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Cartas desde Medellín

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Por Marta de Castro

Ricardo Brenta es de Madrid pero desde hace un año y un mes Medellín (Colombia) es su ciudad de adopción. Representante de textil para hogar, vio cómo la caída del ladrillo provocaba un perfecto efecto dominó en los demás sectores relacionados. A dos días de acabar el año decidió cruzar el charco y empezar el siguiente de cero.

El verbo emigrar se ha colado en nuestras conversación casi con tanta frecuencia como la palabra crisis. Tras el deje local con el que acompaña un afable “Aló”, al otro lado de la línea, Ricardo Brenta lo conjuga y detalla. “Mi vida la resumí en dos maletas, regalé casi todas mis pertenencias, vendí mi coche, me metí en un avión y aterricé en Colombia.Es una decisión muy fuerte”, admite con vehemencia.

Una decisión que vino motivada por el desempleo. Desde febrero hasta diciembre de 2011 no había una alternativa más allá de algún trabajo temporal y puntual. Ex autónomo y neo parado, Ricardo decidió hacer tabla rasa y empezar de nuevo con el apoyo de su mujer, de nacionalidad colombiana: “Vine a la aventura y he tardado once meses en encontrar trabajo porque muchas veces los empleadores creen que el extranjero pretende ganar un dineral en euros y tienes que explicar que tu meta es sacar adelante a tu familia, aunque sea con el salario colombiano”, afirma.

El salario mínimo interprofesional de Colombia oscila entre los 250 y los 300 euros al mes por una jornada de 48 horas semanales. Aunque el propio Ricardo reconoce que es bajo, no tarda en aportar la cosa positiva del coste de la vida en Medellín. “La vivienda y la cesta de la compra es rentable. Por una casa de 60 metros cuadrados, con dos o tres habitaciones se pagaría un alquiler de 200 euros. Lo más inaccesible del mercado es la compra de un coche, incluso en el mercado de segunda mano, por uno sin grandes prestaciones se llega a pagar 12.000 euros”, enumera dejando tiempo para pensar si la conversión de peso a euros es fidedigna.

Ricardo no usa coche, acude a su trabajo en el departamento de Sorporte Técnico de una compañía telefónica en transporte público. “Medellín es la única ciudad del país con metro y tiene una red excelente. Además los ciudadanos tienen muy asimilada la ‘cultura metro’, que implica no comer en el vagón, no beber y si alguien está borracho no le permiten el acceso. Las instalaciones están perfectamente cuidadas y no se ve ni un desperfecto”, cuenta con cierto orgullo.

Al margen de las referencias que hegemonizan el imaginario colectivo sobre la conflicitividad de Medellín, en los últimos años ha dado un giro de 180 grados. Un cambio que, a ojos de Ricardo, está directamente relacionado con la gestión del ex mandatario Álvaro Uribe en calidad de Gobernador de Antioquia (Departamento del que es capital Medellín) y como Presidente del país. “Cuando gobernó en Antioquia consiguió transformar Medellín de una ciudad insegura a poder pasear por sus calles tranquilamente, y es que su política de seguridad ha dado sus frutos”, asevera como cambio que sorprende si se tiene en cuenta las relaciones demostradas de Uribe con el cártel de esa región colombiana.

La conflictividad se atrinchera en las ‘comunas’, nombre que reciben los barrios con mayor índice de robos, asaltos y narcotráfico. “Nadie te puede garantizar que no salgas de ahí atracado. Estos barrios se encuentran en la parte más alta de la montaña, en zonas de difícil acceso para la gente de a pie pero de las que la droga entra y sale sin problemas”, puntualiza

Las FARC, un conflicto sin resolver

Las negociaciones entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Gobierno de Juan Manuel Santos, que se iniciaron el pasado 19 de noviembre en La Habana, y el alto al fuego decretado por la guerrilla con fecha límite el 20 de enero, han dividido a la población en dos bandos. “La inmensa mayoría piensa que esto no va a ningún sitio, que es una banda terrorista con muchos intereses dentro del país y que aprovechan las treguas para rearmarse pero también hay quienes creen que el fin del conflicto está cada vez más cerca”, analiza Ricardo.

La principal víctima del conflicto y del incremento de la escalada de violencia es la ciudadanía, la misma ciudadanía dividida entre el escepticismo y la esperanza, que es su gran punto a favor. “Yo resumiría a Colombia en su gente, por sus ganas de crecer y su dedicación por conseguir el fin del terrorismo, e incluso en el día a día es gratificante cómo te ayudan y se ofrecen a hacer tu adaptación más sencilla”, reconoce.

Ricardo es consciente de que cada vez son más los españoles que quieren emigrar a Colombia. Según datos del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE) a fecha 1 de enero de 2012, en Colombia residen 16.253 españoles. “La gente piensa que por emigrar a un país de América Latina te vas a comer el mundo pero no es así, no es tan sencillo y no todo el mundo se adapta”, advierte con cierta severidad en el tono.

Y tras el consejo de quien sabe conjugar el verbo emigrar a base de la experiencia, acepta como una fatalidad inevitable el que muchos quieran recalar en Colombia para trabajar. “ Los españoles se quieren ir, y la empresas también son las primeras que buscan los beneficios fuera de su país porque en España ya no los hay”.

A lo largo de nuestra conversación Ricardo registra y reproduce con exactitud pequeños detalles que perfilan la idiosincrasia colombiana, a estas alturas el acento madrileño se ha instalado y aunque en Medellín está contento no puede evitar la nostalgia. “Echo de menos pasear por las calles de Madrid, ir a la Plaza Mayor o ir a tomar cañas. Madrid es algo que siempre llevaré conmigo”.

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