Mashock es una pieza que solicita a sus espectadores que se adecúen a su estructura formal, de lo contrario, los mismos estarían bajo la expectativa de que se les de algo distinto de lo que ofrece. Es decir: quienes nos están demasiado habituados a ver piezas de artes escénicas contemporáneas, quizás se decanten por percibir a este trabajo como algo fragmentado; como si esta profesional andaluza se hubiese “atrevido” a enlazar escenas en las que sus intérpretes con o sin consciencia, hubieran reproducido una serie de pautas de improvisación que en cada sesión de montaje/ensayo se fueron ajustando; etc.… El caso es que Mashock nunca se comprometió a entrar en tal marco, siendo que el dejar de lado el uso de una estructura narrativa, Marta García Ávila y su equipo nos fueron mostrando la manera más precisa de lo que ellos entendieron más oportuno para abordar el tema del shock.
¿Eso significa que hemos de justificar cualquier cosa, a poco que tengamos la predisposición de ser “comprensivos” con los profesionales involucrados con la pieza en juego? Más bien diría que esta disciplina escénica, tiene tantas posibilidades que en ocasiones lo más fiel a lo que uno quiere subrayar del tema que está abordando, es arriesgarse a desmarcarse de los formatos más transitados hasta ahora. No con lo anterior uno está a la “vanguardia”, sino que el punto está en localizar cuál es la ruta en la que se llega de un modo más directo a lo que se aspira alcanzar, con lo que fuere que se esté trabajando. O dicho de otra manera: Anna Serra, Raquel Romero, Eira Riera y Daniel Mallorquín interpretaron el qué pasaría si pusiésemos sobre un escenario de una forma ordenada, a un grupo de personas (en lo colectivo y en lo individual) recibiendo y reaccionando a unos estímulos que han de ser canalizados a través de algo que abría sido “rescatado”, antes de caer en la dinámica de coreografiar con el fin de que los bailarines “sellasen” la idea de shock a través del lenguaje de la danza contemporánea.
He allí el arduo ejercicio de abstracción que habrá hecho Marta García Ávila para que Mashock pusiese el foco en que, nosotros los espectadores, nos dispusiésemos a contemplar el cómo de cualquier cosa que se nos exterioriza, es susceptible de ser transformado en danza. De cualquier modo, tenemos precedentes en la relación que quiso desarrollar Isadora Duncan en su danza con la Naturaleza, o Kazuo Ōno bailando la idea de lo que fue para él su madre; sin que ninguno de estos ejemplos de tantos, hayan caído en una mera imitación. Por tanto, Marta García Ávila se “arrojó” a una línea de trabajo en la que podría estar hasta el último de sus días, cuya fecundidad reside en que el ser humano hace arte, entre otras cosas, como un vehículo para entenderse asimismo, y a lo que le excede.
Sí es que entender algo no, necesariamente, se ha de hacer ciencia de ello. Marta García Ávila es bailarina y creadora, pues, una de la maneras más operativas que tendrá de gestionar aquello que problematiza es “bailándolo” sobre un escenario. Lo demás no será más que proyecciones de premisas que precisan que se les ponga a prueba en el campo de la empírea. Lo que me lleva a retomar la idea de que se puede hacer filosofía a través de las artes escénicas, y cuando se trata de danza contemporánea o la danza butoh, me aventuraría a apostar que ello se acentúa ¿Acaso una elucubración de algo sólo se puede reflejar con la imagen de alguien inmerso en sus pensamientos? ¿Acaso cuando uno baila (fuera de lo ámbitos más lúdicos), el cuerpo no está “pensando” y asimilando una serie de cosas que no son traducibles con palabras? ¿Acaso el “bailar algo” no podría ser uno de los mecanismos epistemológicos más eficaces, para superar algunas contradicciones provenientes de muchas de las herramientas de las que nos valemos rutinariamente? …
Sea como fuese, el estreno de Mashock me dejó con la sensación de que Marta García Ávila apenas ha dado inicio a una carrera que promete dejar a los “intelectuales” fuera de su espacio de confort, a la hora de que éstos se enfrentasen a sus piezas. Ella se ha especializado en el campo de la danza contemporánea, pues, concentrémonos en captar el contenido de sus trabajos, y así todos saldremos beneficiados. Al margen de que el formato de su obra pueda resultar más o menos convencional.
Me da la sensación de que Mashock nos remite a que detrás de esta creación hay alguien que sigue dándole vueltas a todo aquello que representa sobre un escenario, pero no por ello ella está dispuesta a correr el riesgo a quedarse “encerrada” en una sala de ensayo hasta que todo sea “perfecto”. Ya que Mashock es un trabajo que seguro se le podría sacarle más partido si a éste se vuelve revisar cada una de sus escenas, más no quiero decir con esto, que no esté preparado para presentarse ante un público y hacer salir, a nosotros sus espectadores, con buenas sensaciones. Es más, si esta profesional no se atreviese a tomar decisiones de esta índole con trabajos tan experimentales como lo es Mashock, probablemente, ella tardaría más de lo necesario en entender realmente el valor de lo que ha hecho.
Desde luego, Mashock es un buen trabajo que merece ser visto al menos un par de veces, que merece que se programe para que siga creciendo junto al grupo de profesionales que hay sosteniéndolo… El caso es que sin piezas como Mashock, la danza contemporánea sería entendida como algo que practica un grupo muy selecto de personas, que sin que nos diésemos cuenta, han llegado a disfrutar de semejante reconocimiento. No, esos profesionales que se les podría más o menos encuadrar en la “élite”, estuvieron en condiciones materiales y vitales que se podrían asemejar con las que están Marta García Ávila y su equipo a día de hoy.
Impactante, habilmente descubridora de emociones. Recomendable al 100%