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Por Mr. Kropka

Hace unos días estuve en Madrid por asuntos mundanos de migración. Aproveché y visité a una querida amiga con la cual compartimos charlas interminables sobre cuestiones “profundas” y otras que simplemente fueron cotilleos sobre personas y personajes cercanos como las que se dibujan en La gran belleza, (La Grande Belleza, 2013) de Paolo Sorrentino, uno de los pocos directores decentes que tiene Italia en la modernidad.

Como en la Roma hermosamente retratada en la película de Sorrentino, hablamos de esas personas de dinero y poder concentradas en las capitales europeas. Nos pusimos al tanto de los clubes secretos de drogas para juniors y de algunos de ellos que juegan a creerse mafiosos. De los  padres que no pueden dormir si no saben que tienen  10 millones de euros en su cuenta. Compartimos historias de niñatos locos dispuestos a amargar la vida de sus padres por revanchismo al no tener la atención que de niños necesitaban (o por alguna locura congénita). También nos comentamos de esos otros hijos que se han alegrado de que la crisis golpeara la gran fortuna  familiar y los obligara a mirarse a los ojos por primera vez y saberse que no eran omnipotentes. Que por más hedonismo y poder, siguen siendo humanos;  enferman y mueren viejos en el mejor de los casos; en el peor, sus propios secretos los llevarán a la tumba antes de lo esperado. Terminamos diseccionando los funerales y su hipocresía surrealista con bandejas de lexatín y otros calmantes para no perder el control, pues toda muestra sincera de dolor atenta contra la cortesía de la sociedad bien llamada hipocresía. Todo podría ser sacado de la La gran belleza, pero no, es la pura realidad.

En el futuro todos estamos muertos.

La gran belleza se ocupa de la vida en el aquí y ahora donde los dioses nos han dejado solos con tantas preguntas. Paolo Sorrentino nos presenta la brutalidad de esa realidad vacía en la que la forma vale más que el fondo. Donde parecer tiene mayor valor que ser.  En ese umbral se encuentran nobles decadentes que se alquilan, artistas que no saben explicar lo que hacen; religiosos que no tienen ni puta idea de la espiritualidad; intelectuales que se reúnen para hablar de cosas vacías. Todos jugando el juego del contrato social para sentirse encajados en algún sitio, intentando obtener un poco de afecto al saber que no pueden aspirar a más, pues lo más es su cotidianidad. Lúcidos de pensamiento pero incongruentes con su vida por no saber cómo arribar al encuentro con la reconciliación del ego hecho pedazos, o simplemente por vicio.

El hilo conductor de este relato es Gep Gambardella (Toni Servillo), el rey de los mundanos; periodista de profesión que en su juventud escribió un libro y le bastó para ganarse una reputación y un sitio en las élites del ombligo del mundo. Gep es el tipo de hombre que tiene amigos capaces de abrir para él los más bellos palacios de Roma.

  • ¿Y qué trabajo tienes? -pregunta Gep mientras camina con una invitada a sus reuniones.
  • Soy rica -Responde ella.

Hay personas que nacieron ricas y no saben hacer otra cosa. Gep al final del coito con la mujer rica que se empeña en mostrarle sus fotos en Facebook, descubre que no quiere pasar más tiempo con ella. Que a sus 65 años ha descubierto que no tiene tiempo para hacer cosas que no quiere hacer. Triste descubrirlo a esa edad, pero es más triste cuando algunos no lo descubren jamás.

La película se mueve en el vaivén del presente al pasado, jamás al futuro, quizá porque la nostalgia es la distracción cuando no se cree en el futuro; apunta el mejor amigo de Gep en el film. El relato no se detiene en la construcción de imágenes poderosas o en el discurso intelectual, nos hace preguntarnos  ¿Si es mejor refugiarse en el pasado donde se tiene la certeza que se habitó porque la incertidumbre del futuro es aplastante y el presente insatisfactorio? Nunca antes en la historia de la humanidad se ha temido tanto por el futuro, me hace sentir la película de Sorrentino. A pesar de la arriesgada apuesta del director napolitano, su película no tuvo los méritos suficientes –en la opinión del jurado- para hacerse con alguno de los premios en Cannes 2013. Una lástima ya que ejercicios como La gran belleza se suelen hacer pocas veces al cabo de muchos años.

En resumen, La gran belleza nos muestra un abanico de personajes, situaciones, planteamientos e imágenes preciosas y horribles que nos hacen pensar, sentir, cuestionar, no entender. Paolo Sorrentino logra transmitir aquello que se teme de las ciudades. Hace un retrato detallado y a veces con aumento de las decadencias del hombre occidental porque sabe que al fin y al cabo las ciudades perduraran un poco más que las personas.

  • La muerte es la cita mundana por excelencia -dice Gep Gambardella a Ramona.

La gran belleza no se ocupa de lo que hay más allá de la muerte.


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