Por Diego E. Barros
En un momento dado el Rey dijo «mi posición me ha permitido vivir» y el resto ya dio igual. Con los langostinos a medio pelar todos completamos la frase: de puta madre. Al día siguiente, los titulares hablaron de «convivencia» y aun de resaca fue sencillo descifrar el significado de las reales palabras: aquí no se mueve ni dios y ya están ustedes dando gracias por lo construido que mucho vicio es lo que tienen.
Algunas culturas se toman la Navidad como un tiempo para hacer balance. El monarca aprovechó la ocasión para repetir que todo es falso salvo alguna cosa; y que la Transición y los que la hicieron, bien pero bien. La Navidad solo tiene sentido para los niños y los viejos que es una forma peor de ser niño. El primero de los españoles ha vuelto a dar sus primeros pasos por lo que se entiende el discurso, el único del año que escribe sin supervisión de sus mayores. Aunque se me ha empezado a caer el pelo, el ruido de los críos todavía no ha venido a romper la monotonía de la mesa, por lo que la Navidad viene a ser lo de siempre: vienes, comes, te levantas y te vas. Fugaz y cumplidor como un rey ante las cámaras.
Tras una semana de vuelta, la pregunta que me han hecho invariablemente caña o comida de por medio ha sido «¿qué, cómo lo ves?». Uno procura suspirar y dejar que hablen para concluir: «no sé, he puesto la tele y si lo sé no vengo». Tal que así están los ánimos. Tal que así también los bares, a los que se entra para pasar lista y darse cuenta de que sobresalen las ausencias. La cosa, me dicen, está tan jodida que hasta se compite por ver quién lo tiene peor. Y eso sin hacer recuento. En una semana, Gallardón ha determinado, ante la sonrisa forzada de Soraya SS, que las mujeres son seres irresponsables; ha vuelto a subir la luz; ha cerrado otro periódico; y otra firma ha huido del otrora diario independiente de la mañana. Yo aquí al menos soy optimista y quiero pensar que nos están haciendo hueco a los necesitados.
La vida al fin y a al cabo es ese sitio en el que conviven quienes aguardan emocionados el cotillón del Fin de año y los que se levantan a tiempo de ver los saltos. Sabes que algo empieza a ir mal cuando pese a los remordimientos de conciencia, prefieres decantarte por el esquí aunque nunca hayas visto la nieve.
Tal es la conjunción de plañideras que el alcalde de Muxía salió a decir que ha sido «el peor día de Navidad de nuestra historia» y he temido que Telecinco anunciara un especial como por el Prestige. Pese a las señales apocalípticas, a mí que arda una iglesia no me importa tanto como si hubiera ardido un piso con una familia dentro, pero hay gente para todo. «Cueste lo que cueste» se restaurará el templo, advirtió el presidente Feijóo en una de esas frases que brillan más si se les cambia el contexto. «Cueste lo que cueste evitaremos que se deje sin suministro energético a las familias que no puedan abonar sus recibos a causa de la crisis». Pero con la Iglesia hemos topado.
Cueste lo que cueste es el nuevo «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y «no podemos gastar lo que no tenemos» por eso, sin apenas tiempo de encarar el fin de año, ya sabemos que tendremos el salario mínimo congelado: 645,30 euros mensuales (14 pagas). En el día de la marmota, Bill Murray volvió a demostrar su mayor logro hasta la fecha: hacer de la normalidad de una rueda de prensa un acontecimiento excepcional. En el fondo, hay cierta tranquilidad en todo esto. Como nos recuerda La jamonera estos últimos años, el bar sigue siendo nuestro fuerte. Poco importa pues que seamos gente con gustos de champagne pero con sueldos de cerveza. Si lo sabrá el monarca.
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