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Por Luis P. Ferreiro

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A finales de la década de los ochenta tener más de cincuenta equivalía al final de una carrera artística a nivel masivo, salvo casos de megaestrellones acomodados como Paul McCartney, los Rolling Stones, Eric Clapton, Tina Turner, Phil Collins y, en menor medida, Van Morrison, Paul Simon y ese prozac con patas que responde al nombre de Mark Knopfler. Pero un barbudo y corpulento productor llamado Rick Rubin decidió que sus viejos y olvidados ídolos también tenían derecho a recibir la atención de las nuevas generaciones abotargadas porla MTVy de un público maduro con el cerebro absorbido por los muzacs sonoros antes enumerados.

La idea inicial de Rubin – propietario del sello Def American y responsable de soberanos discazos de The Cult, Slayer y RUN DMC – era grabarle un álbum a Roy Orbison, que en 1988 gozaba del brutal éxito de su maravilloso Mistery Girl y del no menos mágico debut de Travelling Willburys, en una inesperada segunda juventud. El fallecimiento ese mismo año de The Big O, apodo por el que era conocido el cantante, echó por tierra los planes del productor, que decidió seguir adelante con su propósito con otra estrella otoñal. El elegido fue el mito del country Johnny Cash.

Nacido en Arkansas en 1932, la carrera de Cash había entrado en declive a nivel popular en la segunda mitad de los setenta, pese a que siguió registrando plásticos tan notables como Gone Girl (1978) y Boom Chika Boom (1989). Rubin le propuso registrar un álbum crudo y desnudo, en el que el Hombre de Negro se enfrentaría al estudio armado únicamente con su voz y su guitarra D28 Martin negra,y Cash se mostró entusiasmado con la idea. El plan se materializó en el imponente American Recordings (1994), una obra maestra que alterna composiciones del artista, como Drive On y Redemption, y temas de músicos como Leonard Cohen, Nick Lowe – su Beast In Me es de lo mejor del lote-, Tom Waits y el diabólico Glenn Danzig, que regrabaría años más tarde el Thirteen que le regaló a Cash y que terminó como tema inicial de la maravillosa Resacón en Las Vegas.

El tono crudo y majestuoso del álbum, que superaba en rudeza incluso a sus primitivos singles dela SunRecords, se complementó con un ajuste en la imagen pública de Cash. El Hombre de Negro fue presentado como un bardo crepuscular recién salido de una película de Peckimpah, con la misión de narrar al mundo sus historias de injusticia, fracaso y redención. Las fotografías con las que Anton Corbijn retrató a nuestro héroe ayudaron a apuntalar el aura de este nuevo Cash, que pronto vio recompensado su trabajo – y el de Rubin– con una marea de alabanzas críticas y el beneplácito del público del rock alternativo, que recibió con alborozo el clip de la cachonda murder ballad Delia´s Gone, en la que un atribulado Cash cose a balazos a Kate Moss.

American Recordings supuso el renacimiento de la carrera de Cash, que prosiguió con varios volúmenes más de la serie, profusos en colaboraciones y versiones, entre ellas el Solitary Man de Neil Diamond, a quien Rubin también recuperó con los millonarios en ventas 12 songs (2005) y Home before dark (2008). La jupiterina voz del Hombre de Negro se apagó definitivamente el 2 de septiembre de 2003, pocas semanas después de la muerte de su esposa, June Carter. Se suele utilizar el estremecedor video de la versión del Hurt de Nine Inch Nails como epílogo de la carrera de uno de los artistas más notables del siglo XX, que en sus últimos años pudo disfrutar del reconocimiento masivo de público y colegas.

Pero, aparte de como catalizador de la última y brillante etapa de Cash, American Recordings sirvió como cánon para los trabajos de otros artistas veteranos. El caso más notorio son los dos últimos álbumes del gran Kris Kristofferson, This Old Road (2006) y Closer to the Bone (2009). Bajo la batuta de Don Was – responsable del Voodoo Lounge y el A Bigger Bang de los Rolling StonesBilly The Kid siguió los pasos de Cash con una serie de nuevas composiciones con arreglos desnudos hasta el tuétano que no lograron el fervor popular de los últimos trabajos del Hombre de Negro, aunque sí fueron apreciados en su justa medida tanto por el público de la música de raíces como por los nuevos fans del Americana, que los consideró con acierto los mejores discos de Kristofferson desde To The Bone (1981).

El soul no se mostró ajeno a esta tendencia, y uno de los más grandes soulman de la historia  – en todos los sentidos-, Solomon Burke, volvió al ruedo discográfico en 2006 con el paquidérmico Don’t Give Up On Me, cuyo sonido arropa su todavía espectacular voz con unos delicados arreglos de otra época que recordaban a los días dorados del Rhythm & Blues de los sesenta. El reverendo Burke, tan avispado como corpulento y que amasó una enorme fortuna con su cadena de funerarias, contó con la colaboración de mitos como Tom Waits y Brian Wilson, que escribieron las gemas que Burke cinceló con su poliédrica garganta. La última estrella de ébano en intentar esta jugada de puesta al día fue el astro reggae Jimmy Cliff, que el pasado año registró el EP Sacred Fire – con satisfactorias y humeantes versiones de The Clash, Dylan y Rancid – a las órdenes del líder de los propios Rancid, Tim Armstrong, empeñado en echarle una mano a uno de sus ídolos.

