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Pablo Messiez y su equipo plantean un trabajo de estructura asimétrica, en la que si quiera intentar seguirlo como una obra con introducción, nudo y final, es generarse en uno mismo (como espectador) más complicaciones de la necesarias. Es más, creo que uno de los motivos de que haya personajes que interactúan a través sus relaciones interpersonales, es para que todo lo que acontece se dé sobre un soporte que nos sea reconocible, o en su defecto, para evitar presentar una sucesión de escenas aparentemente inconexas.

 

De cualquier forma, a veces parece que avanza, otras que echa para atrás o, a nosotros los espectadores, nos sitúan en uno de los multiversos posibles dentro del propio imaginario de Los gestos. Ante semejante situación, me decanté por visionarla como escenas aisladas de las cuales Pablo Messiez se ha valido para aproximarnos a su enigmático estudio sobre la naturaleza de los gestos en el ser humano. En la medida, de que los mismos suelen transcender a lo que decimos y hacemos, pues, hay algo en ellos que excede a nuestras conciencias y a lo que pretendemos comunicar a nuestros interlocutores.

Ahora bien, este grupo de profesionales han acertado en que los gestos intervengan como un recurso para dar pie a conversaciones o reflexiones que rara vez salen a relucir en nuestro cotidiano. Tanto es así, de que hay escenas que bordean lo onírico y surrealista: cosas que son pura expresión artística. Por tanto, hay parte de las palabras del guion de Los gestos que lo mejor es no prestarles atención para acceder de verdad a lo que lo que les está pasando a esos personajes.

 

Foto: Luz Soria

 

 

He allí que aquí no quepa emitir conclusión alguna que englobe a toda la obra, sino más bien, “subirse” a las escenas que uno prefiera, con el fin de “divertirse” o ejercitarse a nivel intelectual. O dicho de otro modo: Es como si Los gestos estuviese enmarcada en medio de la nada, y lo que uno como espectador o alguno de los personajes se agarre, sólo sirviera para orientarse. Sin embargo, el reencauzamiento de una de las escenas que supuestamente se van repetir o los momentos en donde uno se pregunta si se ha perdido diez minutos de la obra pensando en lo que fuere, es el contexto en el que se cae en la cuenta de que los conceptos de sentido y significado son parámetros más o menos artificiales, cuya función es darnos la percepción de que vamos en buen camino.

Por un lado, esta obra me resulta un modo muy retorcido y travieso de parodiar a los “filósofos” o a los “intelectuales” fanáticos de la literatura, las artes escénicas y el cine (dos buenos ejemplos de ello, está en los personajes de Sergio y “el hombre con ojos de un terror antiguo”). Por otro, quizás Pablo Messiez y su equipo han abierto una suerte de “portal” que, al paso de un tiempo de mayor investigación y experimentación escénica, consigan ir más a fondo sobre cuál es valor del gesto en el acto escénico, a la hora de trasmitir un más allá de los contenidos que sustentan el marco conceptual de una pieza que esté en juego.

 

Foto: Luz Soria

 

Como se pueden imaginar el peso que tuvieron que soportar los integrantes de este extraordinario elenco de intérpretes compuesto por: Elena Córdoba, Manuel Egozkue, Fernanda Orazi, Nacho Sánchez y Emilio Tomé, ha sido inconmensurable. Empezando por eso de que interpretar dando tantos saltos en la estructura de esta pieza, es muy fácil perderse a la hora de mantener a un personaje de una forma coherente y consistente. Piénsese que estos profesionales estaban realmente dentro del “mundo de los gestos”, y el que haya cosas que nosotros los espectadores no hayamos conseguido descifrar, es o bien por algún tipo de cuestión por solucionar en la dirección de esta creación, o porque no estábamos del todo preparados para enfrentarnos a la complejidad de la misma.

Sinceramente, Los gestos es una obra que me ha hecho pasar por sensaciones contradictorias, en las que dialogaban la confusión, el divertimento, la incomodidad, la actualización de mis ansias de comprender qué pasa en escena durante el visionada de un montaje, etc… Ya sabéis, de esas experiencias en las que uno se cuestiona si compensa aferrarse a las propias inercias que nos permiten seguir racionalizando nuestro día a día.

 

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