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No hace mucho que La Caja Books, con su acostumbrado cuidado y exquisitez, lanzó el libro Barro más dulce que la miel: Voces de la Albania comunista, de la periodista polaca Margo Rejmer. Llevaba tiempo esperando un acontecimiento literario de este calibre. Mucha gente está hablando de este libro. Y no es para menos. Sin duda será uno de los libros de no ficción del año.

El texto, subtitulado Voces de la Albania comunista, nos muestra con ello un primer y grandísimo acierto. La autora da un paso atrás, se retira, difumina su presencia para dar voz a un coro de personas que vivieron los cuarenta años de dictadura estalinista (o mucho más que eso) del tirano Enver Hoxha. Así, el discurso, la palabra, toman el protagonismo encarnados en quienes vivieron el horror con un volcado de testimonios apabullantes. Margo Rejmer, sabiamente, sigue la senda Svetlana Aleksiévich, y escoge un formato documental para enseñarnos aquello que somos incapaces de imaginar. Sin duda, estamos frente a una autora mayúscula en su desempeño periodístico. Ryszard Kapuściński ya tiene heredera.

El problema ontológico del sufrimiento

Por encima del retrato socio político de una época o la denuncia del sistema y del estado totalitario, de la política genocida, el texto polifónico que arma la autora se ocupa de un asunto tan fundamental como difícil de reflejar en la literatura, ya sea de ficción o apegada a la realidad: el dolor, el sufrimiento humano.

Creo que fue Jorge Semprún quien aseguró que la experiencia en los Campos de exterminio, concretamente en el interior de las cámaras de gas, acarreaba un problema ontológico sobre el sufrimiento humano imposible de resolver. Nadie regresó de esas cámaras, nadie puede contarnos cómo fue semejante martirio: tan solo podemos aproximarnos, hacernos una idea, pero jamás escucharemos ese drama de primera mano. Somos incapaces, por tanto, de comprender aquel dolor; este es problema ontológico acerca del sufrimiento, que nos resulta imposible percibirlo, apresarlo.

Jorge Semprún y Günter Grass:

Por ello, la autora ha dado voz a las víctimas. En la literatura existen dos maneras de otorgarles protagonismo a quienes sufrieron: recordarlos dando sus nombres y hablando de ellos o, como en el caso de Barro más dulce que la miel, permitiendo que sean sus voces las que se escuchen. Un sistema que ya aparecía en el anterior libro de la autora, publicado también por La Caja Books, Bucarest. Polvo y sangre, si bien en ese libro (libro del año 2009 de no ficción para Achtung!), la escritora intervenía también al insertarse en la narración. Os dejo enlace al artículo que publicamos sobre esta obra:

Margo Rejmer: visión de Bucarest entre el polvo y la sangre de la historia

En mi entradilla al artículo que publiqué analizando el libro de Toni Montesinos (editado por Fórcola), No habrá muerte. Letras del gulag y el nazismo. De Boris Pasternak a Imre Kertész, me centraba en este aspecto redentor de la literatura:

“… se desprende del título, ese “no habrá muerte” tomado de una cita del Doctor Zhivago de Pasternak que, a su vez, se refiere a una frase de San Juan Evangelista. En efecto, no hay muerte si se recuerda a las víctimas, si mencionándolas se las convoca al presente y, con ello, se las mantiene con vida. (…) El resultado es un repaso por testimonios y libros que, con la impronta de sus palabras, han sabido mantener con vida el espíritu de quienes sufrieron y murieron a manos de aquellas políticas criminales”.

Os dejo enlace a la crítica del libro:

https://achtungmag.com/no-habra-muerte-de-toni-montesinos-comunismo-nazismo-y-victimas/

Toni Montesinos y el libro No habrá muerte:

Es una de las grandes funciones de la literatura: hacer inmortales a quienes, precisamente, se intentó eliminar, borrar de la Historia. El texto de Margo Rejmer lo consigue, nos trae mediante sus voces a todos aquellos represaliados.

