Por Diego E. Barros
Se trata de un juego sencillo. Adivinar cuál de estas frases es la verdadera:
«Es obvio que el Gobierno va a dar la batalla hasta el final en defensa de los clubes españoles que también forman parte de la marca España».
«Es obvio que el Gobierno va a dar la batalla hasta el final en defensa de los españoles que también forman parte de la marca España».
Hasta un ministro sabe que la única cierta es la primera. Una simple palabra de menos es lo que diferencia la realidad de lo que hoy llamamos utopía. Le ha faltado tiempo al ministro Margallo para salir en defensa de lo urgente. En realidad solo de siete clubes: Real Madrid, Barcelona, Athletic de Bilbao, Osasuna, Valencia, Elche y Hércules. Los cuatro primeros porque llevan pasándose por el forro de las pelotas la Ley de 1990 que les obligaba a convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas. El resto de clubes profesionales lo hicieron, no les quedó más huevos, estos no. Son patrimonio «de sus socios», que es ese eufemismo tan deportivo para señalar un coto privado donde gente con pasta sigue haciendo más dinero y teniendo, claro, más poder. Atribuyen a Ramón Mendoza aquello de que ser presidente del Madrid es más importante que serlo del Gobierno. Yo nunca he visto un presidente del Real Madrid que quisiera ser presidente del Gobierno, sí al revés; y Mariano Rajoy demuestra cada día que lo que de verdad le gustaría sería mandar en Chamartín. El haberse saltado esta ley durante 23 años no es moco de pavo ya que entre otras ventajas estos clubes quedaban exentos de una serie de obligaciones que los demás sí tenían que cumplir. La más importante es la de poder acogerse a una tributación más beneficiosa (en torno al 20% en lugar del 34%) y tener un estatus de organización sin ánimo de lucro. Esto último es muy cachondo: el Madrid o el Barça lo hacen todo por amor al arte.
Después están Valencia, Elche y Hércules. Viniendo estos equipos de donde vienen poco hay que añadir. Paga la casa pues disfrutan los valencianos de un gobierno (votado mayoritariamente de forma ininterrumpida desde ya ni se sabe) suelto con la pasta de sus gobernados. Que lo mismo vale para un aeropuerto sin aviones que para sacar a pasear al Papa. El fútbol, el pan del pobre que dicen algunos («de interés general», llegó a calificarlo un ministro), no iba a ser menos. El viento de levante produce este tipo de efectos en la gente.
La buena noticia es que Bruselas solo ha necesitado veintitrés años para darse cuenta. En casa todo el mundo lo sabía pero da igual. Los españoles siempre hemos estado más preocupados por lo urgente que por lo importante. Que dios le pille confesado si le debe usted pasta a Hacienda, pero tenemos toda la vida para cobrar los 600 millones (en teoría) que los clubes nos deben a los tontos.
No han pasado ni veinticuatro horas desde que Margallo marcara una pica en defensa del fútbol patrio y ha salido José Manuel Soria a decir justo lo contrario que hace unas semanas. En enero, como siempre y todos esperábamos, volverá a subir la luz. En pleno invierno y con varios millones de hogares en los que ya ni se pueden permitir poner la calefacción. Uno esperaría que Soria dijera «es obvio que el Gobierno va a dar la batalla hasta el final en defensa de los ciudadanos que no pueden pagar sus facturas energéticas que también forman parte de la marca España», pero no. Ha dicho que nos la va a meter, otra vez, un 2%. Sólo la puntita, como quien dice. Se ha comido un sapo y se le ha puesto cara de gilipollas al ministro. Mírenla y quédense con ella porque es la misma que tenemos nosotros y va para cinco años.
Yo no tengo nada en contra del fútbol. Al contrario. Me gusta mucho el fútbol, tengo cierto corazón blanco, parte celeste y un cuarto sevillista. Pese a Del Nido. El fútbol es algo irracional. Uno escoge coche o mujer (en la medida de sus posibilidades, claro) pero no colores. Los colores son en realidad ese pan debajo del brazo con el que dicen que llegan los críos al mundo. Yo creo que el fútbol bien jugado es una de las bellas artes. Otra cosa es que como ocurre con el arte, el fútbol sea presa de una burbuja. En pocas ocasiones he visto fútbol en directo. En parte porque no puedo permitirme el precio de las entradas, en parte porque me gusta más el bar. Pero tranquilos, no pasará nada. El anuncio de la jamonera ha venido a certificar un año más lo que siempre dice mi amigo Nuño: «en España no se vive bien, se bebe de puta madre y así sobrellevamos la primera mentira».
Yo soy futbolero. Pero futbolero no quiere decir (todavía más) gilipollas. Me cago en mi puto país. Qué vergüenza.
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