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Cartas desde Mozambique

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María Ruperez en la puerta del CISM

Por Sergio Rozalén

Es de noche. Miro a través del plástico verde que hace de mosquitera y encuentro, agarrada a una de las vigas de madera que sustentan la chapa de zinc que compone el tejado de lahabitación donde duermo, a una lagartija africana. Se desplaza a través de movimientos rápidos, siempre cerca de la bombilla, esperando cenar alguno de los mosquitos o polillas que, como cada noche, se acercarán a ese único foco de luz de la estancia. Entonces yo me elevo, me acerco a la lagartija, que se escabulle por un pequeño hueco que ha encontrado en la chapa de metal. Mi cuerpo, comprimido y etéreo, se encoge lo suficiente para introducirse por ese agujerito en busca del lagarto, se adentra en la oscuridad y cuando la luz vuelve a aparecer ante mis ojos, me encuentro conduciendo una chapa, una minibús, el transporte público por excelencia de Mozambique que, como en todo África del sur, suele ser una furgoneta Toyota de 15 asientos que se sobrecarga hasta los 25 o más pasajeros. Pero en esta ocasión soy yo el único ocupante del vehículo, y su tripulante. Enfilo a toda velocidad una carretera de asfalto que poco a poco va empeorando, se convierte en tierra roja, luego arena de playa y posteriormente un camino empedrado de agujeros descomunales sobre los que mi furgoneta parece levitar. Poco importa, pues no tardo mucho en llegar a un abismo, a un barranco de altitud incalculable en el que mi “chapa”, conmigo dentro, se precipita al vacío. Antes de encontrar suelo, una red elástica de enormes dimensiones frena mi velocidad, se traga el autobús y me rebota de nuevo hacia el cielo, donde me quedo flotando unos instantes que me parecen eternos. Entonces, me despierto.

Es el efecto del Lariam, el medicamento que desde hace tres semanas tomo como quimioprofilaxis de la malaria, una de las enfermedades más habituales de esta zona tropical, con especial incidencia en Mozambique, y que más muertes causa al año. Oí decir antes de salir de España que la hembra del mosquito Anopheles, el insecto portador del parásito de la malaria, es el segundo animal que más muertes causa en el mundo. ¿El primero? Parece ser que el hipopótamo, aunque visto lo visto en Sudáfrica no me parece tan peligroso.

El Lariam, tomado una vez al mes en una pastillita, introduce en el cuerpo la química suficiente para que, cuando nos pique el temible mosquito y el parásito que transmite empiece a campar a sus anchas en nuestra sangre para, unas semanas después, declararnos la guerra, nuestro organismo esté preparado para hacerle un poco de frente. No mucho, no del todo. Aún así, cuando enfermemos de malaria, notemos la fiebre, el frío y la debilidad, deberemos ir corriendo a un hospital cercano donde nos darán el tratamiento adecuado. Pero el Lariam (que yo dudé mucho en empezar a tomar) tiene sus efectos secundarios, sus daños colaterales, sus pequeños inconvenientes añadidos. Depende de la persona, claro está, pero es bastante habitual que provoque cierta depresión, cansancio físico y emocional, mareos, problemas de visión, sueños vívidos que frecuentemente se convierten en pesadillas como la descrita arriba y, en ocasiones, convulsiones, ansiedad, alucinaciones y otros trastornos psicóticos. Al parecer, el otro famoso fármaco que sirve de profilaxis contra la malaria, el Malarone, no tiene esos efectos secundarios tan acusados, pero su consumo se limita a un mes, frente a los tres que el Lariam nos permite tomarlo antes de que nuestro hígado diga hasta aquí hemos llegado.

Hace unos días, en la carretera de Praia de Xai-Xai, me encontré con Destinia. De 19 años, guapísima y con la sonrisa más bonita de Mozambique, esta ahijada de Khanimambo que se va a convertir en la primera en estudiar en la Universidad no tenía su mejor cara: tiritaba, la frente le ardía y andaba a pequeños y torpes pasos hasta el precario centro de salud de Praia de Xai-Xai. Le acompañé, hicimos cola en una sala de espera en la misma calle y cuando le hicieron el test rápido (un pinchazo en el dedo para extraer sangre) se confirmó lo que ya todos imaginábamos: malaria. Lo habitual. El pan nuestro de cada día. Lo mismo que las cuatro personas más que esperaban allí para pasar consulta con la enfermera. Tratamiento de Coarten, chute de pastillas de amodiaquina y descanso absoluto, algo por otro lado obvio porque la malaria deja completamente hundido. La cara, el tembleque de Destinia y su fiebre me hizo recordar una pasaje del libro Ébano de Kapuscinski y que me permito repetir aquí:

