#Literatura en Achtung! | Por Arturo Triviño
El olor inconfundible de un expresso italiano, el aroma de Montevideo a lo largo del siglo XX, y los posos del tiempo que quedan sedimentados en el fondo de todos y cada uno de nosotros. La borra del café (1993) de Mario Benedetti es, en esencia, un recorrido nostálgico hacia el rescate de unos sentimientos que pudieron ser propios, unas anécdotas que parecen comunes. El protagonista en primera persona, Claudio, no parece ser una figura aislada dentro de un marco de ficción como es la novela, sino que el autor se enfunda el traje de ventrílocuo universal para hablar de esos pequeños recuerdos de los que no nos desprendemos a pesar del vértigo de una época áspera para la paciencia que requiere la naturaleza de la memoria. Son pequeñas anécdotas de la vida de un niño cualquiera, en este caso llamado Claudio, como hubiera podido ser Norberto, Mario…
“¿No te pasa que a veces recordás algo que ocurrió, pero no como evocación directa de tu memoria, sino porque el episodio viene siendo repetidamente narrado, a través de los años, por tu madre o por tu padre? Al final, asumís un papel como protagonista de esa historia contada, pero no desde el interior de ese protagonismo que alguna vez tuviste”.
Los primeros amores desdichados, las aventuras detestivescas de cualquier imaginación temprana, o las primeras caricias íntimas son algunos de los episodios por los que discurre la pluma ya desaparecida del escritor uruguayo. Las descripciones tan minuciosas de estos sentimientos y las numerosas coincidencias entre las biografías de creador y personaje pueden hacer parecer a éste como un alter ego del autor. La genealogía italiana de ambos ha condicionado sus extensas nomenclaturas, “Claudio Alberto Dionisio Fermín Nepomuceno Humberto (sin hache)” frente a Mario Orlando Ardí Hamlet Brenno Benedetti Farrugia. Además, ambos cursaron en el Liceo Miranda de Montevideo y tuvieron una vida en el que las mudanzas eran una constante demasiado frecuente.
Contextualizado en el periodo comprendido en la primera mitad del siglo XX, enturbiado por el desastre de dos guerras mundiales casi consecutivas, describe el despertar de una conciencia crítica que ve como estos conflictos salpican en cierto modo el continente sudaméricano. La llegada de un acorazado nazi o la catástrofe nuclear de Nagasaki coincide casi de forma autobiográfica con la vida del autor nacido en 1920 que, a pesar de no quedar explícito, puedo haber sido el protagonista de estos recuerdos donde queda patente una actitud política concienciada.
El tono sencillo y locuaz de la narración provoca una lectura relajada, ideal para la reflexión retrospectiva a la que pretende incidir Benedetti, que saca a la luz la memoria escondida de unos instantes únicos en la formación de todo individuo, en los que se forja una incandescente personalidad futura. El retrato del amor platónico, encarnado en la figura de la misteriosa Rita, junto al despertar adolescente del cuerpo son intensamente descritos, así como un episodio dedicado casi en su totalidad al contacto de los cuerpos a través del tango.
“La memoria del cuerpo no cae nunca en minucias. Cada cuerpo recuerda del otro lo que le da placer, no aquello que lo disminuye. Es una memoria entrañable, más, mucho más generosa que el tacto ya desgastado de las manos, harto contaminadas de rutina cotidiana”.
En definitiva, un recorrido por lo azaroso de una vida compuesta de pequeñas decisiones que bifurcan nuestro camino como la tinta que se derrama sobre el lienzo blanco, para acabar cayendo en gotas solitarias al precipicio del olvido.
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