Juan Gabriel deja un vació en la identidad que nadie podrá llenar porque él fue el filósofo por excelencia de gran parte de la escuela sentimental no sólo en México sino también en latinoamericana.
La muerte de Juan Gabriel fue inesperada como las desgracias que azotan al ya de por sí sufrido pueblo mexicano. Nos madrugó. Fue un tremor que sacudió y se dispersó rápidamente a todo el país y a todo el mundo donde el cantante fue conocido y querido. Pero los mexicanos y nuestra asombrosa capacidad para asimilar la muerte de forma audaz y rápida, digerimos la noticia y pasamos enseguida al homenaje y al chisme; a la especulación y a sentirnos mal a medias. Desde el momento en que se confirmó su muerte nos dimos a la tarea de organizar improvisados homenajes, reportajes que han pretendido resumir su vida y obra en dos minutos.
Preguntamos a los expertos opinadores de turno acerca del legado y contribución sobre ese icono homosexual de la cultura mexicana lleno de talento y humildad conocido también como Alberto Aguilera Valadez. La mayoría se llenaron la boca de comentarios buenones, otros optaron por la neutralidad ninguneando los logros del cantante y otros simplemente se indigestaron y se eximieron de esta tarea por considerar que Juanga no estaba a su altura social, intelectual y de imbecilidad. Estos últimos mostraron su tradicional ignorancia. Una ignorancia que nace del miedo al análisis de lo auténtico como lo es y seguirá siendo Juan Gabriel, referente singular de la música, la cultura y la política mexicana.
La muerte de Juanga es de esas noticias que no te esperas escuchar de un día para el otro, menos al verlo en su último concierto. Cualquiera creería que Juanga estaba lleno de energía para dar la lata por lo menos otros diez años más pero como el mismo cantautor comentara en una entrevista: “Yo no hago planes porque Dios siempre me los echa a perder”.
Aquél niño nacido en Michoacán y crecido en la Ciudad Juárez de los años 60 y 70, posiblemente no imaginaba que además de su personalidad y música, como pasó con otros grandes artistas en México, dejó un legado rico en debates sobre la hipócrita sociedad mexicana. “Lo que se ve no se juzga” dijo para zanjar el secreto a voces de lo que todos (los que con un poco de intuición) sabíamos desde hacía mucho. Aquél exrecluso del castillo negro de Lecumberrí destapó de forma clara y precisa el doble rasero de la sociedad que lo puso en lo más alto y la misma que sigue demonizando a las personas con orientaciones sexuales diversas a las exigidas por el canon.
Apenas hace unas semanas la congregación más tirana y pedófila en la historia de la humanidad cargaba contra la comunidad LGTBI en la ciudad de México por haber obtenido el reconocimiento y aval a su derecho de matrimonio como cualquier persona, ahora a la iglesia y su rebaño se les hace tarde para ofrendarle honores a un artista excepcional y de orientación homosexual. Pero aquí también viene lo más comprometido de entender, Juanga siempre abogó por los valores morales del catolicismo, además fue gran defensor de la mexicanidad y del PRI. Como olvidar aquella nefasta canción para el excandidato Francisco Labastida Ochoa. Por fortuna las cosas siempre son más complejas y nos invitan a no darnos por vencidos a lo hora de tratar de entender al otro.
“No hay nada más mexicano que Juan Gabriel”. Me dijo un amigo colombiano en Noruega. Aquél interprete de exóticos amaneramientos logró ponerse el traje de charro con el mismo orgullo que Pedro, Javier, Antonio y algunos otros; pero aún más, llegó al Palacio de Bellas Artes y lo abarrotó cuantas veces quiso, algo que ninguno de los otros machos mexicanos anteriores logró. Y para dejar todo cristalino, en Garibaldi yace su estatua junto a los demás ídolos rancheros.
Diseccionar el legado musical, político y cultural de lo que es Juanga tomará mucho tiempo y esfuerzo. Sesudos debates sobre si su música era mediocre o sus canciones deplorables relatos de la vida sentimental latinoamericana nos enfrentaran en acalorados debates, pero no podremos negar la parte identitaria en la que Juanga logró reflejar y asimilar a millones de personas sin importar su clase, nacionalidad o creencias.
Rompió por momentos los muros del clasismo en México, hazaña que pocos han logrado. Daba igual si estabas en Francia, Japón o Alemania nutriéndote con tus colegas de la herencia crítica de la escuela de Fráncfort, escuchar a Juanga te devuelve al terruño. Es el olor a la comida de mamá. Los quince de la prima. Al velorio del pariente. Escucharlo es una teletransportación gratuita al hogar en todos los tiempos porque Juanga ya era omnipresente. No importaba si se ausentaba o si tenía problemas con hacienda. ¡Qué le den a hacienda!
Juan Gabriel regaló una forma de abordar sentimientos y emociones que si bien a veces eran exagerados no son más que el reflejo de una sociedad machista -en muchos casos calada- mojigata, farsante y tendiente a la hipérbole. Hay que preguntarnos si su muerte nos puede ayudar a ser más honestos como sociedad y dejar de creer que un gay no merece los mismos derechos que los que no lo son.
No todos pueden lograr lo que él, pero muchos homosexuales, lesbianas, transexuales y también heterosexuales trabajan arduamente intentando construir un México en el que todos convivamos sin prejuicios de ningún tipo, al fin y al cabo la música de Juanga es y seguirá siendo parte del soundtrack de la vida de millones de personas.