“La primera señal de un inminente ataque de malaria es una inquietud interior que empezamos a experimentar de repente sin ningún motivo claro. Algo nos pasa, algo malo. Si creemos en los espíritus, sabemos qué es: ha entrado en nosotros un espíritu maligno y nos ha embrujado. Nos ha paralizado y clavado. Por eso no tardamos en sentirnos entumecidos, pesados y sumidos en el marasmo. Todo nos irrita. Sobre todo la luz, detestamos la luz. Nos irrita la gente: sus voces estridentes, su repugnante olor y su tacto áspero. Pero tampoco tenemos demasiado tiempo para experimentar semejantes ascos y repugnancias, pues al cabo de poco rato, a veces de repente y sin haber dado ninguna señal de aviso, se produce el ataque. Es un súbito y violento ataque de frío. Un frío polar, ártico. Como si alguien nos cogiese desnudos, abrasados por el infierno del Sahel y del Sáhara y nos lanzase directamente al altiplano helado de Groenlandia y las Spitzberg, entre nieves, vientos y tormentas polares. ¡Qué conmoción! ¡Qué choque! En un segundo empezamos a sentir frió, unfrío terrible, espantoso, espectral. Empezamos a tiritar, a temblar, a agitarnos (…) Nos atenazan unas vibraciones y convulsiones que al cabo de poco tiempo nos desgarrarán en jirones. Y para intentar salvarnos empezamos a suplicar ayuda”.

En octubre de 2011, la Fundación Khanimambo llegó a un acuerdo con la empresa Mc Lehmpara, gracias a la organización de un mercadillo solidario, conseguir dinero para mosquiteras, repelentes e insecticidas. Se consiguieron 100 mosquiteras que, compradas directamente al Ministerio de Salud de Mozambique para lograrlas a mejor precio, se distribuyeron entre 173 niños de Khanimambo y sus familias. Mas de un año después, el número de enfermos de malaria entre los niños de la Escolinha ha descendido considerablemente, aunque sería falso decir que esta enfermedad no está aún entre nosotros, en la comunidad de Xai-Xai y en el resto de Mozambique. Que sigue siendo habitual que un niño, o su madre, enferme de malaria. Y que lo que en la mayoría de las ocasiones supone una especie de gripe que, tratada a tiempo, pasa sin problemas, a veces la dolencia se complica: la temida malaria cerebral es mucho más mortífera y aquí lo saben. Pero no hay mucho que hacer: los mozambiqueños han aprendido a vivir con su amenaza, y eso que no es la única que tienen ni mucho menos.

¿Y la vacuna? No existe para la malaria. Años de desinterés por la cura de la enfermedad, el habitual mundillo mafioso de las empresasfarmacéuticas y la dificultad que supone el hecho de que la malaria sea un parásito, y no una una bacteria o un virus, complica el desarrollo de la la vacuna. Pero hay esperanza: hace pocos días tuve la fortuna de conocer el Centro de Investigación para la Salud de Manhiça, el CISM. Un proyecto español, financiado con dinero de la Agencia Española de Cooperación (cuando este organismo dependiente del Ministerio de Exteriores aún tenía dinero) y que desde hace años lidera la investigación de la vacuna de la malaria, entre otros proyectos médicos. Situado en Manhiça, a medio camino entre Maputo, la capital, y Xai-Xai, en este centro de investigación trabaja un nutrido grupo de científicos españoles dirigidos por el Dr. Pedro Alonso. Como ya me dijo mi amigo y también científico Borja hace años, “la investigación científica va despacio”, pero después de visitar el CISM y hablar con María, una médico madrileña que lleva allí dos años trabajando, estoy convencido de que la solución estará más o menos lejos, pero que desde luego va a llegar. Dentro de unos años, los niños de Mozambique, otros países africanos y el resto de países tropicales donde la malaria aún es una dolorosa realidad podrán disponer de la vacuna contra los efectos de la picadura del mosquito Anopheles, y la malaria quedará como una pesadilla en la que los minibuses se precipitaban al vacío con uno dentro pero de la que, finalmente, uno se ha despertado.

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