Por Verónica Lorenzo
Hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo.
Padre Benito Jerónimo Feijoo. “Defensa de las mujeres”. En: Teatro crítico universal. Tomo I (1726).
El pasado 30 de mayo, Ana López Navajas publicaba en el blog Ayuda al estudiante de El País, un artículo cuyo título ya sintetizaba perfectamente el contenido: “Escritoras silenciadas en clase de Literatura”. Denuncia la ausencia de las escritoras en el currículum de las clases de Literatura, negando así su lugar en la cultura y en la historia. Dice en un momento:
Esta literatura incompleta y amputada, que nos escamotea las voces de las escritoras, representa una falsificación de la tradición literaria, sin más. No es posible entender una literatura sin escritoras ni una cultura sin mujeres. Estas distorsiones del relato cultural suponen una falta de rigor académico en los contenidos escolares que repercuten en su calidad y se convierten en una grave carencia del sistema educativo a la que todos tenemos que hacer frente: no solo las mujeres.
Ocurre que en los currículos educativos la mayor parte de los nombres mencionado como representante en cada materia a lo largo de la historia, la mayor parte, son hombres. Y no hablo sólo de literatura, sino de científicas, historiadoras, políticas, etc.
Helena González Fernández, en su trabajo “Anatomía de tanta visibilidade das mulleres na literatura” (2006), nos dice que podríamos pensar la mirada misógina está superada, porque la intervención activa de las mujeres parece imparable y goza del placer de editores, críticos… que ya hay muchas más mujeres que escriben, que son publicadas, premiadas, y mismo son leídas desde sensibilidades feministas o, por lo menos, desde posiciones permisivas con esas propuestas otras. Pero esa misma sensación también se vivió a finales del siglo XIX, coincidiendo con el acceso de las mujeres a la vida intelectual y, sobre todo, con la popularización del sufragismo y de los movimientos feministas.
Si echamos un vistazo a la Historia de la Educación de las mujeres, que resume Consuelo Flecha García en su trabajo “A historia da educación das mulleres no contexto dos Estudios das Mulleres” (2003), podemos ver que los primeros conflictos de identidad conocidos entre las que habían cultivado algún saber se empezaron a producir en los inicios del Humanismo y fueron creciendo para un número ya significativo de ellas a lo largo del Renacimiento. Durante la Edad Moderna muchas mujeres han acaparado la atención y ocupado espacio en la historia pero que, una presentación descontextualizada ha llevado a difundir ciertos relatos triunfalistas, en los que se dota de protagonismo sólo a un determinado tipo de mujeres, presentadas como excepcionales, excepción por su condición femenina. Más tarde, en la Ilustración, las mujeres se han visto de nuevo relegadas a una educación para garantizar la “subsistencia” familiar y la crianza de hijas. Esto continuaría también durante el paso del Antiguo al Nuevo Régimen. Será durante los siglos XIX y XX cuando aparecerán las pioneras que reclamaban otras oportunidades de vidas distintas del matrimonio, accediendo a la educación institucional y al trabajo.
Por lo tanto, echando un vistazo al incremento del número de mujeres alfabetizadas, que escriben y son publicadas, podríamos creer que ya no somos invisibles. Está de moda la visibilidad de las escritoras como argumento de ventas, mezclando literatura de mujeres, literatura de autoría femenina, literatura femenina o literatura feminista, como si todo fuera lo mismo, con el único punto en común de que la mujer es la autora o la lectora destinataria. Bajo la mirada misógina tanto monta tanto. Y los premios literarios son una pantomima que reciben ciertas escritoras que se podrían considerar merecedoras de tales reconocimientos, una flexibilidad que se permiten para mostrar lo “políticamente correcto” en la literatura de mercado.
Pero miren las listas de los más vendidos, las listas de mejores obras, las listas de recomendaciones, las listas de… lo que quieran. Miren y cuenten: ¿cuántas mujeres aparecen? Dice Jenn Díaz en “Las mujeres que no se aburren también son peligrosas”:
En la mayoría de repasos literarios, de listas con escritores, de recorridos por la escritura de países, culturas, estilos o generaciones, el número de mujeres que aparecen siempre es muy pobre. Tanto es así, que acostumbro a leer los artículos que recogen este tipo de inventarios en diagonal, siguiendo la línea de nombres escritos en negrita para comprobar si se ha colado alguna mujer: no, aquí tampoco. Leo a Ramón Lobo con el mismo prejuicio: Canetti, Hemingway, Vargas Llosa, Rey Rosa, Darío, Cela. No, aquí tampoco.
No, aquí tampoco. González Fernández dice que ese pensamiento dominante de que hay muchas escritoras se trata de someter con diversas estrategias, acudiendo a la estrategia del paraguas totalizador, posponiendo la causa de las mujeres como secundaria. Además, a algunas de esas escritoras las idealiza, las convierte en musas nacionales, en escritoras riquiñas o en intocables. A otras las objetualiza y las convierte en productos de la industria editorial, su literatura y su imagen forman parte de la marca, del objeto-libro. A otras las domestica, incorporándolas al engranaje que siguen manteniendo y controlando. Esta investigadora ofrece una imagen muy clara de tanta visibilidad, sospechando de todos los mal llamados triunfos de la mujer dentro de la industria editorial.
¿Está la mujer hoy en una mejor posición en el mercado literario? Sin duda, debemos responder a esta cuestión con una afirmación o una negación relativa. ¿Mejor posición? Sí ¿Por méritos propios? No. Y digo no por méritos propios, porque la escritora se ha visto impulsada por la propia industria, representando una imagen que no corresponde a la realidad, donde es más visible, sí, pero se continúa negando su valía por sí misma bajo etiquetas de literatura de/para mujeres. ¿Acaso los hombres tienen su etiqueta de literatura de/para hombres? No, no me suena.
Atiendan que he encabezado este texto con una cita del ilustrado Padre Feijoo porque, además de representar una excepción de la literatura gallega escrita en gallego (tema que ya hablaré en otra ocasión), me causa sorpresa por su defensa del sexo débil, con ejemplos de grandes mujeres de la Historia, a lo largo de su discurso. Les recomiendo la lectura. Y piensen, ¿no conocen escritoras porque no escribían o porque algo/alguien no quiere que las conozcan? Y, ¿a cuántas podría nombrar ahora mismo?
¡Suerte!
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