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A pesar de que el análisis de Liebestod – el olor a sangre no se me quita de los ojos- Juan Belmonte induce a profundizar sobre su puesta en escena, su dramaturgia o la interpretación de esta profesional catalana, en este caso, prefiero centrarme en su contenido. Porque éste se lleva por delante cualquier contemplación para con su público, y lo que se ha hecho convenció en el ejercicio de representar una pieza escénica. Esto es:

 

Cuando uno vive a través y para su arte, llega un momento en el que uno cae en dinámicas «vampíricas» en las que no se da lugar a encontrar espacios en su cotidiano para canalizar lo que le sucede y, en consecuencia, el modo de pasar a un nuevo ciclo. Claro que los pensamientos y acciones afloran y determinan lo que vendrá a continuación; sin embargo, cabe la posibilidad de que los mismos se terminen ritualizando, hasta el punto de que se vacíen sus motivos fundacionales, conduciéndonos a sospechar que en nuestro interior no hay nada, y puede que nunca haya habido nada.

Tengo la sensación de que es tal la inquietud que produce enfrentarse al vacío que prevalece en el presente, que hay quien recurre a una suerte de “rudimentos” para convencerse de que “vive el presente”, y no se sigue atormentando por lo insatisfactorios que fueron varios episodios de su pasado y los que es probable que emerjan en el futuro. Así, el “dejarse llevar” se puede confundir con ser arrastrado por cualquier estímulo que se le ponga por delante, restringiendo la constitución de un criterio propio. Por tanto, en el mundo occidental las religiones y demás modelos políticos sean han erigido como formas de atender a preguntas que en realidad no existen en sí mismas, pero han garantizado el desarrollo de lo que llamamos ser humano.

Foto: Christophe Raynaud de Lage

 

Quizás ha habido quien ello le ha servido para transitar por la vida como quien está de paso, pero hay otros individuos que le hieren y le hacen cuestionarse el sentido de “seguir jugando” acorde a los discursos y las prácticas ético-políticas que se han hecho hegemónicas, y si me apuran, a lo que las sustentan a nivel onto-epistemológico. Tanto es así que, el tabú del suicidio o de la simple autolesión como modo de amortiguar el dolor de la propia existencia de quien recurre a ella, nos indican que hay individuos que se precisa deshumanizarlos para que todo siga de la forma más “conveniente”, dado que éstos son ejemplos paradigmáticos de que el sacrificio sigue siendo un mecanismo útil en favor de lo que definió Jean- Jacques Rousseau en el Contrato Social, “el interés general”. Lo cual da lugar a desacreditar lo que fuere que se diga, o en el mejor de los casos, dejar en un segundo plano el contenido de las emisiones de estos “seres heridos”.

Por ello el convertir algún tema en tabú se antoja como una manifestación más de que están operando una serie de dispositivos disciplinarios, para garantizar que ciertos discursos y prácticas que evitan retroalimentar (en todas sus dimensiones) al sistema, sean percibidos como agresiones, no como alternativas tan materializables como las que están vigentes. Por si queda alguna duda, trato de poner a juicio sus estructuras dicotómicas, que somete al sujeto en lo colectivo y lo individual, a circunstancias que ponen a debate su condición humana.

 

Foto: Christophe Raynaud de Lage

 

Muchos de los “chascarrillos” que fue emitiendo Angélica Liddell durante su principal monólogo, hicieron gracia hasta que se evidenció que estaba hablando un ser humano, que ha dado todo lo que tenía entre sus manos para ser tratado como tal, e incluso, ante sí misma. En esta medida, esta profesional derrochó la atención y entrega que le habíamos dado, nosotros los espectadores, para dar un alegato en nombre de la dignidad. Eso sí, sin estar “militando” a nada que, de un modo u otro, le reclame una lealtad férrea.

Personalmente, yo disfruté muchísimo de este trabajo y valió la pena ser testigo de su versatilidad, sensibilidad y entrega como creadora e intérprete multidisciplinar. Al mismo tiempo, me satisface que existan profesionales que inviertan toda su empresa a semejantes líneas de trabajo, puesto que por un lado nos dan una “sacudida” para que, al menos por un rato, salgamos del letargo que nos asecha en nuestras rutinarias vidas; y también, porque nos recuerdan el valor que le dieron los filósofos, gente de ciencia, de derecho, etc.… de la Ilustración a la libertad de expresión.  

 

 

 

 

 

 

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