Lejos de Roma no es La muerte de Virgilio (Der Tod des Virgil, 1945) del austriaco Hermann Broch ni Memorias de Adriano (Mémoires d´Hadrien, 1951) de la franco-belga Marguerite Yourcenar, tampoco pretende serlo, esta novela de corta extensión y largo aliento poético viene firmada por el escritor colombiano Pablo Montoya Campuzano (Barrancabermeja, 1963), uno de los principales narradores actuales de su país junto a Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos), Fernando Vallejo (El desbarrancadero), Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre) y William Ospina (El país de la canela), y ganador del prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 2015 por Tríptico de la infamia.
Editada primero por Alfaguara en 2008 y reeditada después por Sílaba Editores e Igitur Ediciones, Lejos de Roma puede sorprender a priori por lo inusual del tema pues el título alude al exilio de Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 d. C.), forzosamente desterrado en el Ponto por orden del emperador Augusto, acusado de corromper con sus versos lascivos a la juventud romana. Alejado de su propia contemporaneidad y en un estilo elegante, sobrio y eminentemente lírico, en la pluma de Pablo Montoya el autor de Arte de amar (Ars amandi) y Las metamorfosis (Metamorphoseis) despliega sus vivencias entre los bárbaros, los dacios, y su particular y desesperada añoranza de Roma en forma de monólogo dividido en cuarenta breves capítulos, en realidad secuencias, encabezados por un epígrafe que sintetiza su contenido, desde “La llegada” hasta “La luz”, veamos el comienzo:
Mi mirada se proyecta hacia el horizonte. Desde él una gaviota se precipita. Bajo su vuelo el mar surge como una exhalación gris. Después aparece la nave. Más allá de sus velas un sol se oculta entre vagos resplandores. Los hombres van surgiendo y sus gritos pueblan el puerto de Tomos.
La figura de Ovidio ya había sido recreada por el escritor rumano Vintila Horia (1915-1992) en su novela Dios ha nacido en el exilio (Dieu est né en exil, 1960), por la que obtuvo el Premio Goncourt y donde narra en forma de diario el descenso al infierno del gran poeta latino, hecho que cristalizaría en los dísticos elegíacos de Tristezas (Tristia). Aquí, sin embargo, Pablo Montoya da una vuelta de tuerca al poner en boca de su personaje su propia experiencia en el exilio, léase su libro de poesía Cuaderno de París (2006), donde el desplazamiento, el desarraigo y la nostalgia son el leitmotiv de la obra. Montoya escribe, pues, sobre la condición del exiliado a través de un personaje capital de la cultura europea pero desde una perspectiva más amplia, americana si se quiere, en definitiva universal.
El exilio del anciano Ovidio en Tomos, hoy Constanza, “puerto del espanto” a orillas del Mar Negro, se convierte en manos del escritor colombiano en una suerte de recreación histórica de las grandes preocupaciones y la responsabilidad del artista, así este Ovidio, en realidad un trasunto de Montoya, reflexiona con hondura y sabiduría sobre el poder y la soledad, sobre la violencia y el amor, temas tan inherentes a la condición del ser humano que ni los veinte siglos transcurridos ni los miles de kilómetros que separan a la actual Rumanía del país andino han podido transmutar.
En conclusión, Pablo Montoya consigue con su segunda novela, tras La sed del ojo (2004), entrar en el Parnaso de las obras ambientadas en la antigua Roma, ocupando un sillón junto a Robert Graves (Yo, Claudio) y Thornton Wilde (Los Idus de marzo) al reinventar el género histórico con una prosa tan bella como precisa que confirma el talento de un escritor que ya se cuenta entre las voces fundamentales de la nueva narrativa latinoamericana.
El libro de Montoya es muy bueno, pero se parece mucho en su enfoque al de Vintila Horia, que no es una novela, a pesar de lo que dice el crítico, sino un monógo de Ovidio durante su exilio. En otras palabras, el mismo planteamiento.