Vicios y virtudes
El grupo Mediaset ha ejercido una campaña publicitaria tan excesiva hasta el hartazgo de la nueva película de J.A.Bayona que, pese al innegable empuje del público a las salas, ha creado al mismo tiempo en ese posible público dos vertientes tan antagónicas como perniciosas para el propio film.
Por un lado están aquellos que hechizados por el poder de la televisión (y otros medios) acudan a ver Lo imposible con el pleno convencimiento de que se trata del mayor acontecimiento cinematográfico de la década. De hecho muchos de ellos no acudían al cine desde el estreno de Titanic y jamás lo hicieron antes para ver una cinta española.
Del otro se encuentran los que desconfían de inicio de un producto con tal despliegue publicitario. Aquellos más críticos e independientes que en un acto de rebeldía gafapastil se negarán en redondo a pisar una sala en la que se proyecte tal espectáculo palomitero y lacrimógeno.
Tanto un bando como el otro acertarán y se equivocarán en sus juicios pre-establecidos. Lamentablemente (o no) Lo imposible se mueve a lo largo de su metraje entre dos aguas, dos corrientes lejanas al necesario equilibrio que son capaces de lastrar o sublimar la película. A pesar de que el espectador intente loablemente colocarse en una tercera vía libre de prejuicios (hecho casi imposible) resulta sumamente difícil decidir de qué lado cae finalmente la balanza.
J.A. Bayona parece haberse convertido en el alumno aventajado de Alejandro Amenábar y ambos demuestran con su cine rendir absoluta pleitesía a Steven Spielberg. De hecho ambos directores gozan de las virtudes y pecan de los defectos del rey Midas de Hollywood, salvando todas las distancias que uno quiera hacia uno u otro lado del charco. Portentosos en lo formal, los tres pecan de un excesivo gusto por el énfasis emocional. Los tres son capaces de encandilar al público y son plenamente conscientes (demasiado) de los resortes que deben tocar para ello. De hecho no dudan en pulsar dichos resortes todas las veces que haga falta en una misma película.
El shock
La primera parte de Lo imposible es apabullante. Es un alarde de dirección, de fotografía, de diseño de producción, de sonido (una de las grandes bazas de la película). Toda esta parte que tiene que ver con la llegada del tsunami y con Naomi Watts y Tom Holland como protagonistas es sublime, un vertiginoso y asfixiante ejercicio de fisicidad y realismo que más que coger de la mano, agarra por el pescuezo al espectador y sólo lo suelta el tiempo suficiente para coger aire y sumergirlo de nuevo en un estado de shock similar al de los personajes de la pantalla.
Es aquí donde J.A. Bayona demuestra su innegable talento como director, además de su maestría técnica acierta de lleno a la hora de mostrar ese shock emocional en sus personajes a los que decide despojar casi de palabras. En esta primera parte el director está tremendamente inspirado, cada decisión que toma es, no sólo la correcta, sino sin lugar a dudas la mejor.
Que Naomi Watts es una de las mejores actrices de los últimos años es algo que ya sabía desde hace tiempo. Dota a su papel como madre de una veracidad y corporeidad tan necesarias como impecables. Pero si alguien se lleva la palma en el terreno actoral es sorprendentemente el debutante Tom Holland, quien con tan sólo 16 años se echa a sus espaldas todo el peso de la película recorriendo todos los registros anímicos de su personaje con impoluta perfección.
La incertidumbre
Es en la segunda parte de la cinta dónde la cosa comienza a decaer. Es cierto que lo imposible hubiese sido mantener un nivel tan alto como el mostrado hasta ese momento y que J.A. Bayona realiza un loable e inteligente cambio de discurso cinematográfico en esta parte, consciente de la mencionada dificultad de mantenerse a la altura autoimpuesta hasta aquí.
El director cambia no sólo el tono, sino también la textura y puesta en escena de la película en esta parte protagonizada por un Ewan McGregor tan soberbio como siempre. Otra decisión absolutamente acertada. Sin embargo casi de inmediato comienzan a sucederse esos tics Spielgberianos tan propios del director de El Orfanato, la historia comienza a caer en picado hacia un subrayado emocional casi obsceno que ya no remontará hasta el final de la cinta. Final que queda tan lastrado que casi resulta ridículo (la escena del hospital) si no fuese por un último gesto del director hacia sus personajes, también emotivo pero tan maduro como necesario.
Con todo, ese subrayado o manipulación del director (y guionista que tiene buena parte de culpa) que parecen decididos a obligar al espectador a llorar sí o sí no hubiese sido tan malo si no fuese por el fallo más importante de la película. A pesar del excelente y ya mencionado trabajo de los actores, los personajes resultan demasiado huecos o arquetípicos, hecho que no hubiese importado demasiado de mantener el tono de la primera parte. Un par de personajes secundarios tan innecesarios como mal dibujados (Geraldine Chaplin, Marta Etura), un desinterés insultante por el país de la tragedia y sus habitantes o algún plano recargado y sin venir a cuento terminan de rematar la función.
Todavía no estoy seguro si la brillante primera mitad salva el total de la película o si el mediocre final estropea el conjunto. Por si todavía quedan dudas diré que Lo imposible es una buena película, entretenida, a ratos brillante, y necesaria para las maltrechas arcas del cine español. Pero también que se me ocurren muchas películas españolas mejores que pasaron por las salas con más pena que gloria.
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