Por Diego E. Barros
A pedir un informe es lo primero a lo que se apunta un cargo público justo después de subirse a un coche oficial. De repente uno ya no puede ni ir al baño sin antes acreditar la veracidad de la imperante necesidad fisiológica de expulsar líquidos que supuestamente atribuimos al cuerpo humano. Mariano Rajoy ha dicho que va a encargar un informe para saber si las alambradas con cuchillas que su Gobierno ha instalado en la verja que separa el segundo mundo del tercero pueden dañar a las personas. Rajoy es un conservador en el sentido de Sheldon Cooper, incapaz de sentar sus posaderas en otro sitio que no sea su lugar en el sillón de casa. Por eso no sabe todavía si la carne humana es sensible al metal afilado del que están hechas las famosas concertinas. Rajoy, gran lector del Marca y otrora mejor fumador de puros, está en el ecuador de la legislatura asegurándose las lecturas para los dos años que le quedan por delante. Mariano es una figura quijotesca. Un loco persiguiendo gigantes imaginarios. Ante la incomprensión que suscitan sus frases ha decidido medir sus palabras como nadie. El «dientes, dientes» de la tonadillera ha sido reconvertido por el político gallego en un lacónico «llueve mucho». Su triunfo ha sido total. Ignorando los problemas ha conseguido que no le afecten ya ni las pataletas a golpe de carta apostólica dominical de Pedrojosé. Dos años lleva esquivando la mierda, dejando que en ella se hundan otros con el mandato de que el que resiste gana. Dice que no habrá cambios en su Ejecutivo ya han corrido a vaciar los cajones del despacho en espera de nuevo destino. Si algo ha demostrado el presidente en dos años es ser predecible: hace justo lo contrario a lo que dice. Bien es cierto que su gobierno no será eterno. Un día se irá pero Rajoy ha conseguido hacer realidad la profética frase de Guerra: a España ya no la conoce ni la madre que la parió. Íbamos a reformar el capitalismo pero nuestros paletas están dejando una democracia niquelada. Rajoy es esa señorona con abrigo de chinchilla y pelo cardado que se junta con las amigas a arreglar el país con unas pastas de té en el Casino de Pontevedra. De allí salió hace décadas como hace todo: dejándose arrastrar por la corriente. Ahora ha decidido comenzar por lo urgente dejando a un lado lo importante. Ha pedido el presidente también otro informe para ver la posibilidad de una «ley de servicios mínimos» que traducido quiere decir una nueva ley de huelga. Carlos Luis Rodríguez, uno de esos periodistas gallegos que lleva toda la vida declarándose liberal viviendo a costa de la Xunta del PP ―aparecía en la mancheta como subdirector en el último periódico en el que trabajé aunque todos creíamos que era el fantasma de unas navidades pasadas―, dice que Rajoy es «el político más galleguista de los que están en ejercicio». El término «galleguista» sigue significando hoy lo que siempre, nada. No hay nada que joda más a un galleguista desde tiempos de Ramón Piñeiro que el ruido si no es el de las bombas de palenque en una romería. Lo de protestar está bien siempre que ustedes no molesten mucho, que es una frase que bien podríamos atribuirle a la señorona de pelo cardado y abrigo de chinchilla que es Rajoy. En vista del relativo éxito de la huelga de los basureros madrileños hay quien teme ya que cunda el ejemplo. Las fotos de Ana Botella supervisando las operaciones de los contratados por la ETT cual general Paulus en el frente de Stalingrado han sido un revulsivo. El primer paso ha sido la Ley de Seguridad Ciudadana que si uno se deja llevar por las apariencias parece copiada de una normativa cubana o norcoreana. Los españoles de bien a los que todavía no han pegado lo suficiente según acredita el CIS, pueden estar tranquilos haciendo lo que Franco, no meterse en política. Un Gobierno que manda a golpe de decreto y que dispone de un Parlamento acrítico sólo existe en la Venezuela de Maduro que tanto escandaliza en determinadas redacciones. El heredero de Chávez ve al comandante en los posos del café igual que nuestro presidente una luz al final del túnel. El caso es ver. Aunque sea a Rafael Hernando ganándose su sueldo de tercer portero de la selección: salir a decir tonterías mientras que nosotros nos echamos unas risas porque esto es una broma macabra y ya estamos todos muertos.
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