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Por Marcos Rodríguez Velo

Los que todavía veneran el magnífico The English Riviera no estarán seguramente decepcionados, ni sorprendidos, por el sonido del cuarto disco de Joseph Mount, el cual, con las debidas correcciones, parece haber encontrado la irresoluble cuadratura del círculo. Una vez abandonadas las aristas electro-punk del debut y los himnos indie-disco del sucesivo Nights Out (2008), la banda de Devon continúa dibujando pequeñas obras de arte pop de fuerte sabor setentero, con la ligereza de los Fleetwood Mac de Rumours como esencia constante pero también con un sensible equilibrio hacia un sonido manifiestamente moderno.

La prodigalidad en sintetizadores y unos teclados que ya son marca de la casa hacen de Metronomy una de las realidades electro-pop más brillantes de la actualidad, que acaso encuentran su homólogo estadounidense en el art-rock de St. Vincent. Ambos grupos han sabido encontrar su propia senda expresiva mirando al pasado (Talking Heads para Clark, Kraftwerk y Fleetwod Mac para Mount), resultando al mismo tiempo actuales, en una época en la que lo digital imita a lo analógico y la electrónica se mezcla con teclados vintage.

Actual es desde luego la impecable producción, con I’m Aquarius a la cabeza, pero también el enfoque de las letras que, a medio camino entre romanticismo y desencanto, nos regala una instantánea perfecta de la idea que Mount tiene del amor: una alocada decadencia, un misterio irresoluble, un eterno último baile antes del adiós final. En resumen, Love Letters es un poco esa postal amorosa que los habitantes de The English Riviera de las décadas doradas usarían para intercambiar correspondencia años después.

Tonos apagados que se colorean de blues en The Upsetter o se cargan de instrumentos de viento y coros sesenteros en la enérgica Love Letters, para volverse melancólicos en la segunda mitad: “We can get better, we can get better” repite Mount con tono ausente en Call Me en vista de una descorazonadora ruptura que en Reservoir ya se ha transformado en nostalgia.

Metronomy, concisos como es habitual en ellos, hacen las maletas en la décima pista, Never Wanted, cerrando un disco que, aún apoyándose en gran medida en las bases establecidas en The English Riviera, no defrauda en absoluto las enormes expectativas creadas.

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