Por Diego E. Barros
Como la última esperanza negra —en una ciudad con un 80% de habitantes afroamericanos, no hay color— se presentó Kwame Kilpatrick en 2002 a la alcaldía de Detroit. Tenía 31 años. Un Obama antes de Obama. Durante sus seis años en el cargo hubo señales preocupantes pero también una reelección. Todo comenzó a terminar en enero de 2008, cuando alguien hizo llegar a la redacción del Detroit Free Press la transcripción de hasta catorce mil mensajes de texto (la manía de los políticos de comunicarse vía SMS) entre el alcalde y su jefa de personal, Christine Beatty. Además de revelar una relación sentimental entre ambos (casados con terceras personas), confirmaban lo que era un rumor que desde hacía años recorría la ciudad: Kilpatrick era un criminal y un chulo.
Kilpatrick se pasó años negando tener nada que ver con el oscuro despido de un jefe policial que se atrevió a indagar sobre la veracidad de un rumor que recorría la ciudad. En 2002, al poco de salir elegido, tuvo lugar en la mansión oficial del regidor una fiesta-orgía en la que no faltó de nada. Y lo más importante, todo pagado con dinero público. La versión picante de la historia decía que la mujer del alcalde se presentó de improviso y llegó a golpear a una bailarina conocida como Strawberry (Tamara Greene) a quien encontró en pleno espectáculo sobre su marido.
Resultó que en 2003 Strawberry apareció tiroteada en su coche. La investigación dictaminó que la pistola era del mismo modelo que la que usa la policía. Todo se complicó y la ciudad acabó pagando 24 millones de dólares a los abogados de la familia de la víctima a quienes dejó leer algunos de los mensajes que, ahora en 2008, ya tenían los periódicos, a condición de no revelar nada y no llegar a juicio. Con la mierda rebosando, Kilpatrick intentó incluso disimular el olor de las cloacas trayendo a la ciudad la celebración de la XL Superbowl en 2006. Para ello echó a cientos de sin techo, demolió miles de viviendas abandonadas e inició una campaña en la que hablaba de Detroit como símbolo de la supuesta marca América.

La ciudad de Detroit ha declarado este mes de julio su bancarrota con una deuda estimada de 18.500 millones de dólares (Photo by Spencer Platt/Getty Images)
Pero todo dio igual y aunque desde el círculo del alcalde se afanaban en calificar las informaciones contra éste como “cercanas al nazismo”, en septiembre de 2008, Kilpatrick acabó por dimitir. Desde entonces, salvo pequeños periodos de libertad condicional, está en prisión y todavía afronta cargos que lo pueden mantener ahí de por vida.
Mariano Rajoy se presentó aún no hace dos años con la promesa de que esto lo arreglaba él en lo que tarda en fumarse un puro. La última esperanza blanca, un tipo como nosotros, normal, con la normalidad que tanto le gustaba proclamar. De aquello ya no queda nada.
Desde fuera, España es más divertida, incluso entrañable, como el planeta visto desde el espacio. Es la diferencia horaria, cuando uno se pone a pensar sobre la comparecencia de Rajoy en el Congreso el pasado jueves se encuentra con que todos los chistes están ya hechos. No se puede luchar contra el reloj y la inmediatez, una batalla inútil que desde hace años están empeñados en librar los periódicos, no importa el ridículo y las víctimas en forma de despidos que cuesten. Lo del Congreso fue como uno de esos festivales de fin de curso en los colegios. Todos van porque hay que ir, pero tienen el ojo puesto en el reloj y la cabeza en las vacaciones. El presidente se declaró inocente, lo cual es una reinterpretación posmoderna del derecho que desde hace siglos se basa en la presunción de ello. Al menos pudimos constatar que Rajoy ya sabe leer, aunque sea letra mecanografiada. Hasta el fin de la cita. En el Congreso, el presidente acabó apelando al cómo es posible que puedan dudar de mi, con lo que yo he sido; y pareció decirlo hasta desagradablemente sorprendido.
La moraleja no está en establecer cualquier paralelismo entre lo del ex alcalde de Detroit y lo que ocurre en la trastienda del partido que gobierna España. Sí en recalcar que los roles que todos tienen asignados en el guión de la política se cumplen a la perfección. El poder tiende a negar la evidencia no importa lo diferidas que sean sus excusas. Siempre hay alguien que se chiva a un periódico con ganas de ajustar cuentas (olvidemos el romanticismo porque hace años que dejó de existir) y ese alguien, es mejor ponerlo a buen recaudo. No tanto por lo que pueda decir, como por saltarse el código.
De momento sólo tengo dos suposiciones. La primera es que de Rajoy sólo depende ya cómo quiere ser recordado. La segunda es que estamos a esto de ver circular un nuevo vídeo con un director armado con corsé rojo.
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