¿Qué ocurrió durante el régimen autárquico de Enver Hoxha? ¿Qué sucedió en aquella Albania de hambre y búnkeres, de cárceles y ejecuciones sumarísimas, en aquella Albania más comunista que la Unión Soviética, con la que rompió relaciones, más estalinista que la China de Mao, con la que también cesó el idilio político?

Margo Rejmer, la escritora polaca autora de Barro más dulce que la miel.

La respuesta puede ser sencilla: un régimen tiránico, totalitario, sanguinario, llevado a cabo durante cuarenta años por el Partido Comunista albanés y encarnado en el Amado Líder, en Hoxha.

Si, esa puede resultar la respuesta simple. Pero existe otra, existen otras respuestas que transportan nombres y apellidos. Son las historias de las personas, de la gente común, normales y corrientes, como todos nosotros, que vivieron una época de extraordinario sufrimiento, aplastamiento, suplicio, como en pocos países de Europa se ha experimentado.

Svetlana Aleksiévich y Ryszard Kapuściński, en cuya tradición se ubica el trabajo de Margo Rejmer:

Esa respuesta compleja nos las traen las voces, esas voces del subtitulo del libro, las voces de la Albania comunista.  Las voces elegidas por Margo Rejmer. Y no son unas voces cualquiera: son las voces del espanto. Aunque por mucho que las escuchemos, nunca consigamos entender la verdadera categoría, la dimensión infame y aterradora, que les tocó soportar. El artista Gentian Shkurti nos lo vuelve a recordar en el capítulo El susurro:

Nunca comprenderás lo que fue el comunismo albanés (…) A veces se oye decir que nuestro comunismo fue un pequeño holocausto. Al igual que no se puede contar el Holocausto, tampoco se puede contar la vida en un país qué fue una cárcel. Podrás exponer hechos y contar historias, pero jamás palparás nuestro sufrimiento”.

El premio Nobel de literatura alemán Günter Grass se manifiesta a este respecto en su libro Escribir después de Auschwitz; discurso de la pérdida (Paidós ibérica) reflexionando a propósito de otro texto, Mínima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada (Taurus) de T. W. Adorno:

«Lo monstruoso, referido al nombre de Auschwitz, ha seguido siendo inconcebible precisamente porque no es comparable, porque no puede justificarse históricamente con nada […] ¿Tiene uno derecho a escribir poemas después de Auschwitz?«.

Adorno y su libro Minima Moralia:

Existe una casi imposibilidad en establecer relaciones de belleza entre lo pavoroso de aquellas experiencias horrorosas y el constructo literario, y de forma más global con todo el arte en general. Esto ya lo afirma, con gran profundidad, Ana Marimón Driben en su magnífico artículo Si esto es un hombre: una poética límite —en Acta poética, vol. 25, nº 2, México, sep./nov. 2004—, y reflexionado sobre la obra de Primo Levi subraya que el problema radica en si existe una posibilidad, por mínima que sea, de “estetizar el horror”. Y añado, no solo con Auschwitz, sino con cualquier horror histórico y criminal. Y la autora del artículo se pregunta, como antesala a su brillante disertación:

La pregunta, ¿puede hacerse arte después de Auschwitz? (…) podría remitirnos, a La escritura o la vida de Jorge Semprún (Tusquets): «¿Pero se puede contar? ¿Podrá contarse alguna vez?» (…) Semprún, prisionero político en Buchenwald, concibió «lo monstruoso, referido al nombre de Auschwitz» como «la experiencia del Mal radical», como una entidad cuya esencia disloca toda evidencia y problematiza el lenguaje en el instante en que devela, dolorosamente, su carácter incomunicable. El nombre de Auschwitz equivale, así, a la desolación del lenguaje, a una lengua condenada a ese gris inaprensible del que hablaba Grass, a un eclipse de la palabra y de sus posibilidades de representación que, mediante un juego de asociaciones, bien podría evocar a la catástrofe de Babel (…) la certeza de que en Auschwitz, universo innominable, se instituye, en términos simbólicos, una nueva caída del lenguaje”.

