Se representó en el Teatro Central, Open night, de la mano de Marcos Morau/ La Veronal. Aunque sea cierto que esta y otras compañías de primer nivel, se han hecho habituales en la programación de este teatro sevillano, no voy a dejar de sentirme un privilegiado de tener a mi alcance ver cosas como esta.
Desde luego que esta pieza que fue programada en el Teatro Central los días 17 y 18 de diciembre del presente año, nos abre más interrogantes que certezas. No obstante, entiendo que la mayoría de ellas serían necesarias para saciar a un curioso, más que para poder disfrutar de un trabajo visual absolutamente apabullante. Hablo en estos términos, ya que llega a un punto en que nosotros los espectadores, no nos queda otra opción que bajar la guardia, dejarla de analizar… Por que es tal la vorágine de imágenes que se nos regalan, que no había manera de seguirles el ritmo.
Claro que si uno se esfuerza puede intentar recoger una que otra cosa de cada una de sus escenas, pero es una labor que se torna intempestiva dado que es tal la generosidad con la que se interpretan las mismas, que al final sería como desperdiciar una experiencia única para los que somos amantes de las artes escénicas contemporáneas. Aquí no se trataba de representar las características más indescifrables de la condición humana, sino más bien me decantaría por leerlo, como una ofrenda para honrar a las artes escénicas.
Basta prestar atención a cada una de las palabras del monólogo inicial que hizo de las veces de preludio de Open night, para comprobar que este trabajo está dedicado a todos los que formamos parte del mundo de lo escénico. Esto es: salió una de sus intérpretes como si ya hubiese cesado una gran ovación de un espectáculo recién estrenado. Así la misma, agradecía incontables veces a los espectadores y los que hacen posible que estas nobles disciplinas existan tal y como existen. Pues, pasó de decir algo tan aparentemente trivial como que llevar un vestido largo sobre un escenario, es uno de los pocos contextos que le permiten no parecer ridícula; a algo que alcanza cierta transcendencia, como que el dar a entender que el celebrar una representación es algo que está dotado de tanta solemnidad que es algo que alcanza a lo sagrado, sin tener la necesidad de rendir cuentas a ningún tipo de tributo dirigido a un ídolo o religión… Sin duda, les hablo de una de las pocas cosas producidas por el ser humano, que no hay equívocos, para concluir que su capacidad de creación es infinita.
Así los profesionales de los escénico encuentran en la tarima (sea durante un entrenamiento regular, o bien durante un pase de la obra en juego), un espacio donde sentirse acogidos para poderse desarrollar como seres humanos, dado que lo que es ajeno a lo es escénico les desborda, consiguiendo dar con la fórmula que les ayude a focalizarse en ejercer su vocación (ya el origen etimológico de la palabra “vocación” nos remite a que esa persona que la transita, ha recibido una suerte de llamado para dirigir toda su empresa para materializar un fin determinado). He allí, que de vez en cuando se propicie hacer un ejercicio de abstracción para comprender y comprendernos en tanto seres partícipes y testigos, el qué hace que estar sobre una tarima pueda ser entendido como habitar un hogar.
Y como buenos profesionales de lo escénico, Marcos Morau/La Veronal se embarcaron a hacer una pieza que se sumerge en los entresijos que se producen detrás de la escena. Esto es: Resulta intuitivo visibilizar e indagar sobre lo que sucede durante la representación de una obra escénica; y si encima es algo que es fácil que nosotros los espectadores identifiquemos, no se precisa mucho tiempo para que todos nosotros quedemos caldeados, dando paso a que nos cuenten su forma particular de tratar este tema.
Ahora bien, Open night se compone de una multitud de escenas protagonizadas por seres bizarros, individuos que si no fuera porque portan una silueta humana, no habría otro motivo de asociarlos con nuestra especie. O dicho de otra manera: Los intérpretes se desenvolvían en escena con tal grado de minuciosidad y naturalidad, que cuesta creer que estos profesionales no se mueven así en su día a día. Es más, las reglas que rigen al mundo que nos enmarcó Open night, no es que difieran demasiado a las del nuestro, porque lo que hicieron fue exhibirnos cómo donde muchos identifican límites, ellos lo circularon como si allí hubiera un puente por donde cruzar. Para ello, nos expusieron cómo habitar el escenario como si éste fuese algo similar a una de las obras del pintor neerlandés Maurits Cornelius Escher, quien es conocido por sus imágenes surrealistas en las que sus habitantes transitan por arquitecturas, en el que al parecer, no hay un arriba o un abajo claramente definidos, donde todo está interconectado de tal forma que no existe el “afuera”, etc… He ahí, que Marcos Morau/ La Veronal se “apropiaron” de una de las cosas que tanto distingue al Teatro Central de los teatros más convencionales, me refiero a su capacidad de moldear al antojo al espacio escénico.
Como se pueden imaginar ellos no sólo se valieron de ampliar el espacio escénico en sus dimensiones, le sacaron partido a las escotillas que hay debajo, toda la maquinaria de la cual está dotado para el equipo de iluminación y demás cosas por estilo. A donde quiero llegar, es que me parece imposible pensar que Open night no fue compuesta en este teatro de principio a fin. Y no, ellos han estado de paso en Sevilla y seguramente seguirán moviendo esta pieza en otros lugares de Europa ¡Espectacular!
Me cuesta recodar algo que me haya impactado tanto, siendo que esta obra supo equilibrar lo monumental con lo sutil y un ambiente íntimo. Cabe destacar que la iluminación y el texto fueron un apoyo imprescindible, pero animo a verlos como unos elementos que contribuyeron a sustentar a una dramaturgia que también supo equilibrar una sucesión imágenes que no tienen porqué ser traducidas desde la semántica de ningún idioma; con escenas que nos ayudaban a los involucrados con lo escénico, a hacer mímesis sobre cómo lo vivimos desde el ejercer nuestra vocación.
Repitiendo lo que dije en la previa que escribí para este medio hace unos cuantos días: cuando veo espectáculos de Marcos Morau/ La Veronal, me entra una mezcla de orgullo (de que haya compañías en España capaces de hacer cosas como esta) y frustración, porque no todos los profesionales de las artes escénicas contemporáneas en España tienen a su acceso los medios que hicieron posible un trabajo tan ostentoso. Pero si los tuvieran, les aseguro que esta compañía no sería percibida como “una compañía europea que reside en el interior del territorio español”.