Se representó Niña Dá la Luh, de Salamandra Cía. Teatro Social en el Teatro Gutiérrez de Alba (Alcalá de Guadaira, Sevilla). Una de las dos piezas junto a Tripas, que han estado teniendo, afortunadamente, atareadas a las integrantes de esta compañía andaluza. Signo de que a pesar de los desafíos que se han encontrando en el camino, las mismas siguen gozando de vigorosidad y frescura.
No soy el primero en decir que las clases de historia que se nos ha impartido en primaria y los primeros años de la secundaria, nos planteaban a la historia como algo lineal y homogéneo en donde por un consenso más o menos generalizado, se destacaban hechos que de algún modo marcaron una antes y después. De tal manera, que lo más eficiente es centrarse en tener en claro cuáles han sido las causas y consecuencias, de esos acontecimientos tan señalados.
No se ha de negar que por el mero hecho de que tales acontecimientos hayan sido seleccionados respondiendo a una tradición historiográfica, los mismos no merezcan nuestra atención. Lo cual no es incompatible con partir de la base de que dichos acontecimientos son contingentes, hasta tales niveles que, perfectamente, sus consecuencias se pudieron haber traducido de muchas otras maneras. Ahora bien, ello no implica que lo que ha sucedido no haya sucedido, sino a lo que quiero llegar, es que el núcleo de este problema está en cómo interpretamos tales hechos.
Niña Dá la Luh es una pieza que, entre otras cosas, zarandea el modelo tradicional de entender la historia, siendo que durante la misma se nos van citando nombres y vivencias de mujeres conocidas y no tan conocidas. Para ilustrarnos sobre cómo se puede hacer una historia de las mujeres sin tener porqué organizar su mención en orden cronológico y de más metodologías que aunque sean útiles, no dejan de velar una realidad que hasta ahora se nos ha trazado como “marginal”. Desde luego, dicha “marginalidad” se corresponde a que han estado operando numerosas variables en lo que se refiere a la recepción y difusión de la historia de la humanidad; sin embargo, en el momento que se hace un ejercicio de “arrancar” de esa línea homogénea de la historia a esas mujeres contingentemente anónimas, vemos que tenemos en nuestras manos un modo de honrarlas citándolas.
Quizás no tengamos a nuestro alcance redimir las injusticias que habrán pasado, pero sí que este ejercicio contribuye a que la lectura que hacemos del presente con las mismas herramientas con las que nos hemos valido para narrar ese modelo tradicional de la historia, se ponga en cuestión. Puede parecer una trivialidad decir que el pasado ya fue, pero ello cobra mayor transcendencia cuando analizamos como los colectivos poco favorecidos como lo es el caso de las mujeres, son vistos como son visto en la actualidad, porque los “consensos” con los que nos desenvolvemos las sitúa en un lugar secundario de la historia.
Por ejemplo, en julio de 1848 en la localidad estadounidense de Seneca Falls (Nueva York) se llevó a cabo una convención que en un principio era un encuentro de personas metodistas, pero ya se llevaba un tiempo planificando una forma de dar respuesta a todos esos movimientos antiescalvistas de mujeres, reivindicaciones por la igualdad de derechos civiles entre varones y mujeres, etc. El caso es que en el segundo día se aprobó La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, la cual parte de haberse usado con cierto sentido del humor (pero no menos justificado) La Declaración de Independencia de los Estados Unidos. En la que destacaba la constancia de que cada ser humano es soberano de su propio destino, o que los seres humanos han de ejercer sus derechos y obligaciones para constituir una nueva comunidad política independiente, de las arbitrarias ordenanzas procedentes del rey Jorge de Gran Bretaña.