Se puede hacer poesía, evidentemente, y tomemos aquí poesía como literatura y expresión artística, pero otro tipo de poesía. La máxima de Adorno que afirma que tras Auschwitz era imposible escribir poesía, evidentemente, no se refiere literalmente a esa imposibilidad, sino a que la crisis ontológica que representan los terribles acontecimientos del siglo XX ha terminado por arruinar el proceso humanista iniciado en el Renacimiento y el hombre ha pasado de ser una utopía (con todo aquello que podía ofrecer) a una distopía (con todo aquello que ha sido capaz de destruir). En otras palabras, hemos transitado, de forma escalofriante, desde la Capilla Sixtina de Miguel Ángel a las cámaras de gas del Tercer Reich. Y después, hemos seguido ese camino…, con Hoxha en Albania como uno de los alumnos más aventajados: el alumno convertido en Gran Maestro del dolor.

El tirano Enver Hoxha en su despacho, presidido por un cuadro de su gran referente: Stalin. Entre sanguijuelas anda el juego.

Por tanto, se hace más necesaria que nunca la construcción de una poética diferente. ¿Qué tiene de nuevo esta literatura? La reparación, la restitución, mediante la memoria y el recuerdo, de las víctimas de un desastre que nos ha convertido a todos en seres inhumanos. Hemos heredado la inhumanidad y, ahora, esta es la nueva función de la literatura que insinúa Adorno. Por eso, Barro más dulce que la miel es una obra que hereda el sufrimiento del siglo, pero que también sabe mirar hacia adelante resarciendo a las víctimas.

Las cáscaras humanas

El régimen inhumano de Enver Hoxha, como cualquier Estado opresor, fundamentó su poder en despojar de humanidad a sus súbditos hasta convertirlos en cáscaras de hombres, mondas humanas. Así nos lo han mostrado, sobre esa realidad albanesa en concreto, las novelas de Ismaíl Kadaré (El Palacio de los sueñosCátedra—, en Vida, resurrección y muerte de Lul Mazreku), o en las narraciones de Fatos Kongoli (Una nulidad de hombre o Piel de perro, ambas en Siruela). Pero la estratagema absoluta de Hoxha por ganar el control popular iba mucho más allá de lo que la narrativa nos muestra, de forma acertada y deslumbrante en los casos antes mencionados.

Uno de los elementos coercitivos que consiguen procesar el espíritu humano, hasta convertirlo en una cáscara humana, es la manipulación del lenguaje. La catedrática de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, la doctora Eugenia Popeanga Chelaru, afirma en su artículo El sistema cultural rumano y el totalitarismo, (en Revista de Letras, nº 28, agosto-octubre 1990, pp. 83-89) que:

podríamos considerar el sistema totalitarista como un sistema sintáctico. Tras un proceso de superposición de los códigos políticos emanados del propio dictador sobre los textos comunistas, se acaba desembocando en un lenguaje de mentira ritual (…) la lengua de madera”.

Margo Rejmer nos lo demuestra en las primeras líneas introductorias de su libro. La Albania hoxhista era un país:

donde todo el mundo sabía leer y escribir, pero solo se podía escribir aquello que el poder permitía y leer lo que el poder aprobaba”.

Abolida la libertad del lenguaje, y erradicada la propiedad privada, “todo pertenecía a todos y nada pertenecía a nadie”, el régimen se podía catapultar desde aquí, como desde un trampolín, para ejercitar el miedo sobre la población; segunda forma de volverlos cáscaras vacías de cualquier rasgo de humanidad:

todo el mundo tenía derecho a la alegría del progreso y a los vítores de las manifestaciones, pero contar un chiste suponía un desafío a la autoridad y al destino. Por eso se recomendaba a los ciudadanos que sintieran entusiasmo y felicidad, ya que una muestra de descontento o una broma inoportuna, o sea, agitación y propaganda, podían suponer de seis meses a diez años de cárcel”.

