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¿Saben de esas obras que uno hace una “lista” de cosas que hubiese llevado a cabo de otra manera, pero que, a la vez es un trabajo tan personal, tan de verdad, hecho desde el cariño y la vulnerabilidad, que no queda más que levantarse y aplaudir? Justo fue eso lo que me encontré en Lo de la mirada.

 

Una pequeña producción en la que la dirección de Ángela Olivencia y la dramaturgia que compartió con María Fernández (quien, dicho sea de paso, también la interpretó) fue capaz de que, nosotros los espectadores, se nos combinasen numerosos temas e incluso “escenarios” en cuestión de pocos minutos. Aquí no sólo están presentes parte de las maravillas que contienen las artes escénicas; sino que además, que estamos refiriéndonos a un trabajo artesanal que supo sacarle partido a los recursos con los que contaba. Sobre todo, si estamos hablando de un monólogo que fue apoyado con una serie de objetos. Por tanto, el justificar su presencia en escena sin que quedasen como “decoración”, ya es una labor tan sesuda como lo es conseguir que la interpretación del texto y de las partituras de movimiento en juego, no fuesen lineales y predecibles.

He ahí los frutos de las incontables horas de ensayo y de “trabajo de mesa” que habrán invertido estas dos profesionales andaluzas, puesto que, en ello, entre otras cosas, es dónde se nota la diferencia de una obra que ha sido “marcada” en escena, de algo que se interpretó. Lo cual favoreció que nos sintiésemos como si hubiéramos estado en la sala del piso de María Fernández, mientras nos contaba sus experiencias y pensamientos ¿Qué más se le pueda pedir a una pieza de auto ficción?  

 

Yo parto de la base de que cualquier biografía es interesante, y a pesar de que en los últimos años se hayan ido visibilizando muchos testimonios de mujeres cis que verbalizan y expresan con su cuerpo todas las violencias con las que han tenido que lidiar, pues, aquí estamos ante un buen ejemplo de cómo adaptar al formato escénico a una historia que pudimos oír en otros contextos. Sin embargo, el ver a una persona de carne y hueso implicada en lo que está narrando a pocos metros de donde estamos sentados, personalmente, entiendo que ello cobra más potencia de lo que nos hemos acostumbrado a sortear en el día a día ¿Acaso esa no es una de las razones de ser de las artes escénicas?

Como si ello no fuese suficiente, el discurso que sustenta a Lo de la mirada se vertebra entre lo que han tendido que enfrentarse las personas que han sido leídas como mujeres cis a lo largo de la historia de occidente (eso sí, estando enmarcado en la realidad de una localidad de la Andalucía oriental), con cuestiones propias de quienes se nos ha adscrito dentro de la generación Millennial.  Así, se da lugar a que muchos más individuos puedan conectar/ comprender lo que se cuenta, fomentando el diálogo y el encuentro con personas de diversos colectivos y condición.

 

 

Si que Lo de la mirada le pone a uno en la tesitura de que no cabe posponer/ dejar entre paréntesis lo que nos ronda relacionado con el mantenimiento de nuestra salud mental; con lo que explica de qué forma se fueron configurando nuestras inseguridades a la hora de relacionarnos con los demás y, en consecuencia, con nosotros mismos; el qué tanto nos podemos emancipar del legado que nos han dejado nuestros lugares de origen; etc.… A dónde quiero llegar, es que esta pieza nos brinda una oportunidad de coger impulso para dejar de sentirnos solos, a pesar de que, a día de hoy, no se disponga de todas las personas o recursos que nos acompañen en dicha empresa. Asimismo, da igual si uno está de acuerdo o no con todas y cada una de las conclusiones que emite María Fernández, o si quiera simpatiza con ella (dado el hipotético caso). Lo importante aquí es que ha primado la generosidad de dos profesionales que consideran imprescindible que estas vivencias se conozcan, formando parte o no de sus círculos más íntimos. Una vez más, salen a relucir las maravillas que nos proporcionan las artes escénicas.

 

 

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