Por Cristina Rodríguez
Como buena fan de Pedro Almodóvar, echaba de menos una buena comedia al más puro estilo del director manchego después de que sus últimas películas tirasen más hacia lo drámatico. Está claro que Almodóvar ha intentado con Los amantes pasajeros volver a sus orígenes y hacer una película disparatada, para hacer reír tanto a los fans como a sus detractores, pero el resultado no consigue nada más que eso, risas durante la película.
Lo malo de este intento de volver al origen almodovariano que es el viaje de la aerolínea Península, es que ya no estamos en la época del destape. En pleno siglo XXI, los espectadores ya estamos curados de espanto, así que esta aventura no le ha salido del todo bien. No es solamente porque ya estemos acostumbrados a ver de todo en televisión, si no que quizá le faltaba arriesgar un poco más en su vuelta a la comedia.
La mayoría de los personajes se muestran bastante flojos, aunque no hay que descartar que en la cabeza del manchego fuesen más descarados o atrevidos. No obstante, en cuestión de personajes, hay que hacer una excepción obligada: los tres azafatos. El trío de personal de vuelo formado por Raúl Arévalo, Carlos Areces y Javier Cámara, es posiblemente lo mejor que le ha pasado a Los amantes pasajeros y la salva completamente del abismo. Intentan amenizar el viaje en el avión, pero no consiguen sólo eso, si no que amenizan la película a los espectadores, aunque eso suponga una serie de subidas y bajadas del nivel de gracia. Estoy segura que sin estos tres personajes, tan peculiares y bastante parecidos a los personajes de las películas más descaradas de este director, la nueva película de Almodóvar no sería lo mismo, aunque sólo sea porque el baile que ha dejado a más de uno tarareando el I’m So Excited, de The Pointer Sisters, que además le da a la película su título para el público angloparlante.
No creo que sea una película con la que alcance grandes premios, pero al menos le ha servido para alejarse de ese tono oscuro en el por ejemplo, La piel que habito o Los abrazos rotos parecían sumergir al director manchego. En definitiva, es una película para ver y para disfrutarla mientras se ve, pero sin llegar a adorarla.
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