Bajo esta felicidad obligatoria, como el titulo del libro de relatos del rumano Norman Manea (Tusquets), autor que también se refiere a esa lengua de madera, se exacerbaba el proceso de cascarización individual. El régimen de terror albanés se alimentaba de los chivatos que vigilaban la felicidad impostada de la gente. “Uno de cada cuatro ciudadanos era un delator”, nos advierte una de las voces cosechadas por Margo Rejmer. Por ello, porque entonces no podían hablar, es momento de prestar atención a aquellas voces víctimas de la represión hoxhista.

Norma Manea y su libro Felicidad obligatoria:

Voces de Albania

El primero en aparecer es Bashkim Shehu, ahora escritor, pero antes hijo de Mehmet Shehu, mano derecha del dictador y represaliado tras su caída en desgracia. De Bashkim Shehu hemos atendido en Achtung! a una de sus últimas obras, Angelus Novus (Siruela). Os dejo enlace a la crítica, que complementa perfectamente este artículo sobre la obra albanesa de Margo Rejmer:

https://achtungmag.com/angelus-novus-bashkim-shehu-diccionario-universal-la-infamia/

Bashkim Shehu y su libro Angelus Novus:

No es casualidad que la primera voz sea la de Shehu, dado que su caso es un ejemplo de la arbitrariedad del estado de Hoxha, en donde, en un suspiro, pasabas de ser un ciudadano normal a un villano ejecutado o encarcelado de por vida. Esta arbitrariedad consigue que nadie sepa a qué atenerse, dado que cualquier comportamiento es susceptible de delito. Se lleva al paroxismo la tesis de El proceso (Cátedra) kafkiano, y de hecho Shehu confiesa en el libro que:

las parábolas de Kafka son las que mejor explican la realidad de la vida de Albania. Contienen tres capas que remiten a la cuestión de la libertad individual: la relación con el padre, con el Estado y con Dios”.

Y como asegura Shehu, en la Albania de Hoxhapadre, Estado y Dios pueden ser una misma cosa”. Evidentemente, la figura del todopoderoso es la figura de Enver Hoxha. El segundo testimonio, el del director de la biblioteca de Gjirokastra, Stefan Arseni, abunda sobre la deshumanización, con la supresión y el borrado de toda referencia a la figura caída en desgracia, represaliada, y la sustitución de la idea de Dios por la del Partido:

Si detenían a alguien, él, junto con su equipo, debía arremangarse y eliminar toda mención al enemigo recién designado (…) el Partido significaba más que Dios, Dios no existía (…) Dios no supo destruir al Partido, pero el Partido sí supo destruir a Dios”.

De esta manera, Enver Hoxha, por medio del Partido, va devorando el país, lo canibaliza, pues de caníbal se le tilda en el magnífico capítulo del libro titulado Chico malo:

Enver se alimentaba de nosotros, de nuestro dolor y nuestro miedo”.

El asunto de lo arbitrario del sistema también lo analiza el artista antes mencionado, Gentian Shkurti, cuando afirma que:

En la Albania comunista el dolor y el trauma se mezclaban con el absurdo (…) La lógica no significaba nada (…) No podías estar segura de que las personas con las que hablabas eran las personas qué decían ser. No podías estar segura de que las palabras significaban lo que significaban”.

Deportaciones, exilio, penales inhumanos, cárceles inmundas, tortura, campos de internamiento, reeducación, cada termino pronunciado por las voces del libro es una cuenta más que sumar en este rosario del dolor, siempre controlado por la temible policía del Estado, la Sigurimi. Con el discurso, las víctimas rellenan la cáscara en la que fueron convertidas, dan testimonio y recuperan la humanidad. Por ese motivo, el libro de Margo Rejmer, trasciende.

