Por Marcos Rodríguez Velo
Karen Marie Ørsted, de nombre artístico MØ (“virgen”), es una joven danesa clase del 88, con una identificable trenza rubia y un aire aparentemente inocente, que ha crecido a base de pan, Spice Girls y Sonic Youth. Su carrera empieza hace cinco años, bajo los auspicios del rap, cuando la chica publica canciones como When I Saw His Cock, que parecen salidas del imaginario de Peaches. En el 2012 ve la luz el single Maiden, que contiene un interesantísimo giro de guitarra, mientras un año después nos llega el EP Bikini Daze que sienta las bases para el primer largo con dos canciones en común en ambos trabajos. Destaca en el EP la delicada y melancólica Freedom (#1), una de las mejores composiciones de la artista que por desgracia no logró entrar en la selección final para el disco.
Nacido en colaboración con el productor Ronni Vindahl – conocido en Dinamarca por ser parte del dúo No Wav. con base en Copenhague y fundador del colectivo Boom Clap Bachelors -, el disco de debut viene precedido de una discreta dosis de hype, no en vano el perfil de Karen en Facebook supera los 100.000 seguidores. Hablando claro, es un debut eficaz, una ráfaga de aire fresco que justifica con creces la espera. El mérito es de una gran voz, delicada, agresiva y soñadora según el momento y una estética adecuada y nunca invasiva que logra equilibrar una producción de marcado carácter hip hop con voces deudoras tanto del R&B actual como del girl pop de los 50.
Se pasa del synth-pop de Slow Move a los guiños a las últimas CocoRosie de Red In The Grey, pasando por el estridente electro-pop de XXX 88, con la colaboración de su amigo Diplo. El hip hop es el gran amor de MØ – lo que se nota en canciones como Pilgrim – pero la chica tiene recursos y Dust Is Gone parece cantada por Lana Del Rey, con todos esos lamentos apagados y una cierta tendencia hacia la sensualidad. Never Wanna Know es uno de los episodios más convincentes, una historia de amor ya terminada con un estribillo que, aún no siendo brillante a nivel compositivo, te entra fácilmente en la cabeza (“But I never wanna know all your new girlfriends”). Hay también espacio para el homenaje a las heroínas de juventud: a pesar de su título, Don’t Wanna Dance es una de las canciones más divertidas y nos transporta a los años dorados de Victoria Beckham y sus compañeras.
Un primer disco convincente, que no inventa nada pero que lograr imitar y reelaborar con un corte actual conceptos ya ampliamente explorados, lo que convierte a MØ en una de las figuras más vivificantes de la escena pop contemporánea.
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