Este trabajo se podría englobar en otra categoría en alza, la de estrellas jóvenes, o no tan jóvenes, que deciden actualizar a sus ídolos. El caso de Armstrong es paradigmático, aunque no fue el primero ni el más relevante. El primer escalón de este pódium habría que cedérselo a Jack White, no tanto por su rescate de las olvidadas estrellas country Loretta Lynn y Wanda Jackson – con, respectivamente, Van Lear Rose (2004) y The Party Ain’t Over (2010) – como por su trabajo al frente del sello discográfico Third Man Records y, sobre todo, por haber puesto de moda los sonidos más crudos y añejos con el arrollador éxito de The White Stripes a principios de los dosmiles.

Entre los últimos lanzamientos de la disquera del guitarrista bicolor destaca con luz propia el single Evil, en el que Tom Jones y White colaboraron en dos temas que valen por la discografía de muchos. Pero el Tigre de Gales ya había vuelto a transitar por los caminos del blues y el country más crepitante y emotivo con su último LP, Praise & Blame, en el que encontró en Ethan Johns – productor de Ryan Adams y Kings of Leon, entre otros- a su Jack White particular. Editado en 2010, Praise & Blame hereda la majestuosidad de los American Recordings y lleva a Jones por unos caminos desconocidos para el gran público mediante versiones de John Lee Hooker, Bob Dylan y un lote de temas propios. Aunque es de justicia reconocer que el principal impulso de este increíble disco, más que la influencia de The White Stripes o el recuerdo de los American Recordings fue el enorme éxito que cosechó el exvocalista de Led Zeppelin, Robert Plant, con su disco de 2007, Raising Sand.

Grabado junto a la cantante bluegrass Alison Krauss y bajo la producción de T-Bone Burnett, Raising Sand obtuvo un puñado de Grammys, incluido el de Disco del Año, y alcanzó la categoría de Disco de Oro en los EEUU. Pese a no superar trabajos pretéritos de Plant en solitario – como el místico Dreamland- esta colección de oscuras perlas del blues y el rockabilly más añejo disparó al rubio vocalista de vuelta a la primera fila e inspiró a otros abueletes rockeros a seguir sus pasos.

Precisamente fue el inenarrable talento como productor y multiinstrumentista de T-Bone Burnett, conocido de sobra por los lectores de Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, de Sam Shepard, el que llevó a otra vieja estrella de los setenta, el líder de los Alman Brothers, Gregg Allman, a grabar Low Country Blues, de estética pretérita y sonido burbujeante y, otra vez, con los viejos clásicos del blues como materia prima. Precisamente en esta grabación colaboró el pianista de Nueva Orleáns Dr. John, último en sumarse a esta lista con Locked Down, arreglado y dirigido por el guitarrista de los exitosos The Black Keys, Dan Auerbach, que más que recuperar el espíritu vudú de los primeros discos del doctor le ha hecho sonar como su propia banda, heredera del purismo para las masas de White Stripes. Aunque, pese a recordar más al notable El Camino (2011) de los Keys que al mercurial e inquietante Gris-Gris (1968) del buen doctor, se trata de un plástico más que disfrutable.

Sería injusto terminar este repaso sin recordar el afán arqueológico de Elvis Costello, quien, además de deleitar a los aficionados con sus maravillas en solitario, ha grabado fabulosos discos compartidos con Burt Bacharach y Allen  Toussaint. El talentoso gafotas intentó incluso rescatar la carrera del mismísimo Rod Stewart, al que propuso registrar un álbum folk al estilo de sus obras magnas de principios de los setenta, aunque parece que el legendario cansadamas escocés consideró una pérdida de tiempo todo lo que no fuera yacer con topmodels a las que triplica en edad, y el proyecto no salió adelante. Esta historia confirma la opinión del crítico Greil Marcus, quien afirmó que nadie ha hecho tanto contra su propio talento como Stewart.

Esta tendencia todavía no ha llegado a nuestro país, lastrado por su impermeabilidad hacia todo lo que no sean las tendencias más cercanas a la moda y la publicidad, y su absoluta falta de consciencia histórica de su propia música popular, que para muchos medios parece haber empezado con La Movida. Se podría meter con calzador en las categorías antes expuestas colaboraciones tan bizarras como las de Raphael y Fangoria, aunque el primer intento de un músico nacional de éxito de reactivar la carrera de uno de sus héroes fue el que protagonizó Leiva, del dúo Pereza, con Johnny Cifuentes, miembro fundador y actual líder de Burning. Con su permanente afán de autojustificación rockera, la joven popstar anunció a los cuatro vientos estas sesiones, aunque parece que su resultado nunca verá la luz por desavenencias entre las partes por una cuestión de autoría de las canciones.

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