Por Hermes Manyés
El primer film de Truffaut, la primera película que consolidó la Nouvelle Vague, la primera historia de los demonios del álter ego del cineasta. Los cuatrocientos golpes nos muestra la batalla entre Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) y el mundo.
El relato nos narra la triste vida de Antoine Doinel, un preadolescente poco común que debe enfrentarse a un mundo que no está hecho a su medida. Antoine vive con sus padres, en una familia disfuncional: una mujer que engaña a su marido, una madre que no le da a su hijo el cariño que necesita, un marido que vive en la mentira, un padre cuyo hijo no es biológico. En su día a día se confronta a esos “golpes” escolares que aniquilan su paciencia para graduarse. El único refugio del preadolescente es el cine y sus amigos de corta edad no saben apreciarlo como él. Ante las desdichas, florece en Antoine una rebeldía destructora que le impulsa a robar, a faltar a la escuela, a escaparse de casa; con el fin de independizarse y buscarse la vida. En su camino hacia la felicidad, el destino le pone trabas que le impiden esa libertad tan soñada, ofreciéndole por el contrario, varios meses en un internado de instrucción.
El film conmociona por su talante existencialista, por indagar en los sentimientos de los personajes, en concreto del protagonista, pero sin profundizar hasta pecar de sentimentaloide. Esa insatisfacción de Antoine con lo que la vida le ha proporcionado, esos entresijos que le pone el destino en su recorrido hacia la libertad; se reproducen con una delicadeza perfecta, consiguiendo representar de la mejor forma esa tristeza, palpable por todos los sufridores de la existencia.
La historia, enredada entre una fotografía de belleza embriagadora y una música jubilosa, cautivó a los espectadores de finales de los años 50 cristalizando el nuevo género cinematográfico de la Nouvelle Vague. Los cuatrocientos golpes queda marcada como una película de culto que todavía hoy sigue haciendo eco en la historia del cine.
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