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Hay un principio que se aplica de manera similar cuando uno interpreta un texto de artes escénicas, recita poesía o incluso dice algo durante un programa de radio, que versa: “Cada palabra tiene un color y un sabor”.

 

En esta medida, corresponde confiar en el peso semántico y cultural que poseen las palabras, así las “sobre actuaciones” de uno no enturbiarían la transmisión del mensaje que estaría en juego. Y precisamente, dicho principio se aplica de un modo ejemplar a lo largo de la representación de Las banderas no dan calor, siendo que la dirección de María Marín y las interpretaciones de Adela Castaño y José Carlos Pérez están tan bien calculadas, que ellos han obrando como las herramientas fundamentales para que este texto brille como merece.

Les hablo de un texto que supo desmarcarse con elegancia y contundencia, de todos aquellos guiones de cine y teatro que de un modo u otro, han puesto bajo sospecha a los trabajos que abordan la realidad de la Guerra Civil Española, su posguerra, etc.…, como “panfletos de rojos llorones” que han perdido aquella guerra, que todavía sigue generando tantas incidencias en la sociedad española en nuestros días. Pues, los personajes  de Pedro y María representan esa tensión interna que se apropia de uno, cuando se está en un terreno tan inhabitable que la ejecución de nuestros propios deseos y proyectos vitales, pueden resultar más una trampa que situamos en las puertas de nuestras “madrigueras”, en vez de ser horizontes a los cuales hemos apostado dirigirnos.

Foto: Dani R. Chelios

Foto: Dani R. Chelios

 

A mí no me cabe duda de que las intenciones de María y Pedro son legítimas. He allí que la riqueza que reside en el diseño de ambos personajes, es distinguible cuando uno se percibe influenciado ante las vehementes defensas de sus respectivas posturas. No con ello quiero decir que uno a título individual pueda sentir mayor afinidad hacia uno u otro tras ver esta obra, pero es un hecho que el contexto en el que se desenvuelven los pone tan al límite, es tan cruel… ; que no es de extrañar, que ambos no sepan dar la mejor versión de ellos mismos.

Lo cual atentó directamente a su relación de pareja joven. Sí, personas que como cualquier ser humano tienen sus “cositas”, pero que se quieren por encima de todo. Entonces ¿Cómo saber conservar los cuidados hacia el otro, hacia lo que realmente importa. Si “hacer las cosas bien” no es garantía de nada? Es Tan asfixiante lo que María y Pedro viven, que ellos se terminan deshumanizando el uno al otro, e incluso a ellos mismos; a costa de intentar dar de sí para que sus entornos les dé un mayor margen de maniobra.  Así, Pedro siente que ya no hay nada que perder, salvo la dignidad como ciudadano, y por extensión, como ser humano. En cambio, María más que “rendirse”, diría que prefiere sacrificar lo que haga falta para poder recuperar algo de tranquilidad, y disfrutar de su relación con Pedro.

Foto: Dani R. Chelios

Foto: Dani R. Chelios

 

Por tanto, no hay forma de defender los atropellos y violaciones a los Derechos Humanos que se cometieron, sistemáticamente, durante la dictadura de Francisco Franco. Aunque si se ha de invertir esfuerzos en dar con fórmulas que nos ayuden a entender mejor lo que se vivió en esos días, sin que ello implique caer en dinámicas en el que los que percibimos como los “otros”, queden en un lugar en el que han de dar disculpas por su mera existencia, en tanto personas que se situarían en otro lado del “espectro” que, artificialmente, nos condiciona. Esta producción andaluza, no es equidistante, pero si pone rostros a las consecuencias de la falta de derechos y abusos por parte de quienes se creían dueños de un país que quedó traumatizado.

En definitiva, Las banderas no dan calor me parece un trabajo maravilloso, estremecedor y nada pretencioso. De verdad, que gusto es encontrarse con piezas que saben compatibilizar el tratar a sus espectadores como seres inteligentes, mientras se responsabilizan de sus decisiones. En especial en España, donde de un manera implícita y viciada, se han reproducido una suerte de parámetros en los que parece que si no se hacen las cosas de una determinada manera, uno queda como “tibio”, en vez de ser visto como quien procura reivindicar la memoria de aquellos que vivieron un “momento de peligro” (piénsese en las Tesis sobre el concepto de la historia de Walter Benjamin). Con el fin de garantizar una convivencia democrática, en una sociedad que todavía tiene pendiente resolver numerosos episodios de su convulsa historia.

 

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