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Por @Pablo_L_Orosa

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El 5 de mayo de 2008, en la habitación de un hospital de Barcelona, el entonces presidente del Barça, Joan Laporta, comunicó a Josep Guardiola que sería el sustituto de Frank Rijkaard al frente del primer equipo al final de aquella temporada. El equipo, eliminado días atrás por el Manchester United en semifinales de la Champions League, se diluía seducido por la abulia Ronaldinho y amenazaba con arrastrar a la institución a otro ciclo de lamentos y reproches. Josep Guardiola, en presencia de Evarist Murtra, tomó la palabra. “Saldrá bien”, le dijo a Joan Laporta. Hablaba desde la convicción del que se sabe capaz de llevar a cabo una revolución.

Josep Guardiola (Sampedor, Barcelona, 18 de enero de 1971) había sido un jugador revolucionario. La expresión máxima del 4 inventado por Johan Cruyff. Un jugador liviano, cerebral, que dominaba el juego pensando más rápido que los demás. Formado en las categorías inferiores del Barça desde los 13 años, Guardiola lo ganó casi todo durante su etapa de futbolista: seis ligas, dos copas del Rey, una Recopa de Europa, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona y, sobre todo, la Copa de Europa de Wembley de 1992, la primera de la historia del club. Pieza clave del dream-team de Cruyff el Guardiola futbolista maduró lastrado por las lesiones que le impidieron participar en los mundiales de Francia 98 y Corea y Japón en 2002. Ya durante su etapa como futbolista Guardiola mandaba sobre el campo. Ordenaba a sus compañeros, e incluso a sus rivales, hasta dibujar el partido que el tenía en mente. “Yo con veinticinco años quería ser entrenador”, reconoció recientemente. Para ello decidió emigrar, abandonar el club de toda su vida para aprender cómo se entiende el fútbol y la vida en otros países. Decidió quitarse de en medio antes de que la grada percibiese su decadencia y su importancia quedase reducida al interior del vestuario.

Tras dejar el Barça jugó en el Brescia de Carlo Mazzone donde descubrió la crudeza de tener que pelear por mantener la categoría. Fue en Italia donde vivió Guardiola sus peores momentos como deportista al ser sancionado con cuatro meses de suspensión tras dar positivo por nandrolona en un control antidopaje, un caso del que fue finalmente absuelto en 2007. De Brescia viajó a Qatar y a México, donde coincidió con Juanma Lillo. Allí terminó por convencerse de que tenía que ser entrenador.

En 2006 Guardiola obtuvo el título de entrenador. Antes de hacerse cargo del segundo equipo del Barça dedicó varios meses a charlar, una de sus devociones. Charló con Menotti, Charly Rexach, Julio Velasco o Bielsa. Célebre  fue su asado en la casa de campo de preparador argentino en Rosario. 11 horas discutiendo de discusiones, consultas, tácticas y confidencias mutas. Fue de Bielsa de quien Guardiola copió la decisión de no conceder entrevistas personalizadas. «¿Por qué le voy a dar una entrevista a un tipo poderoso y se la voy a negar a un pequeño reportero de provincias? ¿Por qué voy a acudir a una emisora líder cada vez que me llame y en cambio jamás a una pequeña radio del interior? ¿Cuál es el criterio para hacer una cosa así? ¿Mi propio interés? Eso es ventajismo». Palabra del Loco.

Como entrenador del Barça B Guardiola consiguió el ascenso a Segunda División B. Estaba preparado para hacerse cargo del primer equipo.

“Saldrá bien”

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Guardiola, Pinto y Silvinho celebrando el gol de Iniesta en Stamford Bridge

Pep Guardiola fue presentado el 17 de junio de 2008 como primer entrenador del Barça. Heredaba un equipo campeón de Europa dos temporadas atrás pero descompuesto por la fulgurante dejadez de sus estrellas, principalmente Ronaldinho. El grupo, con la moral hundida tras el pasillo al Madrid semanas atrás, saludó la llegada de Guardiola y las marchas del Gaucho y Deco. El comienzo no fue fácil. Una derrota en Numancia y un empate en casa con el Racing de Santander despertaron las dudas de un entorno desconcertado por la presencia en la alineación de dos canteranos hasta entonces desconocidos: Sergio Busquets y Pedro Rodríguez. Pese a todo Guardiola no dudó. La suya es una concepción hegeliana del deporte que no entiende de vacilaciones. El tercer partido, en Gijón, frente al Sporting supuso una liberación. Por fin la primera victoria. Lo que sucedió a partir de entonces forma parte ya de la historia. Guardiola devolvió el balón a los futbolistas. El equipo se ordenó a partir de dos volantes de la casa, Xavi e Iniesta, con una sola idea: mover el balón de portería a portería a partir del juego de posesión. 11 jugadores en constante movimiento dibujando sobre el campo constantes triángulos. El primer equipo de la historia compuesto por centrocampistas. Las victorias se sucedieron: ganó la liga con 87, remontó la final de copa del Rey ante el Athletic Club y derrocó al Manchester United de Cristiano Ronaldo como campeón de Europa. Aquel triunfo se gestó en Stamford Bridge, en una semifinal épica contra el Chelsea al que derrotó en el último minuto, jugando con 10 y tras un arbitraje polémico. Poesía.

“Si perdéis, seréis el mejor equipo del mundo. Si ganáis, seréis eternos”

La victoria en el Olímpico abrieron al Barça de Guardiola la posibilidad de lograr algo histórico: ganar todos los títulos en juego durante una temporada. Supercopa de España y la Supercopa de Europa cayeron en verano. Quedaba un reto: el mundialito de Clubes de Abu Dhabi. Las semifinales ante el Atlante se complicaron. Los mexicanos se adelantaron en el minuto 4 y el Barça sufrió para remontar. El equipo llegó a la final cansado. Enfrente esperaba un equipo argentino, Estudiantes de La Plata, comandado por el veterano Verón. Un equipo rocoso, competitivo, que llevó el partido a la prórroga. Si perdéis, seréis el mejor equipo del mundo. Si ganáis, seréis eternos”. Pep llevaba razón. Alves recibió un balón por la derecha, avanzó unos metros y metió el balón al área,. Messi, el hombre al que Guardiola había convertido ya en el eje del equipo, se adelantó a los zagueros y empujó el balón con el corazón. Con el escudo. El Barça de Guardiola lo había logrado. Era ya un equipo para la historia.

Guardiola lloraba. Su equipo, su obra, había alcanzando la perfección. A partir de aquí sólo podía descomponerse.

Todo ganado todo por ganar

El equipo que se coronó en Abu Dhabi no era el mismo que ganó en Roma. Guardiola, obseso e intervencionista hasta el extremo, ha heredado la convicción cruyffista de reinventarse constantemente. La teoría del Gatopardo: “que todo cambie para que todo siga igual”. Ese verano Samuel Etoo cambió Barcelona por Milán y en su lugar aterrizó Zlatan Ibrahimovic. El Barça perdió colmillo pero ganó soluciones. Y también egos. Tras el mundial de clubes el equipo fue eliminado en una semifinal apoteósica por el Sevilla y encadenó un par de malos resultados. Sobre el entorno, temeroso por naturaleza, sobrevolaba de nuevo la sombra de la autocomplacencia. Sin embargo el problema era mucho más sencillo. Messi se sentía incómodo jugando con el gigante sueco. Le quitaba espacio. Lo enjaulaba. Guardiola trató de recolocar a Zlatan en la banda, pero el sueco se sentía dolido. Se siente tan bueno o mejor que Messi. Ibrahimovic  perdió esa batalla y terminó por marcharse. Messi recuperó su espacio como delantero mentiroso, como cuarto centrocampista, como jugador total, y el equipo se disparó. Ganó la liga y se presentó en Milán, contra el Inter, dispuesto a ganarse un puesto en la final del Bernabéu. Aquel debía ser el golpe definitivo. La confirmación del Pep Team como el mejor equipo de la historia.

No lo fue. La nube negra provocada por el volcán islandés Eyjafjäll obligó al Barça a viajar a Italia en autobús. Allí esperaba el Inter de Mourinho, el ideólogo del Chelsea que había batido al Barça de Rijkaard en 2005, un campo seco y un equipo afilado, con Etoo, Milito y Pandev como estiletes. Mourinho resolvió la eliminatoria en la ida y defendió, con 10, el resultado en la vuelta. Había ganado la batalla de nuevo. La derrota en Milán fue una catarsis para el BarçaGuardiola encontró la motivación para seguir.

Mourinho y Guardiola, tan iguales tan distintos

La llegada de Mourinho al banquillo del Real Madrid avivó la lucha entre ambos clubes. Dos hermanos antagónicos condenados a batirse hasta despedazarse mutuamente. Némesis de sí mismos. Barça Madrid representan dos maneras de entender el fútbol y la vida tan diametralmente opuestas que llegan a entremezclarse. Dos extremos conectados por un cordón imaginario. Sobre el campo el Barça de Guardiola encarna el toque, la poesía del balón. Incapaz de lograr una victoria sin seducir al rival, sin desnudarlo desde el secuestro del balón, el Barça tiene que sentirse el mejor para alzarse con el triunfo. El Madrid busca otra cosa. La gloria. El triunfo. Heredero de la historia, el Real Madrid apabulla a los contrarios al galope, con la furia y el orgullo del que no sabe darse por vencido. Mourinho GuardiolaMadrid y Barcelona,  son dos líderes opuestos, una versión prosaica del debate milenario entre razón e instinto.

La temporada 2011 fue el escenario de la mayor batalla de la historia del fútbol. Recién aterrizado Mourinho se presentó el 28 de noviembre en el Camp Nou dispuesto a demostrar que también sabía ganar a partir de la pelota. En el Madrid tenía jugadores para ello: Ozil, Kaka, Benzema o Cristiano Ronaldo. El Barça le pasó por encima en el que, quizá, haya sido el partido más completo de la era Guardiola. Un 5-0 que golpeó el orgullo de Mourinho que ya nunca más se atrevería a disputarle la pelota al Barcelona.  El partido de ida de las semifinales de la Champions en el Bernabéu ejemplificó los temores del preparador portugués. “No hay cosa más arriesgada que no arriesgarse”. La letanía de Guardiola resonó en el universo futbolístico. La victoria en la Copa del Rey fue un bálsamo para el madridismo, una pista para saber cómo derrotar el campeón. El Barça  había cerrado el círculo proclamándose de nuevo campeón de Europa en Wembley,  allí donde había empezado todo, en el 92, con Guardiola como jugador.

El nuevo curso futbolístico comenzó bajo el dominio blaugrana. Las victorias en la supercopas de España  y Europa frente al Madrid y Oporto respectivamente parecían indicar que nada había cambiado. La obra de Guardiola seguía en pie. Sin embargo él, Guardiola, la persona, el entrador, el guía, estaba casando. Vacío. “Se preocupa tanto por los detalles que un día puede enfermar», advirtió el propio Johan Cruyff. En octubre Guardiola comunicó al director deportivo Andoni Zubizarreta que al final de la temporada se iba. Zubi no le creyó. Ya lo había dicho antes. Es más, Guardiola lo decía a menudo: “No hay día que no piense. Mañana me voy”, reconoció en una conversación con su amigo el cineasta David Trueba.

Josep Guardiola es un persona diferente. Un líder indescifrable. Como dijo el propio David Trueba, “a la hora de juzgar o estudiar a Guardiola hay que tener en cuenta que debajo del traje elegante, el jersey de cachemir y la corbata elegida está el hijo de un paleta. Que dentro de los caros zapatos italianos hay un corazón en alpargatas”. “La familia en la que ha crecido, en el pueblo de Santpedor, le ha inculcado valores antiguos, de cuando los padres no tenían ni dinero ni propiedades que transmitirles a los hijos, sino solo principios y dignidad”.

En diciembre, el Barça se volvió a proclamar campeón del mundo de Clubes en Japón, pero Guardiola se mantenía firma en su decisión. Sabía que su cometido había acabado o que, al menos, el no se sentía con fuerza para continuarlo. El enfrentamiento con Mourinho había sido tan intenso, pernicioso y malintencionado que había alternado su forma de ser. Las enfermedades de su inseparable Tito Vilanova y de Abidal habían terminado por apagar esa “chispa” a la aludía incesantemente en sala de prensa. «El éxito les parece lo más dulce a aquellos que no alcanzaron el éxito».

El equipo, tan extenuado como él tras cuatro temporadas de éxitos, fue incapaz de mantener el pulso con un Madrid pletórico, un dothraki alimentado por la idea de destronarles. La persecución en liga abatió al equipo, falto de frescura en el punto culminante de la temporada. El fútbol, en un guiño borgiano del destino, hizo caer al Barça frente al Chelsea en una semifinal para la historia. Fue como si de pronto la pelota se hubiese cansado de ser mimada por el Barcelona. Fue como si el equipo ya no supiese seducirla. Da la impresión de que Guardiola sabía que esto, antes o después, terminaría por pasar. Da la impresión de que Guardiola estaba aliviado. Por fin su obra había culminado. Ahora el equipo sí sería inmortal. Había caído, pero no se había traicionado.

La vida no es ganar siempre, el ser humano tiene golpes y la vida no significa lo que ganas sino cuándo o cómo te levantas”. Guardiola.

Guardiola ha decidido marcharse. Coger distancia. Como hizo siendo jugador. Necesita descansar, descomprimirse, aunque esto suponga dejar a su gente. Tito, los jugadores, son custodios de una herencia imborrable: El estilo de la pelota. La persecución infinita de la perfección.

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