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Foto: Niklas Hamann

De palabras, disculpas y Jep Gambardella.

 

La più consistente scoperta che ho fatto pochi giorni dopo aver compiuto sessantacinque anni è che non posso più perdere tempo a fare cose che non mi va di fare

Palabras de (nuestro) Jep Gambardella.

El descubrimiento más consistente que he hecho tras cumplir 65 años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer. Una frase con tanta verdad que hasta duele un poco. Y no me imagino al rey de los mundanos pidiendo perdón por desaparecer de casa de Orietta. Aunque quizá debería. No pedimos disculpas las veces que tendríamos que hacerlo, pero se nos llena la boca con perdones banales cuando deberían tener lugar. Tantas, que el sentimiento se convierte en meras palabras. He pedido perdón por tantas cosas por las que no debería que ha dejado de tener sentido.

Por llegar tarde cuando sabía que iba a llegar tarde. Por querer volar. Por no dar explicaciones, por conquistar mis silencios y ser el único rey de mi castillo. Por no poder dormir. Por pedir la luna, buscar mi soledad y rendirme antes de tiempo. Por sonreír en las derrotas y bailar sobre las cenizas. Por no contestar tus mensajes. Por darlo absolutamente todo en la pista con canciones que detesto. Por ser hipócrita. Por no ser dócil. Por no saber echarla de menos. Por quedarme en casa con el abrigo del papel de un libro cuando debería estar celebrando cualquier estupidez. Por ser(me) fiel. Por beber demasiado. Por soñar demasiado. Por tener dos trabajos y que ninguno de los cuales tenga nada que ver con lo que he estudiado. Por no abrazarla. Por escribir, o por dejar de hacerlo.

Por no entrar en iglesias. Por mentir. Por negarme a ver el partido. Por confundirme con (vuestras) normas. Por patalear y enfadarme, y por mi oscuridad. Por no tener redes sociales. Por no ofenderme, follar con la luz encendida y no estar allí cuando ella despierta. Por tener la poca vergüenza de sonreír cuando todos lloran, y por rendirme ante mis miserias cuando me dicen que me toca ser feliz. Por no poder llorar. Por cantar (tan soberanamente) mal. Por terminar en su cama, por no sentir nada cuando sé que debería haberlo hecho y por mis zapatillas rosas de todos los veranos. Por protegerlos demasiado. Por no ponerme celoso, y por decidir jugar la partida. Mi partida. Por no entender la fidelidad, ni las relaciones, ni la vida entorno a una cama de la forma en la que lo hacen los demás. Por tener miedo. Por no haber(la) llegado a querer. Por cansarme de esperar.

He pedido perdón por dejar de hacer (tantas) cosas que no me apetecía hacer.

Pero no pienso volver a disculparme.

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