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Por Diego E. Barros

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto al Príncipe Felipe celebrando uno de los goles de España durante la final de la pasada Eurocopa

Reconozco que he sentido cierto alivio en mi vuelta a casa. Mariano Rajoy sale tanto en los telediarios españoles como en los franceses: nunca. Así al menos la transición vacacional ha sido más llevadera. En espera de que salga de la cueva me dicen en Sanxenxo (si usted es una persona de bien, e incluso del PP, dirá Sangenjo) que los alquileres se cotizan más que nunca. Además de sus atracciones estivales habituales, la Marbella galaica cuenta este año con el incentivo de poder ver en vivo y en directo al presidente en su estado natural: relajado, paseo arriba paseo abajo, con un puro en una mano y el Marca en la otra. La situación es tal que sólo hay un sitio capaz de rivalizar con la localidad pontevedresa en cuanto a nivel de expectación, las puertas de Soto del Real. Si hace una semana asistimos en el aparcamiento de la cárcel al dibujo de Bárcenas como el «héroe» de la clase quinqui, ésta hemos estado a punto de montar un reality de máxima audiencia que bien podría llevar por título algo tan sugerente como «Un abogado para Luis». De la misma forma que sospecho a Rajoy matando el calor veraniego en un salón de Moncloa a la espera de que Contador remonte el Tour, imagino a Bárcenas en la última mesa del bar de la cárcel flanqueado por los diez presos más peligrosos de la galería, vigilantes, mientras el jefe recibe el besamanos de los mejores abogados del país. El elegido ha resultado Gómez de Liaño. El que en su día también fuera juez estrella acabó por marcar el camino de compañeros como Garzón: expulsado de la carrera judicial, ahora se gana las habichuelas ejerciendo de abogado defensor de fuste. La diferencia, sin embargo, es sustancial. Mientras Garzón juega al antisistema, Gómez de Liaño ha escogido la defensa del último enemigo número uno, Luis el cabrón, que a estas alturas y después de todo, a mí ya empieza a caerme hasta simpático. Lo que ha demostrado el PP desde que el caso saltara a la luz pública es su falta de cultura cinematográfica. Cualquiera como un mínimo conocimiento en cuestiones mafiosas sabe que todo gira en torno al contable. Lo sabía Eliot Ness quien para pillar a Capone puso el objetivo en la evasión de impuestos a cargo de su tesorero y acabó llevándoselo a una cabaña en medio de la nada para evitar que lo liquidaran. Lo sabe por supuesto cualquier mafioso: en caso de amenaza, es al contable al primero al que hay que silenciar. El partido de Rajoy sin embargo lo mantuvo a sueldo hasta primeros de año y sólo ahora lo ha echado a los leones que es el sitio donde sus 186 diputados tienen colocada a la oposición. También a media ciudadanía que asiste entre atónita y aburrida al espectáculo. Sí han copiado en cambio los populares la dialéctica defensiva de Capone: del «todo falso salvo alguna cosa» han pasado a un no hay huevos en el que la moción de censura juega el papel de frase de moda antes del asueto vacacional de agosto. Hablar hoy de corrupción en España me parece una boutade semejante a convertir en noticia los cuarenta y dos grados registrados en un pueblo de Extremadura. Pero es en esto en lo que realmente somos insuperables, el nivelazo que demuestran nuestros próceres empatados como están en la carrera del quién da más. Tú me sacas un Bárcenas y yo te saco un ERE andaluz. Vistas así las cosas, esto sólo lo resolvemos en una tanda de penaltis. Esas que ahora ganándolas, sí se han convertido en la única Marca España.

 @diegoebarros

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