Cartas desde Marruecos
Y con ellos y por ellos empezó todo. Adoro a los niños marroquís, especialmente a los más pobres. Para mí son, sin duda, uno de los puntos más fuertes del país pero a la vez la parte más vulnerable. Tantísima juventud y tan espabilada debería ser capaz de colocar al país en el lugar que el pueblo se merece. El problema es que no interesa que así ocurra. Y ser libre en una dictadura encubierta no es nada fácil.
Es más que evidente que hay mucho potencial, el problema es que está totalmente desperdiciado. Son chavales que te hacen ver lo que significa realmente eso de ‘ser más listo que el hambre’ y te dejan sin palabras al demostrarte que cuando tú vas, ellos ya han ido y venido varias veces. Crecen rodeados de una realidad muy cruda e, inevitablemente, se hacen mayores antes de lo que deberían.
Son cariñosos y muy cercanos, pero su forma de vivir hace que siempre pongan una barrera que es complicado romper. Eso sí, una vez que lo haces, ya no la vuelves a ver. Son críos que no tienen nada y precisamente por eso lo valoran todo. No tienen prejuicios, no tienen miedo, no tienen vergüenza. Tienen un talento increíble pero, por desgracia, un diamante no se pule solo. La mayoría de ellos viven con lo básico, con sus familias, y de la forma más digna que las condiciones les permiten.
Pero algunos están en la calle, pidiendo/robando dinero o vendiendo chicles, pañuelos… etc. para ganar lo mínimo. Nunca he sido partidaria de dar limosna y menos aún a los críos. A la larga creo que se les hace un flaquísimo favor y se termina fomentando todo aquello contra lo que se supone que estás luchando al intentar echarle una mano. No me gusta dar dinero de esa manera, sabiendo que a menudo esas monedas acaban en un bolsillo que no es precisamente el suyo.
Sin embargo, cuando les ves que lo único que piden es comida… Es que se me va la vida. Vivimos en un mundo que sobrepasa todos los límites del surrealismo y al verlos me doy cuenta de lo alto que apuntamos algunas veces y de lo bajo que caemos cuando no somos capaces ni de sentir empatía ante situaciones así. Que no es que no pueda pagar las tasas de la Universidad o que le obliguen a hacer horas extra que no estaban pactadas. Que no. Que es que tiene hambre, joder. Y la cara que ponen al coger el crêpe de Nutella, el batido de aguacate o la hamburguesa… Buff… Lo que digo, que se me va la vida.
Está claro que esos son los casos más extremos; en Marruecos hay millones de familias muy humildes, que viven sin ningún lujo pero que, por suerte, nunca les falta un plato de comida. Y con ellos disfruto de una forma que no se puede explicar. Sentándonos juntos a comer con las manos, jugando a las cartas con los más peques, practicando mi nivel usuario de darija y echando un partidillo de fútbol ante la mirada simpática y de sorpresa de los que pasan por allí. ¿Pero qué hace esta chica aquí? Disfrutar,khouya. Disfrutar. Está claro que no voy a cambiar el mundo, pero si todos hacemos que el nuestro sea un poquito mejor, habrá merecido la pena. Y en ello estoy.
Esta gente saca lo mejor de mí y el comprobar que con tan poco se puede hacer feliz a alguien es la mejor sensación del mundo. No tienen nada (o eso dicen los demás), pero te lo dan todo. En momentos así me doy cuenta de que todo lo que había aprendido antes de llegar ahí era mentira y que hay ciertas lecciones de vida que te sacuden totalmente. No es que me sienta culpable, pero sí siento que estoy en deuda con todos ellos por haber tenido la suerte de que la vida me haya regalado cosas que ellos morirán peleando por conseguir.
Y para otras cosas no, pero para esto soy extremadamente sensible. En el momento lo disfruto al máximo pero cuando me doy la vuelta para decir adiós todavía no puedo evitar que se me haga un maldito nudo en la garganta y me emocione. Siempre. No puedo evitarlo, se me revuelve todo al oírles decir ‘B’slamaaaaaaaaaa!’, con esa carita de ilusión que al principio parecían no tener. Y lo que ellos no saben es que, si por mí fuera, me quedaría siempre echando ese partido de fútbol que con nadie más me apetece echar…
Puedes conocer más historias de Marruecos en el blog No es Nada Personal
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