Por Diego E. Barros
Jugar a la nostalgia siempre reporta beneficios. Lo saben los de Cuéntame, esa serie que lleva doce años en antena y en cuyos protagonistas se parecen peligrosamente a los miembros de nuestra propia familia. Cuéntame comenzó en el 68 y enfila ya los años de La Movida madrileña. Por un momento creímos que cualquier día los Alcántara nos sobrepasarían y la serie se convertiría en un ejercicio de ciencia ficción a la española. Sin embargo la realidad ha llegado para poner las cosas en su sitio y, ahora hay quien los jueves se sienta delante del televisor en una suerte de regreso al futuro pero sin Michael J. Fox. Intentando descifrar la cuadratura del círculo que le permita ir al día siguiente a comprar al mercado. El futuro ya llegó y todo hace indicar que no era como lo esperábamos, sino más bien semejante a lo vivido. Pasa en una ciudad de provincias como Pontevedra que parece que va a quedarse sin cines. No será mayor problema para los que tengan ordenador, convertido en la nueva pantalla. Al menos allí siempre podemos hacernos la ilusión de ver cumplida la advertencia de Groucho Marx: él nunca iba a ver películas en las que el pecho del héroe era mayor que el de la heroína, lo que a mí me parece un consejo de los de seguir al pie de la letra a la hora de sentarse a ver algo. En torno a la desaparición de las últimas salas pontevedresas a todos nos ha dado por recordar el pasado en unas butacas en las que ya no se sienta nadie. El ejercicio ha sido tan popular que incluso hemos participado los que hace siglos que no íbamos por algo tan prosaico como la calidad de la cartelera. Es una pena, sí. Sobre todo por esa facultad terapéutica del cine que muy bien describió Pedro Ruíz al señalar que lo bueno de éste es que durante dos horas los problemas son de otros. Más allá de romanticismos, no creo que haya que excluir a bote pronto las posibilidades de un cine cerrado. Yo, sin ir más lejos, buena parte de lo que sé de mujeres lo aprendí en el antiguo Teatro Cine Victoria de Benito Corbal. Y la sala llevaba meses cerrada. En una de esas ironías del destino, una multinacional de la moda ha puesto una tienda de ropa. También hay una nueva promoción inmobiliaria ya que los deportes de riesgo siempre cuentan con aficionados. Esta fiebre por la nostalgia está pegando bien fuerte en RTVE. El otro día en una de sus piezas decía que rezar puede ayudar a los parados a combatir la ansiedad de no encontrar trabajo. Puestos a soluciones radicales contra la ansiedad podemos recomendar también la heroína. Después seguro que RTVE puede preparar una pieza en la que ofrecer un remedio adecuado al síndrome de abstinencia. Tan bien lo está haciendo Somoano en la tele de todos que ya gana por goleada a Fran Llorente, su antecesor en el cargo. No en premios sino en denuncias, pero lo importante es ganar. El mayor logro del responsable de los informativos públicos hasta la fecha ha sido demostrar que la sangre corre por las venas de Ana Blanco. Ella, que no dijo ni mu cuando compartía plató con Alfredo Urdaci, se revuelve ahora por el tratamiento informativo de algunas informaciones. La mejor ficción que podemos ver hoy en televisión se encuentra en los telediarios. Más que redactores, Somoano se ha rodeado de guionistas y la cosa puede estallar en cualquier momento aunque mucho nos tememos que no por las razones que apuntaba Groucho cuando le preguntaban por el malestar de la industria: detrás de un buen guionista hay siempre una gran mujer ―decía―, y detrás de ésta está su esposa. Pese a todo, todavía hay esperanzas. Me han dicho que la cuenta de la Policía en Twitter es de verdad. Incluso cuando solicita a la ciudadanía información para trincar (sic) a vendedores de drogas como los profesores dejaban al chivato a vigilar la clase para que apuntase en la pizarra los nombres de los niños malos. Con lo difícil que es hacerse con un camello de confianza tal y como están las cosas. Con tanto retrotraernos al pasado, el ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón, está empeñado en reformar la ley del aborto. Entre las justificaciones que ofrece, la que más me gusta es aquella que dice que con la nueva ley ninguna mujer irá a la cárcel. Hombre, señor ministro, con la anterior tampoco. Incluso ni con la de 1985. De tanto remarcar lo evidente cualquiera diría que lo que tiene usted es nostalgia de tiempos en los que sí iban. Allí, a Londres y, en Galicia, en busca de una meiga.
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