Por Diego E. Barros
Entre toda la gente que ha salido este fin de semana a las calles de las Españas me sorprendió constatar que La Razón no enviase una legión de aguerridos periodistas para supervisar los CV de los asistentes. Estoy seguro que entre tanto perroflauta se podía sacar algún buen estudiante, incluso alguno con carrera acabada, con que iluminar una de esas primeras de cortapega con las que el diario ha conseguido inaugurar una nueva era en la historia del periodismo: que cada noche, como yonkis en procesión a la madrileña Cañada Real, nos congreguemos delante de la pantalla en espera de nuestra ración diaria de cicuta impresa. Desde la distancia observo las conmemoraciones del movimiento 15M que se están llevando a cabo en España y en otras ciudades del mundo. El sábado estuve en la organizada en Dijon. Éramos unos 15 apilados en torno a un banco en la Place de la Libération, lo que vino a confirmar lo que todos presuponen de Francia: como los viajeros del Titanic justo antes de estrellar su popa contra el iceberg, los franceses siguen abriendo botellas de champán, aunque ahora lo hagan con una renovada esperanza puesta en un señor con gafas que tampoco gusta en otra redacción, la de The Economist. En la cobertura que desde este país se está haciendo de lo acontecido este fin de semana no hay reproches, simplemente información sobre lo que se pide en las calles de España: la luna, sí, pero una luna que nunca había estado tan lejos de nosotros como hasta ahora. Contrasta con lo que se puede leer en los tabloides españoles convertidos, salvo excepciones, en extensiones de lo que Mafalda llamaba palitos para abollar una ideología que ahora es todo atisbo de pensamiento disidente. Uno entiende por qué el discurso de nuestros políticos tiene la profundidad argumental del y tú más cuando se echa a la cara una de esas cabeceras defensoras de las esencias de una patria que no se recordaba desde que el cadáver del Generalísimo estaba aún caliente. Entre tanto furor patriótico no es de extrañar la resurrección que conceptos que creíamos desaparecidos están experimentando en boca de representantes de unos poderes públicos cada vez más privados. Si primero fuimos perroflautas, luego antisistemas y finalmente el enemigo en toda su plenitud se entiende el celo de los dirigentes en mantener las calles en orden para celebrar otro título futbolístico. Como ya dejó dicho @manueljabois, España va camino de convertirse en una potencia: solo comparable al ritmo de China produciendo aparatos electrónicos, el país produce pobres. Pero unos pobres hermosos, ilustrados y duchados de a diario, de los que sacar a pasear en el extranjero como los cubanos pasean médicos. Pobres, pero qué matasanos oiga. Que no hay trabajo es una de esas falacias que todos creemos, aun sabiendo que lo que en realidad no hay es quien quiera contratar previo pago. Hay quienes de acumular música gratis han pasado a coleccionar trabajadores por la cara. España ha sido el primer país en llevar a la práctica el don de la ubicuidad con personas capaces de dirigir periódicos al tiempo que imparten clases en la Universidad o acumulan sillas en consejos de administración. Un milagro solo comparable al que se ve estos días por las calles: la multiplicación de las hostias como panes como única respuesta al empeño de algunos en reclamar lo que creíamos nuestro por derecho.
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