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Por Javier Vayá

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En marzo de 1983, el joven protagonista de esta novela, redactor freelance todoterreno, después de pasar días sombríos, siente la necesidad de volver a ciertos escenarios de su vida para ajustar cuentas con el pasado. Viaja a Sapporo con la intención de alojarse en el Hotel Delfín, donde años atrás pasó una semana con una misteriosa mujer que, de manera inesperada, desapareció de su lado. A su llegada descubre que han derribado el hotel y que en su lugar se alza otro, moderno y lujoso, pero su estancia allí propicia la aparición de personajes envueltos en un aura de irrealidad: una guapa recepcionista que ha vivido experiencias inverosímiles, una adolescente dotada de una aguda sensibilidad, o un antiguo compañero de colegio, ahora actor de éxito, que lo meterá en graves aprietos. Asesinatos, viajes a Hawai, pasajes a otros mundos y fiestas se suceden al ritmo de la música que suena en la radio de su destartalado Subaru. Lo cierto es que, como afirma un enigmático personaje, todo está conectado. Porque sólo se regresa al Hotel Delfín para poder empezar de nuevo.

Esta es la sinopsis oficial de la nueva novela del afamado escritor japonés Haruki Murakami que Tusquets acaba de publicar. En realidad no es tan nueva ya que Murakami la escribió en 1988, justo después de la magnífica Tokio Blues. Poco importa, ya que la legión de fieles del escritor, entre los que me incluyo, acogerá esta novela con la misma avidez que cualquier novedad del autor y sabrá reconocer en ella las señas de identidad y obsesiones propias del escritor oriental que ha conseguido fascinar a millones de lectores en todo el mundo.

Escrita en plena vorágine de un éxito inesperado (no hay que olvidar que Murakami regentaba un local de Jazz junto a su mujer y hasta los 29 años no se le pasó por la cabeza escribir un libro) cuentan que el autor decidió retirarse del mundanal ruido y dio salida a un libro del que se dice que hay más sexo, más intriga y más Rock & roll que en ninguna de sus otras obras. Lo que parece claro es que quizá se trate de una de las novelas más autobiográficas (a su manera) del autor como puede intuirse al conocer el nombre del personaje principal, Hiraku Makimura, claro anagrama de su propio nombre.

Murakami, escritor de masas

La literatura de Murakami ha sido a menudo tachada, no sin cierto tono despectivo, de literatura Pop. Su megalomanía tan presente en todas sus obras que le lleva a  citar tanto a Los Beatles como a Jim Morrison,  a Mozart como a Benny Goodman,  como sus referencias al Kentuky Friend Chicken, Pacman o los Donuts, una dicotomía amor-odio por las nuevas tecnologías y sus nadas disimuladas referencias a títulos como Blade Runner o 1984 de George Orwell le han labrado dicha calificación. De hecho desde el principio de su carrera el escritor obtuvo duras críticas por parte de los escritores más tradicionales de su país, tachándolo de ser demasiado anglosajón y moderno.

Como muchos autores contemporáneos (Auster, Philip Roth) tras años de aunar éxitos de crítica y público a partes iguales parece que ha llegado la hora por parte de los primeros de atacar a Murakami y despotricar sobre cada una de sus nuevas obras. Como a los autores anteriormente citados, a Murakami se le acusa de aburrir y sólo escribir variaciones sobre el mismo tema. Con todo, las ventas de estos tres autores no parecen resentirse en todo el mundo.

Ya sabemos cómo funciona esto, cuando alguien lleva ya demasiado tiempo en la cima del éxito, tarde o temprano se impone la moda de atizar al sujeto. Si a Murakami se le acusa de ser un escritor demasiado cool, criticarle resulta ahora mismo mucho más Cool. ¿Qué clase de crítico eres si alabas lo mismo que la mayoría? Este escritor o músico o actor o director ya vende demasiado, es hora de atacarlo para demostrar mi independencia y criterio único, parecen pensar la mayoría.

Murakami, directo al corazón del lector

Pero Haruki Murakami posee una fuerza hipnótica en su prosa teñida de poética que deja una  huella indeleble en el lector. Quien se asome por vez primera a las páginas del autor de Kafka en la orilla o 1Q84 caerá irremediablemente en un dulce hechizo que nada tiene que ver con modas sino más bien con la complicidad que un genial escritor consigue establecer con quién lo lee. Una especie de pacto cómplice entre el que escribe y el que lee lo escrito. Esto ocurre porque Murakami al escribir es capaz de lanzar palabras directas al corazón del lector.

 Murakami no es un escritor Pop, es un escritor coherente con el mundo que le ha tocado vivir y fiel cronista de toda una generación, de varias generaciones, a las que les tocó vivir la gran revolución tecnológica. Generaciones que nacimos sin Internet y sin móviles y que tuvimos que hacer frente a un mundo que cambiaba constantemente, como señala magníficamente la escritora Daína Chaviano en su artículo “Los mundos (im)probables de Haruki Murakami”.

Porque Murakami habla del amor y la soledad, del destino y de la imposibilidad de encontrar al otro en un mundo en constante cambio. Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir, en el que la publicidad, la televisión o Internet crean cada día nuevos elementos icónicos con pies de barro. Murakami no lo ha inventado, relata lo que sucede en lugar de escudarse en anacrónicas formas de narrar que no tienen nada que ver con el mundo de cada día.

Por eso el escritor japonés goza de tantos fieles, porque en sus fantásticas  y a veces surrealistas historias se encuentran los miedos, las angustias y las alegrías del hombre moderno, perdido en una sociedad a la deriva.

Murakami habla también de sueños, de mundos oníricos que a menudo son tan temibles como el real. El autor consigue relatar con maestría cómo lo cotidiano se toca con lo fantástico, algo que ya hicieron autores considerados ya clásicos como Borges o Cortázar entre otros. La música, el cine, la comida o la literatura son para Murakami los asideros a los que sus personajes –que bien podríamos ser cualquiera de nosotros – se aferran para no dejarse devorar por todos los mundos que nos acechan cual lobos hambrientos.

Por último el verdadero mensaje que podemos encontrar en la maravillosa obra de Haruki Murakami, un escritor al que estoy seguro el tiempo colocará en el alto lugar que merece, es la fe en el amor, más concretamente en la capacidad de amar. Esa capacidad de amar que se convierte en refugio, redención o punto de fuga, tabla de salvación o incluso clavo ardiendo, único y verdadero baluarte de la condición humana.

Un mensaje que tal vez pueda resultar demasiado simple e incluso trillado, pero que se antoja tan certero como necesario en tiempos en los que resulta demasiado fácil dejarse encantar por despiadados Países de las Maravillas.

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