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Por Diego E. Barros

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Mi madre tiene la costumbre de escudriñar hasta la extenuación cada sobre que llega a casa con el membrete del banco. Cuando era pequeño yo siempre creí que en aquellas cartas impersonales era donde llegaba el dinero con el que mi madre nos compraba los deportivos que luego machacábamos en el patio del colegio. Al fin y al cabo, los bancos, me había dicho mi madre un buen día, se dedican a dar dinero a la gente. Tan al pie de la letra me tomé su indicación que me pasé años discutiendo con mi madre la razón de por qué nunca tenía deportivos de marca como la mayoría de mis compañeros.

―A ver si te crees que a la velocidad que los machacas, nos llega el dinero para todo.
―Pues vamos al banco, que allí dan más dinero.

Hoy sigue examinando las cartas de los bancos al milímetro. Con los años, mi madre se ha convertido en una profesional a la hora de leer extractos bancarios, un apartado de la realidad que a mí, junto con la nómina, se me aparece como si en lugar de números fueran ideogramas chinos. Ha desarrollado tanto la técnica que después de revisarlos separa en distintas cajas los sobres de los extractos y acaba destruyendo manualmente estos últimos porque dice que «hay datos personales y pueden caer en malas manos».  Que uno piensa que mi madre no es mi madre, sino la última espía de la Guerra Fría que permanece fiel al Kremlin o la tesorera experimentada de un partido político.

Cada vez que mi madre entra al banco salta la alarma y a Mario, el del banco de toda la vida, se le ponen de corbata ante el temor de que le hayan colado otra comisión que mi madre viene a reclamar. Buena es mi madre con las comisiones. Al banco ni un céntimo de más, es su lema. A mi hermano Santi, que antes fue paracaidista y ahora realiza las motos para la televisión, le pasaba lo mismo. «Gallego, yo no puedo ir contigo al banco, que es entrar y saltan todas las alarmas de las deudas que tengo». Ahora Santi ha cambiado las deudas por una mujer y una niña preciosas pero siempre me acuerdo de él cuando cruzo las puertas de un banco.

Imagino que al ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, nunca le han sonado las alarmas al cruzar las puertas de una entidad bancaria y menos si es suiza pues buenos son los suizos con sus clientes bancarios que hay un país que mantener sin salida al mar. Dicen que Bárcenas tenía hasta 22 millones de euros en una cuenta. Dicen también que Bárcenas se acogió a la amnistía fiscal de Montero por una cantidad de diez millones pero que Hacienda no tiene constancia. También es mala suerte que para uno que lo ha hecho vaya a ser que no. Yo creo que de no necesitar un rescate como ha dicho Mariano Rajoy, hemos pasado los españoles a recapitalizar nosotros solitos la banca helvética.

Finalmente, dicen que Bárcenas repartía sobresueldos mensuales de entre 5.000 y 15.000 euros a secretarios ejecutivos, cargos públicos y otros miembros del aparato del PP y que lo hacía desde hacía más de 20 años. Que el asunto sólo se paró en 2009 con la llegada de María Dolores de Cospedal, aunque nada dice la información de qué ocurrió entre 2004 y aquel año, con Mariano Rajoy ya de presidente del PP. De «bomba atómica» en el seno de la formación conservadora ha sido cualificada una información que viene a decir lo de siempre: esto lo sabía todo el mundo pero ya se sabe que estas cosas, como bien ha dicho Soraya SS, le pueden pasar a cualquiera. Así lo prueba la respuesta de la oposición socialista que, si me apuran, ha sido incluso más tibia que la de Cospedal. Que a punto ha estado Rubalcaba de despacharse un no me consta en su comparecencia sin preguntas.

Yo pertenezco a una generación que no ha sido ajena a lo de los sobres. A lo de los sobresueldos, sí, un poco bastante. En mi carrera como periodista más de uno de los periódicos para los que trabajé escogieron el método del sobre para pagar por los servicios prestados. Eran otros tiempos. No había crisis y ahora te sale más a cuenta escribir gratis que cobrar, si los pagadores de una pieza a 10€ te piden estar al día con el régimen de Autónomos.

Al final esto se reduce a lo de siempre: circulen, aquí no pasa nada. Y si pasó, no nos consta. Anda, Soraya, sal ahí y échate unas lagrimillas.

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