Hoxha caníbal, sí, pero también alimentaba a un sistema de vampiros, porque el sistema se nutría de la sangre de los albaneses, como afirma Neim Pasha en el libro:

El sistema ansiaba sangre para sobrevivir, necesitaba de nuestro miedo”.

Para ello, otro recurso pavoroso era la culpa colectiva, principio absoluto y pilar fundamental del Estado. Nikë Marashi se refiere a esto:

La culpa colectiva era la esencia del comunismo albanés. Si hacías algo malo, tenían que sufrir todos tus allegados”.

En la novela de Fatos Kongoli titulada Un nulidad de hombre (Siruela) se nos muestra el proceso de cascarización de varios personajes que atravesaron el desierto del sistema totalitario albanés: se han convertido en eso, en cáscaras de hombres, haciendo buena aquella afirmación del bonaerense Roberto Arlt en Los siete locos (Cátedra):

Pero él ya estaba vacío, era una cáscara de hombre movida por el automatismo de la costumbre”.

 Tal y como afirma en el libro una de las voces, “como todos a mi alrededor, sabía vivir sin esperanza y sin sueños”. ¿Cómo se recupera uno de eso? ¿Cómo se supera la certeza de vivir en el seno de un comunismo que “era un sistema de verbos, no de ideas: comíamos, trabajábamos y moríamos, nada más”.

Fatos Kongoli y su novela Una nulidad de hombre:

Círculos en el barrizal

Fatos Lubonja siempre quiso ser escritor. Fue condenado a diecisiete años de cárcel en el penal de Spaç. Realizó trabajos forzados en una mina, repletos de torturas, de celdas de aislamiento… Hambre, frío extremo, insultos, amenazas, miedo, dolor, alambradas, desesperación…, hasta que, finalmente, lo trasladaron a otro penal y fue puesto en régimen de aislamiento. Allí, Fatos Lubonja se puso a leer y, por fin, arrancó a escribir. Escribió y escribió. Una vez libre, incluso se topó con alguno de los carceleros que lo torturaron. El argumento para justificarse fue que no les quedaba otra opción, que no podían negarse, que nadie podía negarse. Obediencia debida o, simplemente, pavor.

Fatos Lubonja.

Todos esos estados de sufrimiento que atraviesa durante su martirio, los describe Lubonja como un paso por los diferentes círculos del Infierno dantiano. Su tío era Todi Lubonja, director de la televisión nacional albanesa. Cuando Hoxha se decide a romper las relaciones con los soviéticos, Todi Lubonja se muestra contrario. Es arrestado. Su sobrino Fatos, que estudiaba física en Tirana, en un efecto de fichas caídas de dominó, también resulta detenido a causa de la incautación de su diario, muy crítico con Hoxha.

Primero, Fatos Lubonja fue condenado a siete años de prisión. En la cárcel fue acusado de prosoviético y le sumaron a su pena veinte años más. Como he comentado arriba, después de trece años de trabajos forzados, fue trasladado a un confinamiento solitario. Allí escribió un diario y una novela en papel de fumar, pacientemente escondidos en el lomo de un diccionario. Su novela La última masacre es una versión del comunismo bajo Hoxha. Finalmente, fue puesto en libertad en 1991, tras diecisiete años en prisión. Su libro En el decimoséptimo año se ocupa de esta historia. Es una lástima, pero ninguno está publicado en español.

El dedo en la llaga hoxhista

La mañana del 11 de abril de 1985 se comunicó la muerte de Enver Hoxha. La noticia provocó estupor y alegría a partes iguales; ahora tocaba —de cara al Estado que acababa de perder a su Líder, pero no su ferocidad— fingir tristeza y desolación absolutas. La gente se forzaba a llorar, se untaban los ojos con cebollas o se frotaban con cerillas para provocarse lágrimas ante las miradas vigilantes de los represores, ahora huérfanos.