De esta manera, La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls sustituía a las autoridades británicas por los varones, para demostrar que La Declaración de Independencia no se estaba aplicando a las mujeres. Personas a las que no habría ningún motivo legal o teológico para que no pudiesen disfrutar de los derechos y obligaciones contemplados en dicho texto fundacional. He allí surgen manifestaciones como:
CONSIDERANDO: Que está convenido que el gran precepto de la naturaleza consiste en que «el hombre ha de perseguir su verdadera felicidad». Blackstone. Insiste en sus {Comentarios} que esta ley de la naturaleza, coetánea a la humanidad y dictada por el mismo Dios, es por supuesto superior a ninguna otra. Obliga en cualquier lugar del globo, en todos los países y en todos los tiempos; invalida a cualquier ley humana que la contradiga, y por ello constituye el origen mediano e inmediato de la autoridad y validez de todas ellas; en consecuencia:
DECIDIMOS: Que todas aquellas leyes que entorpezcan la verdadera y sustancial felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro.
DECIDIMOS: Que la mujer es igual al hombre, que así fue establecido por el Creador y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal.
DECIDIMOS: Que las mujeres de este país deben ser instruidas en las leyes vigentes, que no deben aceptar su degradación, manifestándose satisfechas con situación o con su ignorancia y afirmando que gozan de todos los derechos a los cuales aspiran…
Como se pueden imaginar esto sigue, hasta que nos quede en claro que incluso a mediados del siglo XIX ya se estaba cuestionando la forma en cómo han sido leídas y tratadas las mujeres. Por tanto, todas esas declaraciones que cada vez más están en boga en el foro público que compartimos, no son más que resonancias de cosas que ya habían sucedido de un modo u otro, pero que no consiguieron irrumpir con la suficiente fuerza para que ejemplos como los de esta convención en la localidad de Seneca Falls, sean considerados como “acontecimientos” del mismo peso como la toma de la Bastilla en París en julio de 1789.
Lo cual se me antoja como paradójico, dado que se supone que las mujeres han sido “las acompañantes de los grandes varones”, a menos claro que nos refiramos a escogidas “excepciones”, en las que esas mujeres interpretaron un rol que se “desmarcaba” de lo que se les había asignado en tanto mujeres. Así, Patricia Trujillo y Lola Hernández (intérpretes de esta pieza) nos fueron dibujando diversas figuras con pequeñas luces, que fueron acogiendo una multitud de significados, que conseguían ir un más allá de que esta luz y la otra, hayan sido designadas a una historia de las innumerables que citaron estas dos profesionales. Al mismo tiempo, las tiraban, las pateaban, y demás recursos, para escenificar el cómo la lectura tradicional de la historia ha menospreciado testimonios de personas que son susceptibles de hacer con ellas un ejercicio hermenéutico, que propicie que constituyamos una relación diferente con dichos testimonios.
En paralelo, el calculado movimiento de estas luces iba generando estructuras arquitectónicas que les permitían a estas intérpretes habitar el espacio, de un modo acorde con el tono de la escena que se estuviese representando. Lo cual es uno de los elementos sustentantes que favorecieron a que Niña Dá la Luh haya conseguido tener una puesta en escena humilde pero muy inteligente, con un sentido de la estética que hacía cualquier desplazamiento de una de las luces, fuese un aviso de que está por venir una nueva escena. Esto nos mantenía a nosotros los espectadores atrapados en la pieza, aunque de vez en cuando nuestras cabezas hayan precisado descansar un poco de las enumeraciones de historias y personas que se citaron.
En esto y otras cosas más habrá estado involucrado Piermario Salerno, quien se encargó de dirigir esta obra de tal modo de que la misma no se convirtiese en una lista de personas inabordable para un trabajo de artes escénicas. He allí que los diálogos de Niña Dá la Luh, hayan sido interpretados con ritmo y una proyección que se apropiaba de toda la sala.
En fin, Niña Dá la Luh es un trabajo sólido y maduro que da pie a que se sigan desarrollando más piezas que no caigan en victimismos ni revanchismos. No obstante, conviene mantener la guardia alta, porque todavía no tenemos a nuestra libre disposición las suficientes lecturas y herramientas alternativas para terminar de superar, dialécticamente, esa visión de la historia que se nos perfila como un lastre más que como algo propio de un tiempo pasado.