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La Sala ZM es un espacio que de vez en cuando se presta para representaciones muy singulares. Desde fines de curso de artes escénicas; a trabajos que, digamos, no han tenido todas consigo para ser exhibidos en espacios convencionales; y cómo no, aquellos que precisan tener a sus espectadores muy cerca: un lugar en que no han faltado creaciones maravillosas e inolvidables.

 

En este caso, se nos presentaron dos piezas en sus versiones más desencarnadas e informales, esto es: imagínense un espacio en el que su única iluminación son unas lámparas colgadas del techo emitiendo una luz propia de un búnker y sonando, accidentalmente, canciones de tango rioplatenses. De primeras, uno se puede refugiar en que esto es un “desastre”, una “falta de respeto” a los espectadores o estos bailarines “quiénes se creen”.

Lejos de dejar de reconocer que las condiciones materiales no son las propicias para el disfrute de estas dos piezas y para ponerlas en el lugar que realmente merecen. El caso es que esa aparente “dejadez”, brindó un marco en el que Charis Taplin y Coco Villarreal bailaron despreocupados y entregados de lleno a la dimensión en el que se sumergen durante sus respectivas interpretaciones. Muestra de que tuvieron la templanza y el “espíritu lúdico” de incorporar aquellas canciones con naturalidad, a pesar de que eran tan discordantes con la estética a la que se deben sus tradiciones. Al rato, nosotros los espectadores, ya estábamos caldeados para ejercitar una “escucha activa”…

 

Foto: Rafa Núñez Ollero

 

 

Sin lugar a dudas, me he quedado con la curiosidad de conocer el cómo se verían ambas piezas tal y como estos profesionales la han representado en otras ocasiones, pero considero muy ilustrativo pasar por este tipo de experiencias, evitando acostumbrarme demasiado a las grandes producciones que se nos programan en los principales festivales y teatros de España. Lo cual es uno de los caminos que conviene recorrer, con el fin de conseguir un conocimiento más completo del espectro en el que se desarrolla la realidad profesional de las artes escénicas. Sin más que añadir, les doy paso a mis comentarios y reflexiones sobre Walking Glue y Precarious:

Walking Glue va a un ritmo tan progresivo, que da la sensación de que Charis Taplin ha cambiado el espacio-tiempo durante su representación. Mientras tanto, permanecía latiendo en su interior una especie de “energía” que se retroalimentaba a la par que ejecutaba cada uno de sus movimientos.  Probablemente, ella estaba inmersa en un “viaje” en el que su cuerpo y espíritu trasmutarían a otros componentes, y no menos importante, a otras funciones. Lo cual me invitaba a pensar que de un acto del ser más inesperado y, aparentemente, insignificante puede brotar el origen de una “nueva era”.

 

Foto: Rafa Núñez Ollero

 

 

Claro, que lo más común es asociar esto a algo que le está pasando a una persona que está “alienada”. Pero dicha predisposición llevada al acto artístico, nos priva de acceder a la poesía y, en parte, a la filosofía. En tanto y cuanto, que una obra artística con la que conectemos nos impulsa a un estadio, en el que concebimos a lo cotidiano como algo compuesto de un conjunto de “orientaciones” susceptibles de ser reformuladas. A la vez que nuestra inteligencia y sensibilidad se “divierten”, entrenándonos de cara a constituir otro tipo de realidades dentro y fuera de lo que nos excede como seres humanos. De esta manera, la expresividad del cuerpo de Charis Taplin desvela que a nosotros (intérprete y espectadores) no nos hace falta consumir estupefacientes ni migrar a los lugares más recónditos, para asir y comprender todos los misterios del mundo.

En cambio, si nos aproximamos a Precarious, nos encontramos ante el fruto de una exhaustiva investigación corporal sobre cómo sostenerse desde posiciones frágiles e inverosímiles. Metáfora de un individuo que está expuesto a que en medio de sus aventuras y desventuras pone en juego su integridad física y mental. No obstante, Coco Villarreal ha dominado duros entrenamientos en todos los ámbitos: su cuerpo está fibroso y ágil y su mente permanece tranquila y concentrada durante la representación. Más ello no le libró de caerse una y otra vez o de correr con el cuerpo resentido, y justo ese fue el precio que pagó por aumentar su experiencia y sabiduría para con su danza.

 

Foto: Rafa Núñez Ollero

 

 

Ahora bien, es fascinante como este profesional mexicano ha traducido lo que entiende por danza butoh, en algo muy gráfico: casi como si fuese una caricatura, pero conservando la “carnalidad” de un hecho trágico por definición. Y aún sí me transmitía una paz… En esta línea, me inclino a pensar que Coco Villarreal ha convertido a Precarious en una “meditación”, en la que pasa a un segundo plano el salir “exitoso” en los equilibrios en los cuales se arrojaba a probar suerte. Puesto que, de un modo u otro nosotros, en tanto seres humanos, poseemos la “elasticidad” suficiente para que el espacio más pequeño o la postura más incómoda se conviertan en un “lugar de paso”, dirigiéndonos a nuestros respectivos horizontes.

Aquí no se trata de minimizar las dificultades y el dolor que puede suponer a uno tratar de superar, dialécticamente, los escenarios con los cuales uno ha lidiado en vida; sino más bien, de comprendernos a nosotros mismos y a los que nos rodean a través de una hermosa creación escénica que nos plantea una antropología sobre la condición humana.

 

 

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