Por Francisco Pastor
Un macabro asesinato despierta las supercherías de una comunidad, coincidiendo en el tiempo con la llegada al pueblo de una nueva familia. Y aunque un punto de partida asi no parezca tener nada de especial, el más difícil todavía llega con la sospecha de que son unos hombres lobo quienes se esconden detrás del crimen. Con todo, esta es solo una más de las revelaciones en cascada que nos sobrevendrán desde el primer episodio de Luna, el misterio de Calenda, y apenas uno más de los retazos por los que nos quedaremos a ver el siguiente capítulo.
Quizá en otro momento, la premisa principal de esta ficción nos hubiera parecido bastante improbable; quién sabe si ochentera, en el mejor de los casos. Sin embargo, y por suerte para quienes disfrutamos escuchando una buena historia de miedo, esta propuesta tenía motivos para conseguir la luz verde. El galán del pequeño Calenda es un licántropo que todavía va al instituto y, desde sus misteriosos silencios, atrapa el corazón de una también intocable jovencita. No es la primera vez que la cadena recorre el camino antes trazado por las recientes y omnipresentes cintas de vampiros; hará unos años, este mismo grupo decidió llevar a cabo un barato y nefasto plagio que ni siquiera en la tipografía se desmarcó del original. En esta ocasión, alguien eligió tomarse algo más en serio al público, y la semejanza entre una y otra experiencia apenas queda en la anécdota.
Son muchos los detalles por los que Luna, el misterio de Calenda deviene en una narración considerablemente simpática, aún partiendo de un boceto tan manoseado como oportuno. Quizá porque los viejos cuentos de amores imposibles siempre requieren algo de sal y pimienta, absolutamente todos los géneros literarios acaban dándose cita en los remaches de esta serie. Con más tramas de las que podemos contar con los dedos de las manos, esta es una historia de personajes, y bastan unos pocos ejercicios de estilo como los de la encantadora Macarena García, una de las más valiosas aportaciones al relato, para perdonar cualquiera de aquellos puntos flacos que responden al capricho de las audiencias.
La narrativa, como la estructura de las historias que se nos cuentan, mantiene recursos del ayer y el hoy de la ficción por entregas. Entre las calles de este pueblo no encontraremos tragicomedia, ni los problemas perderán importancia, así como nadie estropeará los grandes momentos entre giros de ironía. A la vieja usanza, en Luna, el misterio de Calenda los besos van acompañados de noches lluviosas, cadencias en la fotografía y la preciosa música de un anónimo Francis White. Lo curioso es que hasta quienes nos creíamos bien vacunados contra esto, extrañamente, conseguimos tomarnos en serio lo que ocurre; quién sabe, quizá hasta lo habíamos echado de menos.
Tras la pista del asesino se encuentra Belén Rueda, el principal reclamo de la serie, y cuya vertiginosa trama policíaca marcará el ritmo de los acontecimientos. La arquitectura de los misterios, esta vez, nos devolverá a la condición contemporánea de la ficción, ya que desde el primero de los capítulos, la cantidad de cabos sueltos que se nos presenta es inabarcable; y cada fundido a negro nos deja con la palabra en la boca. La protagonista, de la mano del papel de madre que siempre le ha acompañado, se encontrará más cómoda que nunca en la escena del crimen, y también concederá algún recoveco de romance a sus indagaciones. Asimismo, a la par que el principal encadenado de pistas y deducciones se va resolviendo, hay tiempo para el terror. Cada noche de luna llena la narración se detiene para que los hombres lobo sacien su apetito, y aunque en el pueblo el toque de queda está más que establecido, siempre hay alguien para quien las advertencias llegan tarde.
En el hiato que dejan las historias de miedo y amor, una de las sorpresas más dulces de la serie son sus notas de comedia. Inesperadas, inteligentes y frescas, vienen con naturalidad de la mano de unos personajes a los que conseguimos coger cariño. Entre ellos están Fran Perea, que por fin empieza a encontrar su registro, y un maravilloso Álvaro de Luna, cuyos afanes de policía retirado son un digno homenaje en castellano al inolvidable Donald Pleasence.
Esta andadura a medio camino entre las novelas de detectives, el folletín rosa y las slasher movies de adolescentes ha demostrado más solidez que tantas otras de las delicias de los grandes medios. En el mejor sentido de la expresión, Luna, el misterio de Calenda es una ficción de las de antes; de las que pretende reunir a los miembros de la familia en torno a la pantalla y de las que quiere ser comentada al día siguiente en el trabajo. Para ello están un repertorio de personajes al alcance de todas las empatías, un ecléctico catálogo de relatos y una narrativa desacomplejada y, al tiempo, nada prepotente. Podremos identificar cuál de los rasgos de la propuesta es, en concreto, el que nos llamó la atención en un principio, pero, como en un pequeño pueblo al que nos une un sentido de pertenencia, no tardaremos en interesarnos por todos los demás giros de la trama.
música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión