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Por Diego E. Barros

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El domingo no hubo unas elecciones en Grecia. Siguiendo la tradición anglosajona, los helenos salieron en comandita para celebrar un día de Halloween en el que al ponerse al frente de la urna de votación la disyuntiva era la misma: susto o muerte. Y los griegos escogieron muerte. Una muerte lenta, dulce como los titulares de la prensa adicta, pero muerte al fin y al cabo. Con el veredicto de las urnas despejado por unas normativas electorales que conceden 50 escaños al vencedor de unas elecciones aunque sea por unos escasos cuatro puntos, el resto de la Europa bien pensante respira ya tranquila hasta el próximo sobresalto que tendrá lugar, siguiendo la tónica de los últimos años, pasado mañana. Durante todo el día de ayer fue interesante ver ―y leer― los mensajes llegados desde los mentideros de poder comunitarios rebotados por los palanganeros, instalados en una prensa internacional entregada como nunca a la mano que le da de comer de muy distintas formas. El lenguaje, que nunca es inocente, avisaba de lo que estaba por llegar. Sólo era cuestión de tiempo que las urnas vomitaran unos resultados que dejasen claro quiénes habían ganado una nueva cita electoral que los de siempre nunca pierden. Desde hace días la consigna era tal que así: la democracia está de puta madre pero sólo cuando ganan los nuestros por eso desde Bruselas y las demás capitales comunitarias al servicio de Berlín se aconsejaba, que no amenazaba, que, o los míos o el caos. Y como era de esperar ganaron los míos. Nueva Democracia es el partido que gobernaba Grecia antes de que todo estallase por los aires para que un Pasok entreguista como buen partido socialdemócrata, pagara los platos rotos y la cuenta de la cena. Nueva Democracia es el partido conservador ―la derecha ya no se llama derecha si las formas están camufladas bajo trajes y corbatas de diseño, el lenguaje, ya saben―, que se ocupó de esconder el polvo bajo la alfombra con la ayuda de la anterior empresa del actual inquilino del BCE, Mario Draghi. Un detalle sin importancia para los cientos de comentaristas que ayer levantaban sus oraciones al cielo para que los dioses del Olimpo guiasen a los helenos en una senda lo más alejada posible de los «demagogos» de Syriza, una coalición de partidos y formaciones de izquierda ―en la que no estaban los comunistas, que iban por libre, lo que no impidió que se les tildase de ídem como insulto― que, entre otras cosas, planteaba lo mismo que Berlín ofreció al mundo una vez que el 30% del voto escrutado certificaba que todo iba bien: una renegociación en los plazos de devolución del rescate. La democracia, al final, siempre es generosa. Fue la guinda de un pastel amasado sobre unos informes que señalaban una realidad clara: la culpa de lo pasado y lo que pueda pasar en Grecia es de los que nunca han gobernado, esa que llaman izquierda radical aunque un vistazo rápido a su programa estuviera cargado de ese sentido común que ahora llaman despectivamente idealismo. No es de extrañar ese ruido que se escuchaba al caer el sol: los gritos de satisfacción y el descorchar de las botellas de champán de los q nos trajeron hasta aquí tras ver que los planes habían salido bien. «Es triste tener que elegir entre un ladrón y un loco», le dijo un conductor de autobús al maestro Enric González. Yo creo que más triste es ver cómo los que se sienten libres de pecado y sin otra intención que salvar el propio culo hayan hecho todo lo posible porque uno de los suyos vaya a certificar lo señalado por Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Ad infinitum.

@diegoebarros

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