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Manuela Nogales estrenó Poéticas en la Sombra, en el Teatro Central de Sevilla, un trabajo que avisa, que esta intérprete aún tiene mucho que contarnos, a pesar de que lleve más de 50 creaciones en su bagaje profesional.

Poéticas en la Sombra de Manuela Nogales es de esas piezas que exigen del espectador leer la sinopsis antes y después de ser vistas, dado que el cómo fue desarrollado el tema de la misma, requiere que el espectador dedique un tiempo para entenderla. Lo cual no significa que esta pieza haya sido difícil de descifrar; sino que en realidad, lo que se ha hecho es recorrer un sendero de los disponibles, para abordar el arte del Kintsugi en una pieza de danza contemporánea.

De cualquier modo, se antoja necesario explicar antes que nada, qué es el Kintsugi, esto es: es una técnica  artesanal de origen japonés que se lleva implementando desde el siglo XV de nuestra era. Ésta consiste, básicamente, en reparar un objeto de cerámica que se haya roto recomponiendo sus fragmentos utilizando una resina, llamada Urushi y polvo metálico de oro, plata o platino. Una vez restaurada la pieza recobra vida y nuevo resplandor, gracias a las cicatrices que ahora le dan una nueva luz. Ahora bien, de lo anterior se suelen derivar varias metáforas que se despliegan entorno a la idea de cicatrizar, la superación de las adversidades, el crecimiento personal, y demás cosas por el estilo.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

De todas formas, cabe destacar que el Kintsugi también representa la idea de pátina, siendo que en el objeto en que se haya ejecutado esta técnica una o varias veces, queda instaurada toda la historia por la que ha pasado. Probablemente, las cicatrices que dejan en el mismo tras haber empleado esta técnica, sean de las cosas más visibles a simple vista; sin embargo ¿Acaso en ese cuenco de cerámica no está presente el que haya zonas con pintura más desgastada? Este es un ejemplo de los posibles, para destacar el hecho, de que aunque ese cuenco se haya roto alguna vez no fue ni más ni menos que un punto de inflexión, no tanto un acontecimiento con el que podamos definir toda su historia y el significado que le podamos dar.

En lo anterior, es donde reside la belleza contenida en esta técnica centenaria, ya que al fin al cabo, algo o alguien es lo qué es tras haber pasado todas la experiencias que haya recorrido, no sólo por haber transitado aquellos acontecimientos que uno, arbitrariamente, haya situado como los que uno le define. Esa perspectiva nos encausa a una lectura lineal y ascendente de nuestra historia: como si el dónde se está hoy, necesariamente, es mejor que lugar donde se estuvo hace unos años. Porque seguro que ha habido un “progreso”, en vez de leer nuestro presente como una consecuencia inevitable de una evolución.

 

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Ello se encuadra con haber hecho un ejercicio de reflexión exhaustivo en el transcurso de muchos años, más que reconocer si se está más cómodo o no, que hace un tiempo. Y precisamente es allí donde localizo lo que más le da credibilidad, al cómo llevo a escena este tema Manuela Nogales con Poéticas en la Sombra, esto es: Si un coreógrafo poco experimentado con la mejor de las intensiones, hace una pieza sobre este tema (y siendo crueles) la titula Resiliencia, dará muestras que aún está aprendiendo a pensar su propio trabajo (aún está buscando su línea de movimiento en escena, más que abordar el tema en sí). Ya que considero  indispensable tener una carrera tan dilata, como la que lleva a sus espaldas Manuela Nogales, para tener el aval necesario. Es más, ha sido decisivo para el montaje de esta pieza que Manuela Nogales no sólo dirigiese, sino que además, la bailara como cualquiera de las otras tres bailarinas que le acompañaron (Leticia Gude Caro, Lucía Vázquez Madrid y Vio Casal), dando muestras de que en danza hay que seguir bailando (por más que uno reduzca su frecuencia en escena) para llegar al fondo de lo que se está contando a los espectadores. Lo cual lo percibo como un ejercicio de madurez y de valentía, que pocos se atreven a hacer, dado que llegada a una cierta edad y prestigio, es comprensible que uno se limite a dirigir y a coreografiar.  

En lo que respecta a lo que se vio en escena de Poéticas en la Sombra, he de destacar que estamos hablando de una pieza compuesta de numerosos fragmentos coreográficos (por llamarlos de alguna manera), que vistos individualmente, puede parecer irrelevante el orden en cómo se dispongan en su dramaturgia (hay solos, cuartetos, dúos…, incluso, con diversas escenografías). No obstante, Manuela Nogales nos ha mostrado la minuciosidad que tiene a la hora de componer, ya que todo queda justificado: nada está al azar. Y uno de los varios recursos de los que se valió, fue la iluminación, al plantearla como un elemento clave para caer en consciencia del paso del tiempo (y no ver la representación de los fragmentos coreográficos, como una exhibición de coreografías bien encajadas formalmente). Además la misma, nos expuso una ambientación diáfana y elegante, ofreciéndonos contrastes suficientes como para que no veamos este trabajo como algo lineal que tiende hacia al infinito; sino que es una pieza con diferentes volúmenes y texturas, lo cual es propio de un “cuenco despedazado” que espera ser recompuesto, y esta vez lo sería, a lo largo de la representación de esta pieza.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Las cuatro bailarinas han estado extraordinarias, porque habían un rigor técnico en el cómo relacionaban cada movimientos con la música (que por otra parte, en ocasiones era dificilísima de ser bailada), se percibían perfectamente las líneas que proyectaban en el espacio con sus brazos y piernas, entre otras cosas; que hacían de este trabajo  digno de ser estudiado por estudiantes de conservatorio de la especialidad de danza contemporánea, dado que se veía claramente, lo lejos que se puede llegar haciendo todo siguiendo las directrices de una formación académica. Lo cual para mí merece ser reivindicado, en estos tiempos donde conviven tantos registros.

Y no puedo dejar de resaltar la brillante interpretación de Lucía Vázquez Madrid, esto es: ella se ha comido el escenario entero (estando en uno de sus solos, o acompañada de una o más bailarinas del elenco), y encima se la ha pasado tan bien, que me debatía entre concentrarme en lo bien que ejecutaba sus movimientos, y verle la cara, tratando de traducir qué tan feliz era ella bailando. O qué decir de la propia Manuela Nogales: quien sigue insistentemente con el desarrollo de su propio lenguaje, que aunque haya personas que digan que si ves tres piezas coreografiadas por ella, ya has visto todo lo que ella te puede ofrecer. Sigo pensando (resulte seductor o no, su movimiento) que merece la pena acudir al teatro a ver sus composiciones, dado que una vez más con Poéticas en la Sombra, nos ha demostrado la tenacidad que tiene siguiendo su línea de trabajo, a pesar de que muchos no sean capaces de distinguir que en cada una de sus piezas hay algo más, y esto lo demuestra atreviéndose a trabajar el tema que ha abordado, mientras se dejaba la piel en el escena.

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