Si alguien se hacía ilusiones de un futuro de aperturismo y libertad sin Hoxha, pronto se dio cuenta de su error; quedaba un camino largo por recorrer. Al final, fue el pueblo, ellos, aquellas cáscaras humanas, que paulatinamente se rellenaron de coraje, los que terminaron con la sombra del dictador arrasando su mausoleo y derribando sus estatuas: el comunismo albanés certificó su agonía.

En este momento, Margo Rejmer da voz al pintor Enkelejd Zonja, y nos habla a través de uno de sus cuadros más impactantes, una recreación de La incredulidad de Santo Tomás, de Caravaggio, pintado en 1602 y expuesto en el Palacio de Sanssouci de la localidad alemana de Potsdam. En esa obra maestra barroca del milanés se nos muestra a Cristo que ha resucitado y que se aparece antes sus discípulos. Tomás no puede creerlo y Jesús le invita a que toque sus heridas, que introduzca el dedo en la llaga del lanzazo propinado, a pie del calvario, por Longinos.

Enkelejd Zonja haba de su cuadro en una entrevista para la cadena ABC.

El cuadro de Enkelejd Zonja resulta, por ello, tremendamente simbólico y significativo: los personajes que aparecen son modelos reclutados en la calle, gente que buscaba algo de comer entre las basuras o el propio padre del pintor. Hoxha aparece como un inmortal, y el Santo Tomás del cuadro viste un chándal y representa a la Albania de las generaciones que sufrieron al tirano mientras, detrás, un hombre joven sostiene una lata de Coca-Cola y no tiene el menor interés en la figura del tirano resurrecto. Esa Albania nueva, confrontada con la vieja hasta el roce de dos placas tectónicas, queda representada en el extraordinario cuadro; de igual forma nos la muestra Ismaíl Kadaré en una de sus mejores novelas: El accidente.

El cuadro de Caravaggio, a la izquierda, y la extraordinaria interpretación hoxhiana de Enkelejd Zonja:

El momento había llegado, la presencia fantasmagórica del Líder debía ser erradicada. Su estatua de oro fue derribada del lugar que ocupaba en el centro de Tirana un 20 de febrero de 1991, seis años después de su muerte, pero aun así, su memoria no ha podido ser erradicada. De una ceremonia catártica consistente en destruir estatuas nació la nueva Albania, surgida tras la muerte del tirano. Sin embargo, el país deambulará con ese gran peso sobre sus espaldas, estamos una “Albana libre cautiva”.

Por ese motivo, para liberar a los albaneses del cautiverio de su memoria de dolor y silencios, Margo Rejmer ha sabido dar voz en este libro prodigioso a Bashkim Shehu, Stefan Arseni, Nexhip Manga, Yzeir Ceka, Mary Kitti Harapi, Fatbardha Mulleti, Ridvan Dibra, Gentian Shkurti, Neim Pasha, Nikë Marashi, Fatos Lubonja, Bibika Kokalari, Shpëtim Kelmendi…, valgan estos pocos nombres, espigados entre los muchos que aparecen en Barro mas dulce que la miel, para hacerlos presentes aquí, en este artículo de Achtung!, para rendirles el respeto que merecen y reconocer sus sufrimientos. Ellos son la verdadera llaga que dejó abierta Enver Hoxha.

Su autora y la editorial La Caja Books lo han hecho escribiendo y publicando este modelo de gran reporterismo. Es de justicia que nosotros también lo hagamos mediante la lectura del libro. De esa forma, estaremos contribuyendo a cerrar la llaga, ayudando a la reparación de la herida en la memoria silenciada de una de las injusticias más sanguinarias de la moderna historia de Europa. ¿Puede existir un motivo mejor para escribir, publicar o leer un libro?

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