Por Antonio Jesús Reyes | Foto: Juan Antonio Gámez
Nocturama es la cita ineludible del verano sevillano. Lo es porque al no tener costa, lo más parecido es el río Guadalquivir, que nos queda al ladito del Monasterio De La Cartuja. Allí verás todo un plantel de artistas de lo más heterogéneo bajo el cartel de Nocturama durante dos meses y algo más.
Este eclecticismo musical se rompió para bien la noche del siete de agosto, que resultó ser muy americana. Para empezar, Lidia Damunt, que desde Murcia nos trajo sus canciones influidas por gente como Bob Dylan, Wanda Jackson, y como ella dice, sobre todo de Shirley Collins y Janis Martin. La conocíamos de antes; en el 2009 actuó en un festival en Sevilla en lo que fue un recital para recordar. Primero esperaba al fondo del local, en la oscuridad apurando una bebida. Un segundo después la teníamos en el escenario, ella sola, con una guitarra, la harmónica al cuello y una pandereta en el pie izquierdo con el que marcaba el ritmo de sus canciones apasionadas. De haberla visto Johnny Cash aquella noche, hubiera mandado a callar de mala manera a más de un parlanchín que no se sabe cómo acaban yendo a conciertos así. Apenas con un año en solitario, y con El Cementerio Peligroso recién estrenado, dio una actuación para quitarse el sombrero… La otra noche en Nocturama presentaba su nuevo disco con la discográfica Austrohúngaro, la de Hidrogenesse, y con su ayuda. Se llama Vigila el Fuego (2012) y es una apuesta por un sonido más pop, como por ejemplo “Somos Islas Mágicas”. El experimento ha tenido buena acogida entre los críticos, sin embargo, preferimos aquí a la Lidia de aquel directo. La actuación no fue como la de hace cuatro años, así que habrá que verla de nuevo, a ver lo que pasa. Desde “Soy Tormina” hasta “Aloes de 50 metros”, Lidia no conectó del todo, y no por falta de talento. Cosas del directo.
Parecía que un grupejo de siete mozalbetes ruidosos y sus risas convulsivas iban a estropear la noche… Los adolescentes disfrutaron del concierto de Lidia… y además nos extrañó que, viendo los derroteros musicales de la juventud de hoy en día, vinieran a ver a Guadalupe Plata, que dejó el jardín del monasterio bien poblado. Cuando allí ves a la flor y nata de los grupos hispalenses que están pegando fuerte, significa que algo gordo va a ocurrir; allí estaban The Milky Way Express y alguno que otro de Los Sentíos y Miraflores. Buena señal.
Lo que vino a continuación fue lo que el tipo que tenía a mi lado llamó “una bestialidad”, a lo que su amigo contestó que “la calidad no necesita justificaciones”. Para describir su sonido, si no los conoces, imagina que la película Cowboys and Aliens se convirtiera en una película de verdad, y no en un videojuego… o algo así como una versión hardcore de Pedro Páramo de Juan Rulfo… o algo muy próximo a los esqueletos, y, diría yo, la idiosincrasia del ilustrador Guadalupe Posada… Pues esta banda que teníamos delante, pondría la banda sonora perfecta para tal batiburrillo. Guitarras serpenteantes y temblorosas con una batería implacable que parecía que iba a hundir el escenario, y un bajo de dos cuerdas (barreño se llama el artefacto, alternando con uno más standard) dándole un tono siniestro a todo, dejándote la sensación de ser un presagio de un final épico y violento. Con todo esto, poco hay que explicar el porqué de títulos como “I’d Rather Be A Devil”, que abrió una actuación que fue ganando intensidad rápidamente. Así es como se las gastaron respectivamente Perico de Dios y su voz desperada, Carlos Jimena y Paco Luis Martos, repartiendo cambios de tempo, de intensidad y mucha, mucha munición entre los versos a veces ininteligibles de rabia, lacónicos, puros y directos al entrecejo. “Cementerio” fue la segunda, con una letra que quita el sueño:
En este cementerio hace tanta calor
que hasta los muertos
sacan los huesos al sol.
Nena, nena, nena
Sácame a bailar
Que tengo los huesos tiesos
Ya no lo puedo aguantar.
Un álbum cada dos años les ennoblece por continuidad y calidad, con una producción bien merecida. Estuvieron mucho más desgarradores allí mismo que en tu equipo de música, con un equilibrio perfecto que no hace caer su música en esperpentos. “Demasiado” fue el último tema, y con éste, el público que ovacionó y aplaudió desde el principio hasta el final se tuvo que replegar, dejando los arenosos cerros de Úbeda para otra ocasión, difícilmente en un marco mejor. Aun sin ser una prueba de calidad per se, incansables conciertos por todo el mundo les avalan… Claro que han tocado en Texas, y mucho. ¡Era inevitable!
Muy distinta fue la noche siguiente, más mainstream, digamos. José Ignacio Lapido, que componía y guitarreaba para 091, aquellos granadinos que marcaron en sus trece años de carrera a muchos. Se notaba que había una audiencia fiel en el jardín, y de aquellos tiempos, que se reflejaba en la edad media de los que lo poblaban con ganas de escuchar las canciones de 091 y sus nuevas, que ya caben en siete álbumes en solitario. “Nadie Supo Decirme La Verdad” (de Cartografía, su álbum de 2008) abrió la actuación del veterano y su banda, en la que brilló sobre todo el teclista Raúl Bernal, aunque la mesa de mezclas le dejó un poco olvidado, en opinión de algunos. El granadino agasajó en una actuación bien extensa con una veintena de temas con su música, que es una de las mejores Formas De Matar El Tiempo y el título de su último álbum. El savoir faire de Lapido y los suyos se iba acabando con confesiones desde el escenario, como la de que tocó por primera vez en 1982 en la capital hispalense, y con la misma guitarra que en esos momentos le acompañaba en la actuación. No faltaron temas de 091, como “Zapatos De Piel De Caimán” y “Otros Como Yo”, con la que cerró la noche y la semana de música junto al Guadalquivir. La siguiente nos traerá a dos artistazas, Marina Gallardo y Ainara Legardón, y al día siguiente, el artista anteriormente conocido como Santiago Auserón de Radio Futura.