L.: Pájaro.
J. M. B.: Daniel Barenboim.
L. L.: Leyenda.
J. M. B.: Jean Sibelius.
L. L.: Bosque.
J. M. B.: Pablo Casals.
L. L.: Dedos.
J. M. B.: Música rock de Finlandia.
L. L.: Palabra.
J. M. B.: Yo-Yo Ma.
L. L.: Humano.
J. M. B.: Chopin.
L. L.: Pastel.
J. M. B.: ¿Está entre tus planes grabar un disco como intérprete?
L. L.: Actualmente estoy en proceso de editar un álbum. Espero que se publique pronto.
Me gustaría grabar más piezas desconocidas en el futuro, hay mucha música por descubrir.
J. M. B.: ¿Qué compositor de música clásica adoras por encima de todos, el que está más cerca de tu corazón, más allá de su importancia histórica, y por qué?
L. L.: Antonín Dvorak. El representante de la época romántica que más se acerca a mi forma de entender la música.
J. M. B.: Me dijiste una vez que en el mundo de la música clásica los más cerrados de mente son los intérpretes, los instrumentistas; que son precisamente los compositores los que tienen una actitud mucho más lúdica y libre a la hora de concebir la música y que, por tanto, ven con buenos ojos la experimentación y la reinterpretación de la música. ¿Podrías darme algunos ejemplos concretos de esto?
L. L.: Lo curioso es que a menudo estudiamos cómo una pieza ha sido interpretada tradicionalmente en lugar de concentrarnos en las indicaciones musicales de expresión que contiene, o bien obedecemos las indicaciones del compositor como si fueran la verdad absoluta. Mi experiencia es que los compositores son la cúspide intelectual de la jerarquía de la música clásica y, de hecho, tienen una apertura y una elasticidad para el cambio que los instrumentistas no suelen tener. Esto se debe quizá a que buscan la superación artística en lugar de la seguridad.
Elegir que vas a dedicar tu vida a la composición ya es un camino inseguro y solitario, por lo que los compositores no suelen estancarse en minucias, ni tienen miedo a la innovación; lo he podido comprobar al trabajar con varios compositores vivos hoy.
J. M. B.: ¿Crees que, de estar vivos, a compositores como Beethoven, Mozart o Erik Satie les interesarían las nuevas tecnologías con las que se hace música en la actualidad?
L. L.: Es bastante probable que sí.
J. M. B.: Hay muchos libros que nos ayudan a comprender el contexto histórico o la biografía de un compositor, o incluso algunos detalles relacionados con la parte teórica de la música, para entender mejor la propia obra musical. Ahora internet está lleno de youtubers que hacen lo mismo: nos dan detalles históricos y anecdóticos para enriquecer nuestra experiencia al escuchar una pieza. ¿Estás de acuerdo en que este escarbar en la historia y la vida de los músicos es importante a la hora de disfrutar —o, digamos, entender— una composición? ¿Puede la gente gozar de una obra sin ningún tipo de contexto histórico o biográfico? ¿Hay alguna ventaja en no saber nada en absoluto sobre las obras que se escuchan?
L. L.: La sensibilidad por la música está escrita en el ADN humano. Independientemente de la educación o los conocimientos, los seres humanos e incluso los animales reaccionan a la melodía y al ritmo. Esto sugiere que podemos disfrutar y sentir la música sin ninguna información de fondo. A medida que avanzamos y profundizamos en cualquier tema que nos guste, la cantidad de detalles aumenta. Tener conocimientos musicales depura definitivamente nuestra capacidad de interpretación. Cuando me ocupo en una nueva pieza, me informo sobre los antecedentes históricos y teóricos de esta. Puede que escuche interpretaciones anteriores (a no ser que sea una pieza que no se haya tocado nunca), pero después de ese proceso no vuelvo a mirar esos detalles. Ser demasiado respetuoso con el trasfondo histórico/musical de la pieza puede ser peligroso, porque llega a coartar la creatividad. En la música no todo se puede explicar. Perdernos de disfrutar y aceptar la magia de lo inexplicable es el mayor crimen que pueda ocurrir. La interpretación musical es compleja, susceptible de cualquier pequeña perturbación; debe ser un equilibrio entre lo concreto y lo abstracto: inclinar demasiado la balanza hacia uno u otro lado puede llevar a la decepción.
J. M. B.: ¿Te gusta la música microtonal?
L. L.: Me encanta la microtonalidad en la música y estoy familiarizada con ella.
J. M. B.: ¿Escuchas música de Oriente?, ¿Qué importancia tiene esta en la de Occidente?
L. L.: Me interesa Oriente desde niña. Esto se debe a que tenía curiosidad por saber de dónde viene lo que hoy llamamos civilización. Ni Europa ni Occidente son el centro de la tierra y nuestra música no es la única que existe. Aquí en Europa hemos adoptado las estructuras de la sociedad, la medicina, la música y muchas otras cosas de Oriente Medio. Hay mucha música, tanto clásica como no clásica, que remite a Oriente
J. M. B.: ¿Podrías recomendar composiciones en las que esté presente la fusión entre las dos?
El Schelomo de Bloch para violonchelo y orquesta tiene momentos con microtonos. También recomiendo a un compositor de cine sirio llamado Iyad Rimawi que combina fantásticamente estas dos culturas sonoras.
J. M. B.: ¿Qué importancia tiene para ti enseñar música?
L. L.: Creo que enseñar música es inherente a ser músico. La música describe la vida humana, y parte de la vida humana es traspasar a las nuevas generaciones lo que uno ha adquirido con la experiencia. Soy algo nueva en lo de la enseñanza, pero el estar en constante contacto con mis estudiantes es lo que precisamente me enseña a enseñar.
J. M. B.: Cuéntanos en qué consiste la Fundación Barenboim-Said, cuáles son sus objetivos y logros hasta ahora.
L. L.: La Fundación Barenboim-Said es una creación del maestro Daniel Barenboim y del difunto profesor e intelectual Edward Said. Soy directora de la Fundación Barenboim-Said en Palestina, que tiene organizaciones hermanas en España, Alemania y Estados Unidos. Nuestro objetivo es ofrecer educación musical clásica de alto nivel a los niños y jóvenes palestinos. Hemos crecido enormemente en los últimos años y actualmente tenemos una academia con ciento sesenta alumnos estudiando diferentes instrumentos; ciento veinte alumnos de parvulario y cientos de alumnos de apreciación musical en las escuelas normales de Ramallah. Hay varios palestinos que, gracias a nuestra fundación, se encuentran hoy estudiando en universidades de música. También hemos fundado una orquesta, la Filasteen Young Musicians Orchestra, que recientemente se ha presentado exitosamente en prestigiosos lugares de música, como el Musikverein de Viena. El proyecto está creciendo y estamos llegando a más y más palestinos. Estoy especialmente contenta por los recientes programas que hemos realizado en los campos de refugiados. Todo esto es posible gracias a la Junta de Andalucía, nuestro patrocinador a largo plazo, así como al Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Alemania, que ha facilitado nuestra reciente expansión.
J. M. B.: Finalmente, ¿hay algún consejo que puedas darles a los jóvenes que quieran dedicarse a la música?
L. L.: Si amas la música, sigue caminando junto a ella. (Si no amas la música, encuentra lo que amas). Por medio de la música puedes alcanzar la plenitud, pero no sin esfuerzo ni malestares. Hay que aprender a tolerar y superar las decepciones y las críticas, creer en tu instinto y en ti mismo cuando nadie más lo haga. Puede que un día te rechacen y que al siguiente te acepten.