Por Marcos Rodríguez Velo
Desde que enseñase al mundo su primera canción en 2009, aquella Quitter’s Raga ensalzada por muchos, entre ellos Pitchfork, que la elevó a Best New Track de aquel año, Gold Panda ha demostrado en igual medida pasión por la música y por los viajes. El carácter agreste y nómada en la producción del de Essex tuvo continuidad en el EP Before de 2009 así como en su debut, Lucky Shiner, un disco para nada insignificante y en el que se apreciaban ya unos lazos intensos con la folktrónica de Four Tet y con unos Mount Kimbie que también se empezaban a dar a conocer por aquella época. En toda la frondosidad de gustos e influencias de Gold Panda, destaca una rúbrica de continuidad y la lujosidad en los sampleos, así como unos loopings y skippings de rápido contraste que inducen a una especie de trance.
Para Derwin (así dice él mismo hacerse llamar, Derwin Panda), el camino ha sido hasta ahora siempre positivo: en directo la gente lo adora e incluso en España tiene una pequeña, pero fiel, base de seguidores. Es por esto que el anuncio de un segundo disco fue recibido con placer, un segundo álbum que, añadiendo mayor detalle y justificando los elementos étnicos (ingredientes que ya se apreciaban en el single Mountain/Financial District de 2012), regala una lista de canciones sólida y compacta ya anticipada por el single Brazil (concebido en Sao Paulo), ideal comienzo para un disco en el que destaca también una cierta limpieza a la alemana y una original conciencia en la creación de los sonidos (admitida por el propio Derwin).
Aún teniendo su base en Berlín, las nuevas canciones han sido creadas durante múltiples viajes y están caracterizadas, según Derwin, por un mood urbano que intenta absorber las preocupaciones en lo referente a la salud psicológica y económica de algunas de las ciudades visitadas.
Half of Were You Live es un cuarto de espejos que brillan como un caleidoscopio: las vibraciones y la gestión delicada de las referencias a Four Tet de An English House, los medidos ambientes ruidistas y tecno de Junk City II (homenaje a la filmografía del director Takashi Miike) o el minimalismo con inspiración en la música tradicional indonesia de Bali y Java de My Father in Hong Kong 1961. Los ejercicios rítmicos forman un fascinante cuaderno de viaje de un lenguaje sonoro en el que se reconocen las fuentes, pero lo suficientemente autónomo en la creación de formas hacia una lírica y poesía personal que es gentil pero afilada en los loops y en los contrapuntos rítmicos (como ejemplo podríamos señalar Community, inspirada en las diferencias culturales de la población de Londres).
La atmósfera de viaje es colorista, y nos retrotrae a la folktrónica de principios de siglo, a los arreglos detallistas de la música creada en casa, a la fragilidad y cortes de la materia emocional. Pero existe también una toma de conciencia de la electrónica actual hecha de minimalismos, todo ellos gestionado con mano firme y un gran sentido del ritmo.
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