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Por Diego E. Barros

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A estas alturas uno no acaba de comprender la confluencia de factores que han hecho posible que el PSOE haya sido el partido que más años ha detentado el gobierno en nuestra democracia. ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Malditismo? ¿Conspiración? O, lo más probable, elección por eliminación. El PSOE está empeñado en demostrarnos con hechos y discursos que es en la oposición donde se mueve como pez en el agua llegando al punto de extender el viejo mantra que tanto cuesta conjurar de que la izquierda no sirve para gobernar dada la imposibilidad empírica de llevar adelante sus ideas. Antes de que comiencen a afilar sus cuchillos reconozco que esto es una exageración pero, a fin de cuentas, yo no dependo de sus votos. Los mismos que le sirven al PSOE para llegar al poder desde el que encandilar a una la derecha que no le ha votado y olvidar a los que sí lo han hecho.

Muchos de los avances sociales de los que disfrutamos hoy en día son productos de gobiernos socialdemócratas ―que no izquierda―; y eso compartiendo las tesis de Tony Judt de que, en realidad, un socialdemócrata no es más que un conservador que, ante las necesidades de posguerra, se abrazó a las políticas de Keynes como a un clavo ardiendo. Luego, una vez entrados en materia, llegaron los años del pelotazo de los chicos engominados, el gauche-caviar gala y la Tercera Vía de Tony Blair que tanto gustó en Alemania y otros contornos. Y ahí se jodió todo. De aquellos polvos estos lodos.

Sin nada más que perder que 110 diputados anda el PSOE como el torero que a la salida de chiqueros aguarda a la bestia a pecho descubierto. Su pretensión de querer cobrar el IBI a los inmuebles que la Iglesia no destina al culto de los fieles es una bicicleta de Robinho en la medular del campo: una inútil floritura. A Rubalcaba, que ha pasado por muchas, se le ha puesto cara de Mendizábal y anda pidiendo ―bajito, tampoco es cuestión de abusar de los pocos micros que le quedan―, una especie de desamortización a la carta con la intención de aplacar el insoportable eco provocado por los escaños perdidos en el Congreso. Ahora se ha dado en las narices con la puerta de la Iglesia después de años afanándose en barnizarla para no molestar mucho a unos purpurados que, a la mínima oportunidad, demostraban en las calles que no se puede ir contra natura: Roma no paga a traidores.

En el camino se quedaron las reformas religiosas prometidas, la revisión del Concordato de 1979 y los muchos millones que hicieron de ZP el mejor contribuyente de la Iglesia en España desde los tiempos de la católica Isabel. Lo de ZP no es sino la continuación de una larga historia de grandes éxitos. Fue el PSOE el que trasladó la exención en el IBI que ahora quiere rescatar a la Ley 38/1988 de los Acuerdos con el Vaticano y que en 22 años en el Gobierno nunca quiso tocar. Fue el PSOE el promotor de la asignación del 0,52% del IRPF a la Iglesia en 1987 (Disposición Adicional Quinta de la Ley de Presupuestos de ese año). Y fue el PSOE el que, en 2005, mejoró la financiación a la Iglesia incrementando el IRPF destinado a la Iglesia del 0,52 á 0,7% (unos 180 millones al año). En las retinas de todos los socialistas todavía están esos valientes cruzados de la rosa que hace unos años defendieron ante la UE que la Iglesia no debía de pagar el IVA por algunas actividades, tal y como exigía la Comisión Europea. Y en los oídos de los votantes socialistas suena todavía aquel grito desgarrado de ZP prometiendo «no os fallaré» mientras con la mano izquierda enviaba a María Teresa Fernández de la Vega al Vaticano para dar cuenta de que, pese al ruido, no habría nada nuevo bajo el sol.

El postre a tal suculento menú se vivía ayer en el Juzgado de lo Penal Nº 8 de Madrid con Javier Krahe en el banquillo por, ojo, un corto de 1977 que, según la acusación, vulneraría el artículo 525 del Código Penal reformado en 1995, bajo el nombre de «ofensa a los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa» y «escarnio de dogmas, creencias o ritos». No hace falta decir quién gobernaba el año de la reforma.

opinion-ibi-iglesia-alaintemperie-psoe-revista-achtungAyer, en su rueda de prensa en la sede del PP como presidente de los españoles ―supongo―, una periodista se la puso botando a media altura a Mariano Rajoy: «lo más sorprendente es que lo haga después de haber estado 20 años en el Gobierno», dijo. Por la escuadra y gol, pensó el presidente y todos los que vimos su comparecencia.

No voy a ser yo quien defienda a la Iglesia. Y menos desde que a monseñor Rouco le ha dado por tomar rehenes. El Concordato de 1979 es un insulto a la inteligencia de cualquiera con dos dedos de frente y decir, como ha hecho Rajoy, que «con la que está cayendo», no toca reformar algo de hace 33 años es un argumento a la altura de quien confió todo a hacer las cosas «como Dios manda». Siguiendo esa lógica los llanitos pueden estar tranquilos: Gibraltar es más inglés que el roastbeef dado que así se recoge en el Tratado de Utrecht (1712-1715). Y, con la que está cayendo, ya se sabe… No es cuestión de joderles las portadas a los amigos.

A mí, cómo gobierne la derecha me afecta en la medida de mi condición de sufridor de sus políticas. Cómo lo haga la supuesta izquierda se convierte en un asunto personal por lo que no alcanzo a comprender la ceguera de unos próceres incapaces de encontrársela en la oscuridad de la noche. En el fondo envidio a los militantes como envidio a los creyentes. Su cuajo a la hora de mantener el carné solo se explica de manera semejante a como los purpurados justifican su negocio: el dogma de fe. La suya, como la cristiana, es a día de hoy una resignación a prueba de bombas.

@diegoebarros

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