Si ya de por sí el mundo de la danza contemporánea en España es desconocido, más aún si cabe, es la situación de los jóvenes profesionales. En tanto y cuanto éstos ya han superado su fase de formación básica y han alcanzado una trayectoria en creación e interpretación nada desdeñable, de cara a una total consolidación en el circuito profesional. Y justo este uno de los temas que subyacen a No estamos aquí para bailar.
Se parte de una secuencia cerrada de movimientos que, poco a poco, van derivando a la “interpretación libre” de las pautas que sus creadores y bailarines, Rocío Barriga y Sergio Suárez, decidieron darse. Les hablo de pasos de danza repetitivos hechos al unísono, movimientos pélvicos en búsqueda de tener un cuerpo esbelto y entrenado, y demás cosas por el estilo. A esta altura de esta pieza de La Basal, todo es muy neutro e incluso hasta insípido, o dicho de otra manera: yo no sabía qué sentido tenía llevar esta secuencia de movimientos pautados a un escenario. Era como si ellos nos hubiesen emplazado a asistir a una de sus sesiones de mantenimiento corporal y de experimentación escénica.
Y precisamente eso fue lo que hicieron. Es decir: una vez que se cambiaron de vestuario e iban dando riendas sueltas a sus pensamientos en forma de comentarios, mientras retornaban a varios de los movimientos antes abordado con un “efecto espejo”. Entonces fue cuando el “círculo fue cerrándose”, conduciéndoles a constituir “espirales” que apuntaban al infinito. Tómese en cuenta que Rocío Barriga y Sergio Suárez han querido arriesgarse (en todos los sentidos) a plantear una pieza que más que una pieza al uso, es una suerte de “conferencia performativa” (por llamarla de alguna manera). Puesto que el contenido de la misma se practicaba, no se explicaba. Es más, ellos en el coloquio que se habilitó tras la representación, nos confesaban, a nosotros los espectadores, que lo que habíamos visto es el producto de lo que habían estado debatiendo hasta aquél día, ya que No estamos aquí para bailar es una obra que la han diseñado para que siga evolucionando a lo largo de un tiempo indefinido.
Una obra que una vez que es estudiada en su conjunto, uno se da cuenta de cómo nos han “colonizado” a través de inercias, pensamientos…, sin que sea habitual ejercer cierta resistencia, o al menos reflexión sobre lo que hemos estado haciendo con nuestros propios cuerpos y con la práctica de la danza en extensión. Unos dirán que ello forma parte del camino para conseguir un alto grado de autonomía y conocimiento sobre lo que es dedicarse a la danza profesionalmente, lo cual es punto de partida legítimo. Sin embargo, la danza contemporánea nos ha abierto tantas posibilidades, que es cuestión de tiempo y de honestidad, para que en esta disciplina se concedan “licencias” para hacer filosofía sobre ella “bailándola”, no escribiendo, por ejemplo, un libro con aspiración de emitir conclusiones sobre algo que, por su propia naturaleza, no se ha de interrumpir en su indagación y formulación de preguntas.
Por tanto, cuando se vea No estamos aquí para bailar se ha de adoptar la postura y la actitud adecuadas, para poner en común preguntas e inquietudes con el fin de que esta disciplina sea conducida a lugares más sanos de practicar y desarrollar (tanto en lo físico como en lo mental). De lo contrario, nos acogeríamos al “pretexto” de que la misma, es una especie de “tomadura de pelo” de dos jóvenes bailarines que, en el fondo, están montando un berrinche. Y nada más lejos de la realidad, pues, Rocío Barriga y Sergio Suárez han emprendido un proyecto que quizás en otro momento de su carrera profesional no hubiera sido entendido, y menos estaría acorde a sus contemporáneos. Esto es: si bien es cierto que estamos en una época en la que el nihilismo (más no el que profesó Friedrich Nietzsche) ha conquistado mucho territorio en nuestra sociedad, ello no nos ha de desmovilizar a la hora de entender que en realidad estamos dentro de un avión que está en “piloto automático”, y nos la pasamos “distrayéndonos” con lo que sea que se nos pone por delante y “tropezándonos con nuestros propios talones”, cosas que o bien responden a día de hoy a lógicas que nos abocan a estancarnos, o en el peor de los casos, a pudrirnos.
He allí que defienda que cada vez que sea programado No estamos aquí para bailar debe incorporársele su posterior coloquio. De no ser así, muchos de los que integrarían al público se quedarán con muchas cosas inconclusas, y puede que no se terminen de dar el tiempo para pensar al respecto; sino que además, el mero hecho de que Rocío Barriga y Sergio Suárez reciban las devoluciones del público, les ayuda a avanzar en sus investigaciones y experiencias con la misma, ya que esto está totalmente ligado al crecimiento de este proyecto. De tal forma, que No estamos aquí para bailar puede ser entendido como una herramienta para que una generación de bailarines (y los que están todavía formándose en sus correspondientes conservatorios, academias, etc.…) se reconozca y se acompañe entre quienes la componen. Y no menos importante, que los que pertenecen a otras generaciones, se dispongan a dialogar más con los que se encargarán de tomar el relevo y preservar a una disciplina que se hereda “de cuerpo a cuerpo”.
En definitiva, No estamos aquí para bailar me parece un trabajo maduro, necesario, honrado, pedagógico y hecho con mucho sentido del humor. De verdad, que pocos serían los lugares en los que no consideraría recomendable desatar a este “experimento performático”. Al desvelar que parece que apenas hemos empezado con esto de la danza contemporánea y la identificación de sus implicaciones estéticas y políticas.