Lo primero que me viene sobre Los Despiertos, es señalar que es un trabajo brillante y monumental en las interpretaciones de Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo; en la dirección de José Troncoso, a la hora de contarnos algo que ha sido aludido de numerosas maneras. Pero esta vez ha sido tratado con tal sensibilidad que, lo más productivo es focalizarse en las consecuencias de las contradicciones que han hecho posible que individuos como Grande, Mediano y Finito sean verosímiles.
Y justo para abordar tan compleja empresa, José Troncoso desplegó un repertorio clown en el que nos queda claro que esta disciplina no es para hacer reír (recuérdese, que esa es la tarea a la que se han encomendado los comediantes), sino que a través de remitirse a nuestra realidad cotidiana desde esa visión tan bizarra y caricaturesca, cualquier cosa en Los Despiertos era susceptible de sacarle numerosas lecturas en lo político, lo filosófico o en lo netamente artístico. Es curioso como una obra clown que se compromete a invitar a sus espectadores a repensar sus propias existencias, resulta más incisiva y elocuente que muchos trabajos que se hacen llamar “teatro político”. Empezando porque en ningún momento despierta la expectativa de que tienen mejores soluciones, porque sus personajes no ocultan que sus vidas están a la deriva.
He allí que entra, perfectamente, la metáfora de tres personajes que rehúyen el dotarle de sentido y significado a su día a día, porque no vaya a ser que retornen esos “recuerdos sin resolver” (por llamarlos de algún modo) que tanto les inmovilizan. Así que por qué no sentirse “aliviado” por tener una tarea a la que dedicar el tiempo que les queda de vida. Y lo mejor de todo, es que es repetitiva como el barrer las calles cada noche, lo cual les exime de distinguir el hoy de los que pasó el mes pasado, a lo que pasará el próximo año. Por tanto, parámetros como el espacio-tiempo están en suspensión en el mundo de Los Despiertos. Así, José Troncoso tuvo el acierto y la gran habilidad de ofrecernos más información sobre quiénes son estos tres personajes y lo que han vivido hasta ahora, más que el desarrollarnos una suerte de “aventura iniciática” en la que los mismos terminasen “redimidos”, o en su defecto, en una peor situación a la inicial (a modo de moraleja de cuentos de hadas del siglo XIX).
Llegados a este punto ¿Para qué sobreviven Grande, Mediano y Finito?. Pero claro, parece de lo más intempestivo hacerla y contestarla, estando en un contexto en el que tenemos cada uno nuestros objetivos laborales, personales, etc.…; y no menos importante, un profundo tabú a tratar el tema del suicidio, y en menor grado, a hablar abiertamente de nuestros correspondientes estados de salud mental. Lo que me lleva a afirmar, que sólo los espectadores más valientes de Los Despiertos, serán los que se atrevan a no distanciarse de estos tres pintorescos personajes.
No faltará quien no haya entendido nada de la obra, para llegar a decir que Grande, Mediano y Finito son patéticos, que se han dejado morir o que puede que se merezcan alguna de las de las cosas que les ha conducido a tan incierta circunstancia. Sin embargo, en este caso, ello lo calificaría de auto complacencia, pues, qué mejor manera de rehuir de la propia vida de uno mismo que sistematizándola. Con la finalidad de que cuando uno se encuentre un reflejo de su propia vida en forma de metáfora, se afane en infravalorarlo como mecanismo de defensa.
De verdad, dejémonos de consignas “buen rollistas”, y entendamos de una vez por todas, que vivir implica tener la valentía de intentar tener una vida digna. No el reproducir imaginarios donde el sufrimiento de uno o la de nuestros semejantes son un “rumor”, o algo que les pasa a los más “desafortunados”, o peor, a los que son la “alteriad”. Porque nuestras vidas contemporáneas tienen mucho más que ver con lo que se percibe en Los Despiertos, de lo que nos gustaría creer y confrontar (y en esto no soy original, ni de lejos).