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Mujer Descalza Frente al Mar de Lucía Bocanegra / La Tarasca se estrenó en el Teatro Central de Sevilla los pasados 6 y 7 de marzo. Un trabajo interpretado con una sensibilidad y madurez, que costará olvidarlo.

Mujer Descalza Frente al Mar es una pieza que viene derivada e inspirada de un poemario con el que comparte el mismo título, del poeta y dramaturgo colombiano, Antonio Castaño. Dijo Lucía Bocanegra, en una ocasión al respecto:

Si el teatro se pudiera asimilar a un relato en prosa, la danza se podría igualar a la poesía

Es lo que pretendemos con esta visión del libreto de Antonio Castaño. Nos adentraremos en este viaje cósmico en el que nos hemos sumergido guiados por signos, desentrañando códigos que, como la bóveda del cielo estrellado para los nautas míticos, nos muestra el derrotero hacia una Ítaca utópica y quizá inalcanzable. Un viaje que se nos antoja infinito, pero en la misma medida, emocionante y placentero.

Esta declaración fue publicada en el Diario de Cádiz (27 de agosto del 2020), que valió de contexto para anunciar  la representación de esta pieza en el Festival Anfitrión. Ahora bien, si ello lo ponemos en diálogo con la sinopsis de dicho poemario, entonces nos encontramos con la articulación de un  modo de leer y encarnar este texto, esto es: el texto que fue interpretado por esta bailarina andaluza, nos embarca en palabras embriagadas de anhelos y fantasías, compartidas entre dos personas que viven en dos orillas  diferentes del mar Atlántico. Ambos no se ven, se reconocen en recuerdos que podrían ser. Hasta tal punto, que

se viven más allá de lo posible. Lugar placentero en el que se funde realidad y sueño. Esa delgada línea donde es verdad que cielo y mar se besan. Sumergidos para siempre en la tierna edad de la flor. Nada es mentira Nada es verdad. En su playa una mujer descalza frente al mar sueña. Páginas enterradas bajo la ley del mar. Dejemos descansar nuestras huellas ánimas en soñadas y viajeras, en este paisaje de palabras inútiles. Dulce veneno revelado. Salado.

Foto: Rafael N. Ollero

Foto: Rafael N. Ollero

 

Por tanto, estamos ante un texto, que entre otras cosas, nos narra el cómo una mujer que tiene un fuerte vínculo hacia otra persona (que además sus ganas de estar cara a cara con el otro no son saciadas), se ve en la tesitura de conservar precariamente su recuerdo, su “aroma” (si se me permite la expresión). Y para ello recurre a formatos literarios que le ayudan a cuidar y transcender el significado que tiene el otro para la misma. Se llega a un punto en el que preguntarse qué es verdad y qué no, resulta algo que está casi fuera de contexto, ya que en este caso se está abordando el tema de cómo la idea del otro, del recuerdo que se tiene hacia otro, cobra vida propia en uno mismo. Algo con lo que uno crece y madura en el trascurso de los días, es más, ello vale de espejo para que esta mujer se piense a sí misma, se reconozca en su condición humana, tanto de forma individual, como también, miembro de la humanidad.

Les hablo de una mujer consciente de sus virtudes y aptitudes, que sin embargo, sigue aferrada a ese pasado para afrontar un presente que le resulta desgarrador habitarlo, dado que éste se opone frontalmente con el imaginario con el que ella se desenvuelve. Así ella entra en una suerte de ejercicio de introspección en el que abstrae de dicha lectura de la realidad, lo que considera más fecundo para reencontrarse con el presente, para revalorizarlo con el fin de diseñar una estrategia que incida en responder al qué, el cómo y el por qué hace lo que hace. Respuesta que se va desarrollando en el tránsito del propio devenir del sujeto en cuestión, en el proceso de que éste se concibe como ser temporal. Si es que al final, siempre nosotros habitamos en el presente: el pasado ya fue, el futuro aún no es. 

He allí que fuera de lo más acertado que este texto de Antonio Castaño, le haya dado tanto peso a tratar el tema del sujeto confrontando su condición de ser en el tiempo. Un sujeto que interpreta los roles de espectador y protagonista de su vida, en paralelo. Y de ello no puede escapar: ha de reconstituirse para afirmarse en tan complejo terreno. Por tanto, defiendo que la mujer que encarnó Lucía Bocanegra en esta pieza, es una persona que busca su camino desde lo trascedente para descifrar su inmanencia. La cual está velada, porque todavía no ha conseguido encajar lo que sostiene sobre sus manos. Sin embargo todo tiene sentido, y nosotros los espectadores, no hemos de precipitarnos a valorar el cómo está abordando su historia este personaje, porque lo que se nos muestra son “fotografías” de sus estados emocionales y mentales, no es lo que la define como sujeto.

Foto: Rafael N. Ollero

Foto: Rafael N. Ollero

 

Dicho lo anterior, conviene detenerse en la puesta en escena de Mujer Descalza Frente al Mar de Lucía Bocanegra/La Tarasca: desde luego la selección musical, la iluminación y las imágenes audiovisuales, confluyeron a la perfección para instaurar en el escenario  un ambiente onírico, propio de lo que estaba interpretando Lucía Bocanegra. O dicho de otra manera: ninguno de estos elementos sobresalió por encima de los otros, propiciando una unidad que ayudaba a mantenernos a nosotros los espectadores, en el mundo que habitaba esta intérprete.

De hecho, el que nos se nos intercalaran las coreografías con los momentos en los que Lucía Bocanegra recitaba la selección de textos de dicho poemario, nos ayudaba a apoyarnos en la estructura de la pieza. Es decir: su danza  entraba en diálogo con lo que ella había recitado; mientras la selección de textos nos retornaba a la sala, nos recordaba que esta pieza se sustenta en un poemario. Desde luego la dirección de Ramón Bocanegra de esta pieza, demuestra mucha templanza y rigor.

De todas formas, Lucía Bocanegra estaba más que cómoda, estaba en su hogar. Ello lo percibí en especial, cuando ella bailaba: los movimientos eran suyos. Es maravilloso ver cómo ella defendió este trabajo sin dar muestras de estar pasando apuros o inseguridad, ella se expuso totalmente a lo que hacía sin pretender sorprendernos. Y por más que ella estaba interpretando el papel de la mujer del poemario de Antonio Castaño, siento que a quien vimos fue ella y a nadie más, sin que nos revelase nada sobre su vida personal (ni falta que hacía).

Era tan hermoso ver como movimientos que no recurrían a arrojarse a hacer “efectismos visuales”, o pasos que mantengan una cierta reminiscencia a la danza clásica; funcionaban, apostando por la precisión, la limpieza, y no menos importante, el amor a lo que estaba haciendo sobre escena (que es lo que más me conmovió de esta pieza, haciendo que todo lo hacía me pareciese precioso). En fin, Mujer Descalza Frente al Mar, es un trabajo sólido, maduro, sincero y un espectáculo visual; que insisto, no pretende sorprendernos.

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